17 Jun. 2012

¿Qué sentido tiene votar listas?

Oscar A. Bottinelli1

El Observador

Los partidos formulan su oferta en dos planos: en el presidencial una oferta única, común al partido, que pretende reflejar la totalidad del partido, y en el parlamentario una oferta variada, donde se expresan las diferentes tendencias que conforman ese partido. [...] Desde 2005 el país camina aceleradamente hacia un cambio sustantivo de lógica política, que más parece un retorno a las concepciones sistémicas del siglo XIX.

Renán Rodríguez, uno de los mayores expertos electorales del Uruguay, destacado político batllista, atribuye a Gabriel García Márquez haber escrito en El País de Madrid: el sistema electoral uruguayo es tan complicado, que ni los propios uruguayos son capaces de entenderlo2. Lo primero es correcto, pero el tema es que la complejidad del sistema electoral se corresponde con la complejidad del sistema de partidos, que no fue producto de laboratorio sino del devenir histórico, de cómo se fue dando la conformación de los partidos a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Lo segundo es correcto solamente en el plano del conocimiento intelectual, de su manejo teórico; no es correcto desde el punto de vista fáctico, en cuanto a que los actores políticos y los electores comprenden cabalmente el sistema, como para no equivocarse unos en sus juegos políticos y no equivocarse los otros sobre los efectos de su decisión de voto.

Desde hace más de un siglo rige en el país el sistema del Múltiple Voto Simultáneo3. Para ambas cámaras parlamentarias se vota en forma simultánea por un partido (lema) y por una corriente, fracción o sector en forma de lista o nómina de candidatos. En el primer caso, pues, desde el punto de vista lógico el elector hace dos elecciones, dos selecciones, en pasos sucesivos: en primer lugar escoge un lema o partido, y en segundo lugar, dentro de ese partido, escoge una fracción4. Las diferentes listas de candidatos reflejan por un lado la competencia entre diferentes personas para ocupar las bancas parlamentarias, pero por otro lado esos conjuntos de personas expresan además diferentes matices en la concepción programática del partido, expresan diferencias conceptuales a veces muy importantes. Desde la creación del estado moderno es posible identificar la existencia de dos grandes corrientes programáticas en el Partido Colorado, una originalmente con visiones de tinte más conservador y otra de tinte más reformista, que en las últimas décadas -hasta la eclosión de 2004- se expresó en una corriente más socialdemócrata y otra más afín al libremercadismo. Algo parecido ocurre en el Partido Nacional, donde siempre existió una corriente más conservadora y otra más progresista. Esas corrientes a veces se expresaron en forma estrictamente dual (Foro Batllista vs. Batllismo Lista 15; Movimiento Nacional de Rocha vs. Herrerismo) y otras veces las dos corrientes no quedaron tan visibles al expresarse a través de múltiples listas o múltiples sublemas.

Por otro lado, desde la Constitución de 1967, para presidente y vicepresidente de la República los lemas concurren con una fórmula única de candidatos. Desde que hay fórmula única por lema, se pueden distinguir dos grandes lógicas para la elaboración. Una es cuando el candidato vicepresidencial oficia como una proyección del candidato presidencial, un complemento del mismo, un sustituto o alter ego, como en los casos de Rodolfo Nin Novoa (con Vázquez) o Hugo de León (con Bordaberry). La otra lógica es cuando el candidato a presidente refleja el ala dominante del partido y el candidato a vicepresidente busca reflejar la otra ala, para que en conjunto aparezca representada la totalidad el partido con sus grandes matices. Claro ejemplo de esto último fueron las fórmulas Jorge Batlle-Luis Hierro López, José Mujica-Danilo Astori y Luis Alberto Lacalle-Jorge Larrañaga. En la última elección además, tanto el Frente Amplio como el Partido Nacional presentaron sus fórmulas a título de diarquía gobernante.

De todo lo anterior surge que los partidos formulan su oferta en dos planos: en el presidencial una oferta única, común al partido, que pretende reflejar la totalidad del partido, y en el parlamentario una oferta variada, donde se expresan las diferentes tendencias que conforman ese partido. La lógica electoral subyacente es que los electores optan primero por un lema (fórmula presidencial incluida) y en segundo lugar, dentro de ese lema, optan por una corriente o un conjunto de candidatos. La lógica gubernativa subyacente es que el lema y su fórmula presidencial expresan un macro programa, una macro visión del país, que al desarrollarse en el gobierno tendrá más énfasis para un lado o para el otro, en función del diferente peso que adquieran las corrientes en el voto parlamentario.

Dicho de otra manera, si un partido tiene una conformación interna en el eje liberalismo económico-socialdemocracia, independientemente de quien sea su candidato presidencial no podrá o no deberá llevar una política excesivamente libremercadista si la abrumadora mayoría vota por la corriente socialdemócrata, o a la inversa. El vector del gobierno apuntará más hacia un lado o hacia el otro, como producto del peso relativo de las diferentes corrientes o listas en el plano electoral y en el plano parlamentario.

Esta es la lógica del sistema. No es una explicación en un plano teórico alejado de la realidad, sino la teorización de la realidad. Es la lógica jurídica, politológica, sociológica, política y electoral del sistema. Con este sistema, entonces, y basta su descripción, no es sostenible la tesis de que quien gobierna es una sola persona, el presidente de la República, que es quien designa y destituye, quien proyecta las leyes y obliga a votarlas. Por supuesto que cabe defender un sistema de esta última naturaleza, que es tan vieja como el Estado mismo, y se conoce como el nombre de autocracia. La última autocracia plena de una gran potencia fue la Rusia zarista anterior a 1905. Pero no solo la autocracia es lo opuesto a la democracia, sino que una especie de autocracia entendida como un liderazgo que no admite el menor debate ni discusión, es lo más opuesto a la lógica del sistema uruguayo, del sistema de gobierno, del sistema de partidos y del sistema electoral. Si se piensa que lo único que importa es la elección del presidente (sin considerar cuál es el vice ni para qué), surge la pregunta: ¿Y para qué votar listas? ¿No sería lo mismo que el elector sortease un número y escogiese el número de hoja de votación que surja del sorteo? Porque no es indiferente votar -por ejemplo en Montevideo- la 2121, la 90, la 609 o la 1001 en el Frente Amplio; la 71 o la 2004 en el Partido Nacional; la 10, la 15 o la 2000 en el Partido Colorado. Cada opción quiere decir que dentro de las grandes visiones de país y de sociedad que expresa el partido y su fórmula presidencial, el elector se inclina por una línea más moderada, más intermedia o más radical, más pro mercado o más pro Estado, más políticamente liberal o más autoritaria, más culturalmente liberal o más conservadora.

El voto por listas o por corrientes es muy importante para determinar la correlación de fuerzas dentro de cada partido, pero es esencial al interior del partido de gobierno, máxime si éste cuenta con mayoría absoluta parlamentaria.

Entonces hay muchas cosas que es necesario refrescar, en esta tendencia hacia un hiperpresidencialismo fundamentado en concepciones autocráticas. Una, el sistema de gobierno es semiparlamentario: el gobierno es el producto de combinar la elección presidencial con la conformación de una mayoría parlamentaria. Dos, el Poder Ejecutivo (el gobierno en el sentido usual del término) no es unipersonal sino pluripersonal, colegiado, colectivo: gobierna un presidente junto con un Consejo de Ministros, en el cual el presidente es un voto más. Tres, el elector no vota una persona para presidente sino una fórmula, y cuando ésta es políticamente combinada, vota para que la conducción sea producto del equilibrio de esa fórmula. Cuatro, los parlamentarios no son elegidos solo para votar leyes y mucho menos son elegidos (los de la mayoría) para votar solamente por sí lo que envíe el presidente; los parlamentarios son elegidos para votar leyes y sostener un gobierno, el cual debe ser el reflejo político de la mayoría parlamentaria.

Desde 2005 el país camina aceleradamente hacia un cambio sustantivo de lógica política, que más parece un retorno a las concepciones sistémicas del siglo XIX.


1 Catedrático de Sistema Electoral de la Universidad de la República, Facultad de Ciencias Sociales

2 Ver Presidencialismo y parlamentarismo, El arribo del hiperpresidencialismo y El fortalecimiento de la Presidencia y también ver ¿Cuál es la lógica institucional? y Cuando Tabaré apoyó a Vázquez, todos en El Observador.

3 Ver también O Jogo de Bicho na Politica, El voto y la adhesión a partidos y El voto como forma de proyección, todo en El Observador

4 Para simplificar el análisis, se excluye el juego de diferenciación entre el nivel sublemas por un lado y el nivel listas de candidatos, por otro