06 Oct. 2018

Escoger un vice es complicado

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Cuando se elabora una fórmula presidencial, lo que más se busca es el diseño de la misma […] (pero requiere ser) Uno, que esté en condiciones de conducir al país si se da el caso de cese, muerte o renuncia del presidente de la República. Dos, que juegue como número dos del Poder Ejecutivo.Tres, conductor y articulador del funcionamiento parlamentario. Y cuatro, articulador entre el Parlamento (o la mayoría parlamentaria oficialista) y el Poder Ejecutivo.

Es sucesor presidencial, conductor parlamentario y triple articulador

En momentos en que se empieza a discutir el tema de las fórmulas presidenciales -tema de especial énfasis hoy en el Frente Amplio y el año que viene en todos los demás- cobra relevancia analizar el rol del vicepresidente de la República, algo absolutamente confuso y plástico en el esquema institucional del país. Desde 1934, con interrupciones varias, la persona elegida como vicepresidente de la República es a su vez presidente de la Cámara de Senadores y de la Asamblea General, vale decir, en términos de uso habitual, presidente o cabeza del Parlamento.

Cabe advertir que esa doble cualidad es de corta vida en la historia del país, como que se creó en 1934, y deja poca experiencia acumulada: 58 años, 35 de los cuales entre la restauración democrática y el fin de este periodo de gobierno; tan solo 23 entre su creación y el golpe de Estado. En esta etapa anterior existió interrumpidamente en tres periodos: 1934-1942, 1943-1952 y 1967-73. Pero de esos 23 años, solo durante 11 años y medio la persona elegida vicepresidente de la República fue asimismo presidente de la Asamblea General, ya que en los otros 11 años y medio el titular murió, pasó a desempeñar la Presidencia de la República o su función vicepresidencial se separó de la titularidad del Parlamento. Inclusive en esta última etapa, de los 35 años habrá 4 en que el titular electo o murió (Hugo Batalla) o renunció (Raúl Sendic). De todo lo anterior surge que la experiencia acumulada de una persona elegida vicepresidente de la República y ex-officio presidente de la Asamblea General, es de tan solo 42 años y medio en total.

Por otro lado hay que ver los 15 años y medio en que la Presidencia de la Asamblea General es ocupada por alguien electo senador. De los cuales 4 años corresponden a esta etapa política: el año y medio de Hugo Fernández Faingold y los 2 años y medio que cumplirá Lucía Topolsanky.

Cuando se elabora una fórmula presidencial, lo que más se busca es el diseño de la misma, ya mediante un candidato vicepresidencial que complemente, refuerce o prolongue al candidato presidencial, ya como un equilibrio entre corrientes políticas, en que los dos casos más explícitos fueron los de Jorge Batlle-Luis Hierro López y de José Mujica-Danilo Astori. Pero en general cuando se barajan nombres para la candidatura vicepresidencial se toma en cuenta más los factores electorales que los atinentes al ejercicio en el gobierno.

Y el ejercicio de las funciones es muy delicado. Desde el punto de vista estrictamente constitucional, de la constitución formal, es muy simple: las cualidades del cargo deben ser pura y exclusivamente la de conductor y articulador parlamentario, y tener condiciones para ejercer la Presidencia de la República si se diera el caso, como les ocurrió a Luis Batlle Berres y a Jorge Pacheco Areco.

Desde el punto de vista de lo que ha devenido en la constitución material o sustantiva, o de la praxis política, el phyisique du rol es altamente complejo. La descripción del puesto para un selector de personal: Uno, que esté en condiciones de conducir al país si se da el caso de cese, muerte o renuncia del presidente de la República. Dos, que juegue como número dos del Poder Ejecutivo, en yunta con el presidente. Tres, conductor y articulador del funcionamiento parlamentario; especialmente articulador de la mayoría parlamentaria (ya fuere monopartidaria o en coalición) y articulador del oficialismo con la oposición. Y cuatro, articulador entre el Parlamento (o la mayoría parlamentaria oficialista) y el Poder Ejecutivo.

Este cúmulo de atributos se hace más necesario aún, especialmente los dos referidos a la articulación parlamentaria y parlamento-Ejecutivo, si se da el caso de un presidente de la República de nula o escasa experiencia parlamentaria. Especialmente si es un presidente que, aunque contase con un pasaje por el Parlamento, no haya cumplido una función clara en esa élite parlamentaria que lo conduce, que articula a propios y extraños.

Es muy claro que cuando el Frente Amplio seleccionó a Raúl Sendic, o cuando Pedro Bordaberry escogió a Hugo de León o a Germán Coutinho, en ninguno de los dos casos se prestó atención alguna al rol de conductor y articulador parlamentario que recae sobre el vicepresidente de la República. Más aún, sin haber sido elegida, ahora que esa doble función la cumple Lucía Topolansky, se ve su importancia, y la carencia que hubo en la primera mitad de este gobierno.

Puede sostenerse, y es una tesis válida, que lo más relevante para el vicepresidente de la República son sus condiciones como número dos del equipo presidencial y eventualmente como sucesor presidencial. Pero en ese caso adquiere una importancia singular las figuras que van a encabezar las listas senatoriales con potencialidad de ser la más votada del lema que obtenga la Presidencia de la República; la persona a la que se llama -en un argentinismo uruguayizado- el /la primer(a) senador(a).

En este caso, cuando la calidad de lista más votada entra dentro de las más amplias probabilidades, se está ante un juego triangular. Si hay dudas entre dos listas, el juego de selección es tetraédrico; son cuatro los nombres en danza. Pero esto supone necesariamente -lo que no siempre ocurre- que la fracción o cada una de las dos fracciones con potencialidad de constituirse en la lista más votada, tengan el cuidado de elegir a su primer candidato en función de su calidad de conductor y de articulador parlamentario, de múltiple articulador (dentro del oficialismo, del oficialismo con la oposición, de la mayoría oficialista con el Poder Ejecutivo). Como se sabe, las necesidades electorales y los pesos propios al interior de las fracciones, no implican actuar como un selector de personal. También se sabe que un partido como conjunto no va más allá de la definición de la fórmula presidencial; la frontera de la confección de las listas senatoriales es infranqueable y cabe el principio de no intervención. Además, cuantas más personas sean necesarias para la conformación del binomio, del trinomio o del tetranomio, más complejo se vuelve el asunto. Vale la poner estas reflexiones sobre la mesa.