21 Ago. 2011

Las elecciones en las dos veredas

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En Uruguay [...] gobernó un arco político desde el centro a la derecha, y la oposición estuvo desde el centro a la izquierda [ahora] gobierna un arco político del centro hacia la izquierda, y la oposición se sitúa desde el centro a la derecha. [...] ¿Alguien es capaz de dibujar un eje izquierda-derecha en el gobierno y en la oposición argentinas? ¿Cómo diablos podían construir una alternativa opositora el socialista Binner junto a fuertes libremercadistas como Macri o de Narváez, o a derechistas populistas como Duhalde? [...] La gran lección es que en para decidir una elección es tan importante la fortaleza de una alternativa como las fortalezas del gobierno?

La política argentina es muy difícil de entender para los uruguayos. Uruguay vivió un largo bipartidismo o una opción política binaria, de características más bien clánicas, en realidad desde que finaliza el primer cuarto del siglo XIX hasta que se cumplen los dos tercios del siglo XX: casi un siglo y medio. Luego, con la parsimonia de un tercio de siglo se fisura ese bipartidismo, se da paso a un nuevo tripartidismo y desde allí se pasa a la actual compleja arquitectura de dos grandes bloques, uno de los cuales se subdivide en dos grandes partidos. El coloradismo fue predominante casi sin contestación durante un siglo, ambos partidos tradicionales ejercieron la hegemonía política por más de un siglo y tres cuarto. Ahora hay un equilibrio con leve predominio de la izquierda. Los procesos políticos de la sociedad uruguaya parecen medirse en tiempos geológicos. Las grandes líneas de las elecciones venideras son predecibles: no los porcentajes, no el número de bancas y hasta alguna duda en el ranking, pero sí los grandes trazos. Un bosquejo al carbón del panorama política que emerja del 2014 se puede trazar sin errores. Claro, lo más importante va a estar en el trazo fino, y eso sí no se puede ver.

En Argentina se puede observar una montaña rusa para todos los actores. Los Kirchner apenas fueron la segunda fuerza con menos de la cuarta parte del electorado en 2003, arañaron la mayoría absoluta en 2007, fueron un tercio en 2009 y son un poco más o un poco menos de la mitad en este 2011. Elisa Carrió pasó de estar más o menos apenas detrás de Néstor Kirchner y más o menos a la par de López Murphy y de Rodríguez Saa en 2003, en 2009 pasó a ser la segunda figura nacional con la cuarta parte del electorado y ahora, obtiene el nimio respaldo de un votante de cada 30. Ni hablar del radicalismo.

Los partidos políticos como tales son irreconocibles. Porque hubo tres partidos electorales que a su vez se consideran parte del Partido Justicialista, sin contar a algún otro candidato (como el bonaerense Francisco de Narváez, justicialista, aliado al radical Alfonsín). Las formidables derrotas en elecciones distritales del kirchnerismo en Capital Federal, Córdoba y Santa Fe fueron seguidas, en escasas semanas, por el rutilante triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en los tres distritos. En la antiperonista Ciudad de Buenos Aires el peronismo obtuvo el primer y el segundo lugar y ganó en todas las comunas. En la progresista Santa Fe, el gobernador y rutilante estrella nacional Hermes Binner fue derrotado por la presidente, cuando todavía no se habían limpiado las mesas del festejo de las elecciones provinciales en que el gobernador impuso a su sucesor. No hay punto de comparación en lo político entre uno y otro país, ni entre una y otra sociedad.

No es menor a los efectos de computar triunfos y derrotas, el sistema electoral presidencial. Mientras en Uruguay la consagración en primera vuelta existe superar la mitad del total del electorado (inclusive los votos en blanco y nulos), en la vereda de enfrente basta con poco más del 40% de los votantes (es decir, 45% de los votos válidos). O inclusive menos, poco más del 36% ó 37% de los votantes y una diferencia de casi 10 puntos con el segundo (en porcentaje sobre votantes; sobre votos válidos, piso del 40% y spread de 10 puntos). La diferencia no es nada menor en términos de impacto. El domingo pasado Cristina Kirchner estuvo casi un par de puntos debajo de la mayoría absoluta de los votantes (algo más del 50% de los votos válidos), lo que irradia su ineluctable victoria el 23 de octubre. El porcentaje de Cristina fue más o menos el mismo que Mujica en octubre de hace dos años, y lejos de un festejo provocó caras largas y desilusión en el Frente Amplio.

Pero no solo es un tema de reglas de juego (que dicho sea de paso no es un asunto menor), sino de arquitectura política. En Uruguay la oposición la componen dos grandes partidos y un tercero de menor porte pero que puede devenir en decisivo. Los dos grandes partidos cogobernaron en los veinte años anteriores al Frente Amplio, se coaligaron electoralmente en 1999 y muy posiblemente se hubiesen vuelto a coaligar si en noviembre de 2009 el Frente Amplio hubiese llegado con serias dificultades para ganar el balotaje frente a una oposición unida. Lo que para el Frente Amplio resultó esencial haber obtenido ese circa 50% de los votos válidos que le otorgaba la mayoría absoluta parlamentaria, y entonces sí, poder asegurar la retención del gobierno. No solo se requiere de un gobierno electoralmente fuerte sino de una oposición no menos fuerte.

En Argentina, la oposición fue incapaz de articular una alternativa. Tres candidatos más o menos igualados con el respaldo de un octavo a un décimo del electorado cada uno, como cabezas opositoras, es la expresión misma del desconcierto y la incapacidad de la oposición. Pero no solo es un tema de incapacidad para articular alternativas ni de disputas de aspirantes a prima donna. Hay entre ellos diferencias ideológicas sustantivas. Las hay también en el gobierno, pero con una presidencia asaz fuerte, casi autoritaria, esas diferencias se absorben.

En Uruguay, en los veinte años siguientes a la restauración democrática gobernó un arco político desde el centro a la derecha, y la oposición estuvo desde el centro a la izquierda. Desde hace siete años gobierna un arco político del centro hacia la izquierda, y la oposición se sitúa desde el centro a la derecha. Con las naturales superposiciones fronterizas ¿Alguien es capaz de dibujar un eje izquierda-derecha en el gobierno y en la oposición argentinas? ¿Cómo diablos podían construir una alternativa opositora el socialista Binner junto a fuertes libremercadistas como Macri o de Narváez, o a derechistas populistas como Duhalde?

La gran lección es que en para decidir una elección es tan importante la fortaleza de una alternativa como las fortalezas del gobierno.