27 Oct. 2018

De eso (por ahora) no se habla

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Uruguay es un país esencialmente poblado por gente oriunda de otras tierras […] De esa gran oleada provienen … siete de cada diez uruguayos […] Esa inmigración … producto de un diseño específico de lo que se quería: qué tipo de población, de dónde, con qué formación y para qué […] Ahora, hace muy poco, apenas unos minutos en los tiempos históricos, el país vive un fenómeno de relativa ola inmigratoria (que) no es producto de ningún estudio ni de ningún programa […] En un país que se ve a sí mismo como tolerante y fraterno cuesta mucho discutir un tema como el inmigratorio, que tiene olor a racismo y a xenofobia

Tarde o temprano habrá que no tener miedo a hablar de la inmigración

Uruguay es un país esencialmente poblado por gente oriunda de otras tierras. Hay una población de la Banda Oriental que se conforma con españoles y portugueses venidos en el proceso colonizador, de negros traídos a la fuerza desde África, de unos y otros mezclados con poblaciones indígenas; unos y otros llegados directamente, o previo pasaje por la otra orilla del Plata o desde el territorio brasileño. Luego aparecen diversos empujes migratorios hacia la recién constituida república independiente. El año 1870 es un punto de inflexión en la sociedad de esta marca, con el fin de la Guerra de la Triple Alianza, el ingreso de capitales y tecnología europea (basicamente británica), la modernización de la economía y el inicio de un proceso de migración masiva. Con etapas de altas y bajas, es un proceso que comienza en esos años setenta del siglo XVIII y se apaga a la mitad de los años cincuenta del siglo XX; algo más de ocho décadas. Llegaron directamente de Europa o lo hicieron previo pasaje por Argentina y en menor grado por Brasil. De esa gran oleada provienen -en forma total o parcial (aunque dominante)- siete de cada diez uruguayos; los cuales son en promedio entre nietos y bisnietos de inmigrantes, es decir, sus abuelos o sus bisabuelos nacieron en Europa.

Esa inmigración fue querida, al menos por la élite dominante. Fue producto de un diseño específico de lo que se quería: qué tipo de población, de dónde, con qué formación y para qué. Así se perfeccionó ese plan con la ley de 1890. Ese programa se puede compartir o no, puede ser calificado de racista (sin duda lo fue, cuando discrimina en forma explícita a asiáticos, africanos y descendientes de indígenas). Pero racista o no, denota una idea clara de objetivos.

Después Uruguay gira velozmente 180 grados y pasa a ser un país de emigración. Es de la década del sesenta del siglo pasado cuando aparece la ironía, que se ubica en un real o presunto cartel en el Aeropuerto de Carrasco: “El último que se vaya, que apague la luz”. Es decir, a menos de una década de agotada la ola inmigratoria, estaba en auge la ola emigratoria. De los distintos empujes de emigración económica más el gran empuje de exilio político es que surge la discusión en boga que parte aguas: los uruguayos en el exterior, su voto y su ciudadanía.

Ahora, hace muy poco, apenas unos minutos en los tiempos históricos, el país vive un fenómeno de relativa ola inmigratoria, casi toda ella latinoamericana, un revival con diferente lengua y color. Llegan a estas tierras venezolanos, dominicanos, cubanos, como antes peruanos; y por supuesto, brasileños. La política oficial ha sido abrir las puertas, facilitar los trámites (al punto del absurdo de tener dos oficinas de migración en dos ministerios diferentes, según se provenga de Unasur o de fuera de Unasur), facilitar la reválida de títulos (y en verdad no mucho más)

Así es que la población se encuentra, y reacciona de manera diferente y hasta opuesta, con personas con fisonomía diferente, pero sobre todo con habla diferente. Se encuentran en los ómnibus, los taxis, los uber, la panadería, el supermercado; también en las policlínicas. Como pasa con la mayoría de los inmigrantes voluntarios, con cierta independencia de lugar y tiempo, buscan nuevos horizontes; llegan con ganas de trabajar y mucho, de hacerse un futuro.

Esta inmigración no es producto de ningún estudio ni de ningún programa. Fue el abrir las puertas, con una mezcla de argumentos demográficos (Uruguay tiene poca población, y además envejecida) y de argumentos humanitarios. Y punto. Se diga o no se diga, no son pocos los que ven lo que han visto antes en la América del Norte sajona o en Europa: llega gente con ganas de trabajar mucho y de exigir poco, para hacer tareas que no gusta hacer a los nativos. Como ha pasado también en esa América del Norte sajona y en Europa, esa inmigración pasa inadvertida mientras es escasa y en tiempos de prosperidad.

Más allá de sentimientos políticos o religiosos, de los impulsos por la fraternidad humana, la historia es lo suficientemente cruel como para mostrar que la fraternidad y el humanitarismo no resisten las épocas de crisis. Y esa fraternidad y ese humanitarismo comienza a disminuir a medida que los cinturones se aprietan.

Uruguay es un país poblacionalmente insignificante, como que es menos de la mitad del uno por mil de los habitantes del planeta; si duplica la población con alguna holgura, puede llegar a ser el uno por mil. No es chico en superficie, por lo que tiene una densidad muy baja. Entonces, cabe mucha gente. Pero la poca que hay no toda vive bien, ni está fuera de la pobreza o no está libre de volver a la pobreza. Hay poca gente pero hay bastantes desocupados. Tampoco hay de manera ostensible falta de producción por carencia de trabajadores. Hay sí un gran envejecimiento y por tanto una complicada tasa de remplazo. La cosa es complicada.

En un país que se ve a sí mismo como tolerante y fraterno cuesta mucho discutir un tema como el inmigratorio, que tiene olor a racismo y a xenofobia. Entonces, por ahora, se adopta la conducta del “de eso no se habla”. El tema es que los procesos históricos no se detienen porque se mire para el costado, y tarde o temprano las realidades golpean; cuanto más tarde, con mayor fuerza y desagrado. Entonces, antes que sea tarde, más vale iniciar una discusión en profundidad, sin cargas emocionales (por supuesto después del ciclo electoral) sobre qué quiere la sociedad uruguaya -y en particular sus élites política, social, económica- en materia demográfica. A qué tamaño de sociedad se aspira, qué capacidad de absorción puede haber; qué inmigración, de dónde, con qué composición social; para qué, cómo y cuándo. Es retomar la discusión de fines del siglo XIX con parámetros del siglo XXI, que son muy diferentes. Pero retomar la discusión y no mirar para el costado.