03 Nov. 2018

Si el Frente Amplio no despierta

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En Brasil el domingo pasado se produjo un huracán político […] El beneficiario es Jair Bolsonaro, un hombre que no es ni demócrata ni respetuoso de los derechos humanos [...] En términos uruguayos surge una diferencia significativa. Quien quiera abandonar el Frente Amplio no tiene que tragarse el sapo de un extremista de las características de Bolsonaro (que) ha hecho sonar la alarma en el Frente Amplio. Ya no hay demasiado tiempo para que una parte de (su) dirigencia siga mirando para el costado y barriendo bajo la alfombra

Bastó un swing del 6% para que la izquierda brasileña perdiese el poder

En Brasil el domingo pasado (octubre 28) se produjo un huracán político y vale la pena analizar lo que impacta en el comportamiento político y electoral de los uruguayos. Ante todo hay que precisar los datos de lo ocurrido.

En primer término, el swing electoral en el balotaje desde la izquierda a la derecha fue importante, pero no extraordinario: 6 puntos porcentuales; entendido por izquierda lo que en 2014 votó a Dilma Rouseff y en 2018 a Fernando Haddad, y por derecha lo que en 2014 votó a Aécio Neves y en 2018 a Jair Bolsonaro. En segundo lugar, el verdadero huracán se produjo a nivel presidencial en el espacio que va desde el centro a la extrema derecha, donde quedan minimizados tanto el centro derecha como la derecha moderada, y ven desplazar la abrumadora mayoría de su electorado hacia la extrema derecha.

El beneficiario es Jair Bolsonaro, un hombre que no es ni demócrata ni respetuoso de los derechos humanos, que defiende la dictadura militar en Brasil (y las demás del Cono Sur), exalta la tortura y el asesinato político, promueve el gatillo fácil y el romperle la cabeza a los rojos, exhibe claro machismo, misoginia, homofobia, racismo. La descripción no es nada exagerada. Y es importante para marcar que exhibe las características opuestas a los valores exaltados en el mundo occidental con claridad a lo largo de tres décadas, más o menos desde mediados de los años ochenta del siglo XX hasta mediados de la década presente.

Un elemento clave de este fenómeno ha sido la percepción de un segmento de la sociedad sobre la existencia de una profunda corrupción en el Partido de los Trabajadores o en los gobiernos liderados por el PT. Impacto que fue mitigado por la otra percepción: que hubo una campaña mediática contra la corrupción en torno al PT pero no en torno a dirigentes del otro lado y que el elemento más relevante desde el punto de vista político y electoral, la proscripción de Lula, fue parte de un proceso judicial politizado para incidir en las elecciones.

A pesar de estos frenos el 6% del electorado brasileño giró en contra del PT, y lo hizo hacia un referente ideológico de los valores extremos descritos. Lo clave, desde el punto de vista del resultado presidencial final, son precisamente esos votantes del PT (de Dilma) que giraron hacia Bolsonaro; los que abandonaron la izquierda. En términos uruguayos surge una diferencia significativa. Quien quiera abandonar el Frente Amplio no tiene que tragarse el sapo de un extremista de las características de Bolsonaro. Cualquier candidato presidencial en este país tiene claras credenciales de adhesión a la democracia en la forma y en la sustancia de este país. Ni de Lacalle Pou, Larrañaga o Antía entre los blancos, ni de Sanguinetti, Talvi o Amorín entre los colorados se puede dudar de sus convicciones democráticas y de adhesión a los valores de los derechos humanos. Puede haber desde la izquierda las mayores aprensiones sobre sus ideas políticas, económicas, filosóficas, pero no hay sapos a tragar del tipo Bolsonaro. Por tanto, el swing electoral no requiere de un salto mortal, sino de un deslizamiento.

Además, de la justicia brasileña se puede dudar: solo el 27% de lo brasileños confía en el Poder Judicial y es muy alta la desconfianza interna y externa en la proscripción de Lula. De la Justicia uruguaya nadie duda de su independencia en temas políticos; por tanto, un procesamiento es un procesamiento, sin más.

La percepción de corrupción, cuando existe, golpea más a la izquierda que a la derecha ¿Por qué? Primero porque viene de relevo, y lo que viene de relevo llega con una imagen de mayor pureza que quienes están largo tiempo en el poder. Lo segundo es porque las izquierdas en general, hasta no hace mucho, gozaban de lo que Rafael Bayce llamó un “aura de santidad”, aun para buena parte de los ajenos, sobre todo en lo referido a “meter la mano en la lata”. Esto era considerado algo absolutamente impensable para los propios. Cuando ocurre, entonces, cuando se considera que se violan principios éticos, la desilusión es mucho más fuerte, la condena social es más grave.

Lo de Brasil demuestra que no se requiere que todos los izquierdistas cambien de opción política cuando se desilusionan por la corrupción, ni siquiera la mayoría, tampoco una significativa minoría, tan solo necesitó que fuese el 6% del electorado, el 12% de los suyos. En Uruguay las cifras son parecidas.

Bolsonaro ha hecho sonar la alarma en el Frente Amplio. Ya no hay demasiado tiempo para que una parte de la dirigencia del Frente Amplio, en particular sus órganos dirigentes, sigan mirando para el costado y barriendo bajo la alfombra. Hay dos pronunciamientos clave del Tribunal de Conducta Política en que lo más grave de todo es que han sido ocultados a los propios frenteamplistas. Se presume lo que dicen pero no se sabe. Y no se discute sobre ellos. Mucho menos se vota sobre ello. En el último año y algunos meses se ha ido produciendo un viraje sustantivo, desde aquella unanimidad expresada en la bancada senatorial y en el Plenario Nacional en defensa de Sendic y de la gestión de Ancap. Ya nadie apela a polemizar con blancos y colorados, porque saben que el problema del Frente Amplio no es con ellos, sino consigo mismo, con los frenteamplistas desilusionados. Ya cada vez más son más los que piden pronunciamientos claros. Es allí donde se juega la elección, donde el Frente Amplio gana o pierde, y si no pierde la presidencia de la República al menos pierde la mayoría parlamentaria.

No es bueno para esos frenteamplistas desilusionados que aspirantes a la candidatura presidencial -no todos- o no hablen del tema o no lo hagan en forma categórica. Hay momentos en que no caben los eufemismos ni los circunloquios. Parecería que para ese segmento disconforme no basta con decir “Si yo fuera usted, yo me borraría”. Las estimaciones indican que en este tema el Frente Amplio juega una parte de su suerte de aquí a fin de año. Después, parecería que no le da el tiempo.