20 Abr. 2014

¿Hay un sistema de Naciones Unidas?

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Análisis sobre el Sistema de Naciones Unidas, los principios que guían las organizaciones que lo componen, y el desafío de que los objetivos de las mismas no sean opuestos y excluyentes.

Cualquiera que busque informarse sobre la compleja estructura de organización planetaria, leerá y oirá a cada paso sobre “el sistema de Naciones Unidas”. Cuando se lo describe, se encuentra que existe un Parlamento llamado Asamblea General donde cada país cuenta un voto (desde Naurú hasta China), un Consejo de Seguridad donde las que fueron potencias hace setenta años tienen un status preferente, un máximo tribunal de justicia, otro tribunal penal y una vasta red de organismos independientes o autónomos, que regulan el comercio, las telecomunicaciones, el trabajo de la gente, los derechos humanos, la educación, la ciencia y la cultura, el ambiente, la meteorología, la aviación civil, el transporte, la salud, la energía atómica, entre otras áreas de interés. El sistema cuenta con un banco y un organismo financiero, que tiene algunas funciones de Banco Central. Al costado del sistema de Naciones Unidas, como especie de addenda al mismo, existe una proliferación de instituciones también planetarias surgidas de diferentes acuerdos internacionales.

El sistema de Naciones Unidas se considera a sí mismo, o sus diferentes integrantes lo consideran, un sistema, vale decir, “un conjunto de reglas o principios sobre una misma materia racionalmente enlazados entre sí o, dicho de otra manera, un “conjunto de cosas que relacionadas entre sí ordenadamente contribuyen a un determinado objetivo”1. Surge con mediana claridad que un sistema no es un agregado de cosas, de organismos, instituciones o personas, sino que requiere necesariamente que sus partes estén enlazadas entre sí, que están relacionados ordenadamente a los efectos de entre todas contribuir a un determinado objetivo, a un objetivo común. Parece ser que la literatura descriptiva y apologética presenta la cosas así.

Para empezar, no todos los países adhieren a todos los organismos ni las reglas de decisión son las mismas o responden a la misma lógica. Aquí ya hay algo que hace que el sistema ya no sea uno, sino varios, ya que no parece que haya un ordenamiento dirigido a un mismo objetivo.

A poco de andar se encuentra que los objetivos explícitos de los organismos son bastante diferentes entre sí, que cada uno responde a concepciones filosóficas o políticas diversas y hasta opuestas. Quien mire la Organización Mundial de Comercio (OMC) se encuentra que el sustrato obvio de su existencia y su funcionamiento responde a las más ortodoxas concepciones del libre mercado (inclusive del libre mercado ideal, no del efectivamente practicado en el mundo terrenal). Más acentuadamente aún tanto el Banco Mundial (BM) como el Fondo Monetario Internacional (FMI) respondieron ortodoxamente a esa misma concepción ideológica, hasta que entraron en un relativo zig zag, sin olvidar la matriz de su pensamiento librecambista, que tiene un sentido fundacional. Pero además la composición del uno y del otro no responde a la lógica de la igualdad de las naciones como sujetos de derecho internacional, sino que responde a la lógica de las sociedades anónimas o de las sociedades de capital., con un cierto dejo de presencia de las naciones. Y si se va a la constelación satelital del sistema aparece el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), que tiende a considerar que la defensa del capital y del inversor está por encima de casi todos los demás valores tutelados por el sistema de Naciones Unidas, incluida la salud. Pero además en materia de metodología jurídica se apega más bien al derecho sajón o al menos minusvalora el formalismo procesal propio del derecho romano. La Corte Internacional de Justicia (CIJ) también tiende a despegarse del formalismo procesal y ha entrado en algunos manejos contradictorios y zigzagueantes a la hora de la contraposición entre el derecho a la integridad territorial de los estados y el derecho a la autodeterminación de los pueblos, o partes de pueblos.

En la otra punta aparecen la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) como exponentes ortodoxos del welfare state, con una larga normativa y jurisprudencia en línea más o menos socialdemócrata. A veces es muy difícil congeniar las posiciones de la OMC con las de la OIT. A vía de ejemplo, un país cuya praxis esté muy alejada de las normas y recomendaciones de la OIT, puede producir a bajo costo, como resultado de baja o nula protección social y bajos niveles salariales, y para la OMC esos productos deben ingresar libremente a los demás países, en franca competencia con los productos de países con altos niveles salariales y de beneficios sociales. La crisis europea tiene muchas causas, pero una no menor es la desindustrialización que produce la imposibilidad de producir con los salarios y protección social europeos frente al precio de los productos chinos, sin duda con salarios muy escasos para la vida y con raleada protección social.

Sin entrar a otras contradicciones, como que el Consejo de Derechos Humanos está integrado por países que contemplan y aplican la pena de muerte, por países cuya policía ataca a latigazo limpio a las mujeres en pantalones, países que aplican la pena de latigazos a mujeres en minifalda o escotes profundos, o que penan con la muerte a pedradas a mujeres que tengan relaciones sexuales extramatrimoniales, incluido el caso en que esas relaciones fueron producto de una violación. Pero esos países juzgan a otros en derechos humanos. O la UNESCO (la organización dedicada a la educación, la ciencia y la cultura) que pese a fomentar de manera genuina y amplia la investigación histórica, en sus resoluciones se cuela de forma constante un viento de antisemitismo.

Parece llegada la hora de reflexionar sobre este cúmulo de organizaciones planetarias (para no hablar de las diferentes estructuras regionales) con principios tan diferentes y con objetivos que pueden llegar a ser opuestos y excluyentes.


1 Diccionario de la Real Academia Española, primera y segunda acepciones