22 Feb. 2020

La mayoría y la disciplina

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En general tiende a considerarse, tanto aquí como en los países de sistema políticos competitivos, que una mayoría parlamentaria y una alta disciplina son elementos fortalecedores para una acción de gobierno […] En sentido contrario, estudios realizados en España … indican que esa mayoría absoluta y esa alta disciplina -que hacen innecesarios el diálogo y la negociación- conllevan a una cierta soberbia y un cierto autismo

Fortalezas y debilidades de la mayoría monopartidaria y la disciplina

La tenencia de mayoría parlamentaria en ambas cámaras y una actuación predominantemente compacta son dos elementos fuertes y distintivos de los tres lustros del ciclo frenteamplista (2005-2020). Ambos elementos conjugados caracterizaron un funcionamiento parlamentario y gubernamental monopartidario y poco necesitado de acuerdos políticos, los que quedaron reservados a las decisiones institucionalmente necesitadas de cierta consensualidad (leyes o designaciones que requieren dos tercios o tres quintos de votos).

En la última etapa del modelo bipartidista -contado a partir del restablecimiento de la poliarquía plena en las elecciones de 1942 y hasta el despunte del tripartidismo- de siete Legislaturas, en cinco hubo mayoría monopartidaria: cuatro del Partido Colorado (1943-47, 1951-55, 1955-59 y 1967-72) y una del Partido Nacional (1959-63). No lo hubo en el gobierno colorado de 1947-51 y en el blanco de 1963-67. Inclusive en la primera de esas legislaturas, aunque el coloradismo tuvo una holgadísima mayoría (19 votos en el Senado y 58 diputados) conformó una coalición de gobierno con el Partido Nacional Independiente, que aseguró los dos tercios en cada cámara.

Desde que despuntó y se consolidó el tripartidismo, de ocho legislaturas habidas solo existió mayoría monopartidaria en las tres frenteamplistas (2005-10, 2010-15 y 2015-20). No lo hubo en los gobiernos de cabeza colorada de 1972-73, 1985-90, 1995-2000 y 2000-2005; ni tampoco en el de cabeza blanca de 1990-95. Pero en todos ellos hubo construcción de sólidas mayorías parlamentarias, quizás con la excepción de la de 1985-90, periodo muy especial en que jugó la mayor parte del tiempo una fuerte asociación del gobierno colorado con el Partido Nacional y un espacio de concertación con el Frente Amplio.

Una diferencia sustancial entre las mayorías monopartidarias del Frente Amplio y las de los partidos tradicionales, refiere a la fisiología del sistema de partidos. En las épocas del bipartidismo clásico, el sistema no funcionó como tal, como de dos actores políticos; funcionó más como un sistema plural, de múltiples actores, a consecuencia de la amplia autonomía de las diversas fracciones. No en vano historiadores como Reyes Abadie o el sueco Göran Lindhal ven un país pluripartidista, con varios partidos colorados y varios partidos blancos.

Así es como se observó un juego de pluralidad de actores producto de la dicotomía batlismo-coloradismo independiente, o más tarde batllismo de la Lista 15 y batllismo de la lista 14, o herrerismo-anti herrerismo. En consecuencia: no hubo mayorías automáticas, las mayorías debieron ser construidas y reconstruidas en forma permanente, y en no pocas ocasiones fueron trasversales: sectores colorados asociados con sectores blancos, en confrontación con otros sectores colorados asociados a otros sectores blancos. Entonces, la necesidad de diálogo y de pacto constituyeron la constante en esa arquitectura de apariencia bipolar. Este juego de autonomía de las fracciones continuó hasta avanzado el formato tripartidista (probablemente se pueda señalar su fin con el segundo gobierno Sanguinetti, 1995-2000).

Dos detalles significativos. Uno, en el gobierno de Lacalle Herrera el acuerdo con el Partido Colorado como totalidad duró hasta el segundo año y luego continuó la asociación del Partido Nacional con dos de las tres fracciones, las encabezadas por Batlle Ibáñez y por Pacheco Areco; la reflejada en Sanguinetti se retiró del oficialismo. Dos, en el periodo 1955-59, el Partido Colorado contó con 17 senadores y 51 diputados; sin embargo, a su término, en las elecciones de 1958, uno de los slogans de la Lista 15 de Luis Batlle fue: sin mayoría parlamentaria no se puede gobernar (porque la fracción mayoritaria no contó con mayoría, en permanente enfrentamiento con la otra fracción batllista).

En el tripartidismo se produjo el cambio de la actuación predominante de fracciones a la actuación predominante de los partidos en tanto tales. Pero el Frente Amplio fue el que exhibió mayor disciplina interna, menor autonomía de los sectores y por lo tanto mayor automatismo en el funcionamiento parlamentario. Hubo algunas disidencias y en temas nada menores, como la Ley del Aborto, la anulación de la Ley de Caducidad, la Caja Militar, la Ley de Financiamiento Político, entre otros. Pero la esencia fue la acción monolítica.

En general tiende a considerarse, tanto aquí como en los países de sistema políticos competitivos, que una mayoría parlamentaria y una alta disciplina son elementos fortalecedores para una acción de gobierno. En sentido contrario, estudios realizados en España sobre la etapa final del gobierno de Felipe González (socialista) y el segundo gobierno de José Ma. Aznar (Partido Popular) indican que esa mayoría absoluta y esa alta disciplina -que hacen innecesarios el diálogo y la negociación- conllevan a una cierta soberbia y un cierto autismo; que lo uno y lo otro terminan erosionando la fortaleza del partido gobernante, limitando sus logros y generando errores de diagnóstico sobre el sentir de la población.

Es muy prematuro extraer conclusiones en relación a un gobierno que todavía no se ha ido (aunque sí se ha ido la mayoría parlamentaria consiguiente), más aun cuando se requiere el transcurso del tiempo y la sedimentación de los impactos, pero es probable que aquí en Uruguay el Frente Amplio haya sufrido los mismos problemas señalados en España. De los estudios hispánicos surge también que el tema es aideológico, que esos comportamientos no están esencialmente determinados por las ideologías o los valores, sino más por la arquitectura política y por el propio ejercicio del poder. O dicho de otra manera, que es el poder lo que determina esos comportamientos, se sea de derecha o de izquierda, conservador o liberal.

Por supuesto que no cabe deducir que es preferible un gobierno sin mayoría propia automática, que obligue a la construcción de mayorías. Ello también tiene sus dificultades, sus limitaciones, sus frenos, a veces sus imposibilidades.