24 Jul. 2016

De democracia y proporcionalidad

Oscar A. Bottinelli1

El Observador

La definición de qué es una democracia es harto compleja […] centrado (el análilsis) en los aspectos políticos de la democracia pluralista … aparece un problema significativo como lo es la igualdad de los efectos del voto […] si la representación política tiene un grado de correlación con el mapa político del electorado (Si) paráfrasis delMirabeau: el Parlamento debe ser a la ciudadanía lo que un mapa a escala reducida es al territorio.

La definición de qué es una democracia es harto compleja. La OEA acordó una Carta Democrática, que analizada exhaustivamente lleva a la conclusión que en todo el hemisferio hay solo dos países democráticos: Canadá y Uruguay. El Democracy Index de The Economist hace una clasificación de casi 170 países y concluye que hay solo 24 democracias plenas (full democracies) en el mundo. Es que la democracia se considera tal, en las versiones más actuales, cuando comprende no solo buenos procesos electorales y pluralismo, sino exigencias de funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democracia y libertades civiles. Hay una corriente que agrega la necesidad de equidad social, trabajo para todos, bajo nivel de desigualdad económica, bajo nivel de desigualdad social, no discriminación de elementos invariables de la personalidad, educación al alcance de todos, bajo nivel de corrupción, respeto a la vida, sustentabilidad del ambiente.

Ahora bien, conviene como herramienta de trabajo ubicar este análisis en un umbral de mínima y no de máxima, centrado en la poliarquía pura, es decir, en los aspectos políticos de la democracia pluralista. Y allí aparece un problema significativo -que de paso, no es nada menor tener en cuenta a la hora de estudiar el financiamiento político, de los partidos y las campañas- como lo es la igualdad de los efectos del voto. Durante largo tiempo se hizo hincapié que hay algunos requisitos básicos para considerar que hay elecciones competitivas en un marco poliárquico, si el voto es universal, secreto, igual y directo, producto de actos basados en un electorado previamente determinado (es decir, basado en un padrón aceptado por todos) y en procedimientos preestablecidos de transformación de los votos en cargos o decisiones. Y en el caso de voto igual se consideró el punto de partida y no el de llegada, es decir, que todos los electores tuviesen un solo voto o una misma cantidad de votos, sin diferenciación alguna de ninguna naturaleza (en particular, raza, clase social, sexo, edad -excepto la necesidad de un mínimo para votar- religión, idioma, características físicas).

Este es un ángulo que absorbió el mayor tiempo del siglo XX en la discusión y las exigencias de praxis para considerar la igualdad del voto y excluir como democracias a países que no lo practicasen. Esa es la razón por la cual los Estados Unidos de América no fueron considerados plenamente democráticos hasta 1972 y la Confederación Suiza hasta 1973 (contra lo que muchos creen y repiten, ninguno califica como la democracia más antigua del mundo).

La discusión moderna en el plano académico, a contrapelo del avance práctico en sentido contrario, pone el acento en la igualdad de los efectos del voto, es decir, si la representación política -normalmente expresada en el Parlamento, Congreso o cámaras legislativas- tiene un grado de correlación con el mapa político del electorado. En paráfrasis del revolucionario francés Conde de Mirabeau: el Parlamento debe ser a la ciudadanía lo que un mapa a escala reducida es al territorio. Vale decir, el Parlamento debe reflejar lo más ajustadamente posible el diseño que forman las opiniones de los electores.

Desde este ángulo, se considera que hay una mayor democracia política o una mayor poliarquía, o una democracia o poliarquía más plenas, cuanto más pura es la proporcionalidad de los órganos representativos. De donde, en este ángulo, cuanto mayor es la correlación entre el porcentaje de votos y el porcentaje de bancas, mayor es el indicador de democracia política. Para empezar, ello supone que no puede haber una real democracia política plena si no hay proporcionalidad pura en la adjudicación de los cargos o bancas. Naturalmente, con las limitaciones propias de las matemáticas, porque no se puede adjudicar a un partido 2,5 bancas ni a otro 0,7 bancas. Sin duda, cuanto mayor es el total de cargos de un cuerpo, es más posible ir a una proporcionalidad más exacta; y en cuerpos o circunscripciones pequeñas, la proporcionalidad no existe, es una ficción. Una vez aceptado el concepto de proporcionalidad pura, surge la discusión de cuál método de adjudicación de bancas es más puro, o más exacto, o produce menos desviaciones, en una discusión centrada fundamentalmente entre el d'Hondt (que se aplica en Uruguay desde 1925), el St. Laguë modificado/Webster y el Hare/Niemeyer (también conocido como de Mayor Resto). Pero eso es una discusión para exquisitos, es decir, para países que ya han alcanzado una proporcionalidad pura, o representación proporcional integral, y buscan escoger el método más refinado, que asegure la pureza más exquisita. Por supuesto, no hay posibilidad alguna de proporcionalidad pura si se aplican barreras de acceso a la distribución de cargos (como Alemania como caso paradigmático) o premios (como Italia en la ley vigente hasta las elecciones de 2013, el llamado “Porcellum”).

El tema es que en el mundo lo que predomina es la desproporcionalidad. Un caso extremo lo es el Reino Unido, que en las pasadas elecciones del año pasado resultó que 1 voto por el United Kingdom Independent Party equivale a 168 votos al Conservative Party. El Brexit demostró entre otras cosas, en lo que atiene a la sistémica electoral, que los plebiscitos muestran un mapa completamente diferente al mapa parlamentario, porque en los plebiscitos todos los votos valen 1 y en la matemática parlamentaria 1 voto puede valer por 168. Quizás un caso algo menor pero muy fuerte es el de Italia, donde la coalición más votada, con apenas 0,37% más que la segunda, obtuvo 344 bancas contra 125 de su principal adversario. Pero son muchos los países clasificados como democracias plenas con fuertes sesgos en los votos, como Canadá, Costa Rica, España, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Japón. Este es un fuerte tema de necesario debate a la hora de discutir los conceptos de democracia política.


1 Catedrático de Sistema Electoral de la Universidad de la República (Facultad de Ciencias Sociales, Instituto de Ciencia Política)