06 Mar. 2011

WikiLeaks y el fin de la diplomacia

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Desde que comenzó la publicación de las filtraciones de WikiLeaks, se han oído comentarios como que se ha llegado al fin de la diplomacia tradicional, o también –frase que se pronuncia todos los años ante acontecimientos de importancia- ahora ya el mundo no es igual, todo será diferente. Las divulgaciones de WikiLeaks fueron presentadas como la acción de una organización cuyo único ánimo es derribar las barreras del secretismo de los poderosos y poner al desnudo las cosas oscuras de gobiernos y diplomacias. Ahora bien ¿qué es lo que se difundió? Conviene ver qué no se difundió. No se conoce nada de las operaciones encubiertas de las agencias de inteligencia, fueren la CIA, las inteligencias militares o la DEA; tampoco de los planes de contingencia elaborados por las fuerzas armadas; tampoco secretos políticos, diplomáticos o comerciales de los diferentes países, ni mucho menos secretos militares o de seguridad. Lo que fue –y sigue siendo- es un formidable operativo de marketing para los poderosos medios de comunicación que adquirieron los derechos, de la misma forma y con el mismo atractivo que el casamiento del Príncipe William del Reino Unido, las revelaciones íntimas de una pareja de estrellas cinematográficas, los problemas conyugales de la realeza, los chismes de alcoba de los gobernantes y de los magnates argentinos, los problemas de todo tipo de Maradona, y todo el material habitual de las revistas chismográficas.

¿Aportan algo al análisis? Todo lo divulgado sobre los países que un analista medianamente informado puede conocer desde estas latitudes, no presenta ninguna sorpresa. Todo lo dicho era sabido, todos los comentarios o eran sabidos o eran previsibles, las frases atribuidas a terceros quedan –como ocurre siempre que alguien relata lo que otro dijo- en la duda sobre la fidelidad de la trasmisión. Como pasa habitualmente, lo dicho por terceros no se sabe si fue dicho así, o fue recogido como debió serlo, pero entra dentro del margen de lo verosímil. Como quien dice: se non è vero, è ben trovato. Lo que aporta es lo secundario, el detalle no significativo.

Cabe entonces detenerse en dos puntos: las acciones de inteligencia y la diplomacia. Los servicios de inteligencia son asociados, en gran parte producto de las novelas y las películas, con acciones encubiertas y planes secretos (y siniestros). Como cuenta en un libro de memorias un alto directivo de la Central Intelligence Agency (CIA) de los Estados Unidos, en cuanto a las acciones de inteligencia propiamente dichas, es decir, la recopilación de información, el 90 ó 95% es recogida de fuentes públicas. La labor fundamental, el destino de cantidad inmensa de dinero y horas hombre, es el proceso de recolección de esa información, el proceso de la misma y fundamentalmente el análisis. No es una labor diferente a la de cualquier investigación científica en ciencias sociales. La parte diferente son las acciones secretas (robo o compra de información) y las encubiertas (operaciones clandestinas de tinte bélico o policíaco). La labor de inteligencia se basa fundamentalmente en recoger todas las fuentes de información posibles, construir con ellas sólidas bases de datos, elaborar procesos y analizar resultados. La información pública surge de medios de comunicación (prensa, radio, TV, ahora internet), libros, folletos y otras publicaciones; también de asistir a conferencias y de reunirse con mucha gente, hablar mucho tiempo, escuchar mucho, saber preguntar y saber escuchar.

La diplomacia tiene diferentes encares. Hay una tendencia moderna –que en este país aparece intermitentemente, en un gobierno sí y en otro no- que es considerar la diplomacia como el departamento comercial del país y a los diplomáticos como viajantes de comercio. Hay una concepción clásica, opuesta, que contra lo que muchos pueden creer es la dominante en el mundo y en particular en todos los países importantes, que centra su acción en la política y en la comunicación. Ese ejercicio de la diplomacia es de doble vuelta: el diplomático busca conocer el país donde está, conocer su política y sus actores políticos (empresarios y sindicalistas incluidos); y busca también hacer conocer su país, la política de su país, sus objetivos y metas. De lo uno y de lo otro surge la posibilidad de entendimientos, acuerdos, tratados o al menos de conocer exactamente dónde están y cuáles son los límites de las visiones divergentes, de por qué no hay acuerdos. Un buen diplomático no se relaciona con gente influyente del país donde está acreditado, tan solo para darse importancia ni para obtener autógrafos, sino para recoger información y obtener elementos de análisis que le permitan comprender lo que pasa en ese país, y trasmitir esas informaciones y esos análisis a sus respectivas cancillerías. No lo hace de manera encubierta ni indebida, sino en el supuesto que todos saben que cada uno busca del otro saber algo. Sin duda, muchas veces muchos diplomáticos recogen percepciones incorrectas o falsas, algunas veces por prejuicios ideológicos, raciales o religiosos, otras veces porque su conocimiento del país es insuficiente. Hay que pensar que muchos diplomáticos rotan cada tres años, unos cuantos cada cuatro y los que más permanecen lo hacen cinco años, en raros casos algo más; no siempre ese tiempo da para conocer en profundidad a un país, conocer el quién es quién, interpretar cabalmente las señales de cada uno. Eso entra en lo común de toda profesión

El operativo WikiLeaks ha revelado gran descuido en el Departamento de Estado, pero sus revelaciones no alcanzan la de los célebres “Papeles del Pentágono” cuando la Guerra de Viet Nam. Parece muy exagerado considerar que ha determinado el fin de la diplomacia, o de un tipo de diplomacia. Más bien parece que sirve solamente para el regodeo de quienes bucean en la superficie de las cosas, a quienes encanta conocer secretos de alcoba. Son irrelevantes para quien busca estudiar los procesos y conocer las causas profundas de las cosas.