07 Mar. 2020

Cuando al país no se lo refunda

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La importancia cuando el nuevo presidente afirma: “… no tenemos complejos refundacionales. […] Nos negamos a que esta nueva etapa sea cambiar una mitad por la otra de la sociedad. La unión es lo que nos piden los uruguayos […] estamos aquí, para continuar lo que se hizo bien, para corregir lo que se hizo mal y, sobre todo, para hacer lo que no se supo o no se quiso hacer en estos años”

Un presidente que no busca sustituir una mitad del país por otra

Un cambio de vector en la orientación del gobierno puede verse como un giro dentro de una gran continuidad del Estado o como un punto de quiebre, con un antes y un después, un giro histórico con características refundacionales. Ello ocurre no solo en las poliarquías, sino también cuando se producen quiebres desde el punto de vista de la institucionalidad, generalmente al darse un golpe de Estado o al salirse de un proceso golpista.

En este país, a diferencia de Argentina y de Chile y en sintonía con Brasil, el golpe militar no tuvo pretensiones refundacionales sino correctivas o quirúrgicas; no buscó fundar un nuevo régimen sino corregir lo que se consideraban falencias o patologías del mismo sistema. En la presente etapa post régimen militarista, el retorno a la poliarquía no tuvo pretensión refundacional sino de restauración de un orden preexistente. En cambio, la llegada al gobierno del Frente Amplio se auto presentó con características refundacionales, precedida del anuncio de hacer temblar las raíces de los árboles y simbolizada en la sustitución de los símbolos nacionales -más exactamente del escudo nacional- por un logotipo de marketing. De ahí la importancia singular, histórica, cuando el nuevo presidente de la República recién investido, apenas pronunciado su Compromiso de Honor, afirmó: “ … no tenemos complejos refundacionales, que aquí no se trata, en la transmisión de mando, de tierra arrasada. Hicimos campaña de una manera y la vamos a practicar en el Gobierno. Nos negamos a que esta nueva etapa sea cambiar una mitad por la otra de la sociedad. La unión es lo que nos piden los uruguayos […] Por eso estamos aquí, para continuar lo que se hizo bien, para corregir lo que se hizo mal y, sobre todo, para hacer lo que no se supo o no se quiso hacer en estos años”. Y agregó un llamado al diálogo político y social. En cuanto a símbolos, dos: uno en la misma línea, el acompañamiento al presidente saliente, del brazo; otro en sentido opuesto al rechazo fundacional y omnicomprensivo: el no volver al escudo nacional, sino a un símil del escudo nacional con colores cambiados y con dominancia de los colores de su propio partido político.

Es importante remarcar que el nuevo presidente no presenta su negación a lo refundacional como una restauración a lo anterior al periodo frenteamplista, sino a negar la sustitución de una mitad por la otra. No son los borbónicos que rechazan la continuidad del bonapartismo para volver al borbonismo. Aunque sean poco diplomáticas las comparaciones, son necesarias: del caminar del brazo presidente entrante y saliente, al darse la espalda en la vecina orilla el presidente entrante y su antecesora; de no sustituir aquí una mitad por otra, a la sustitución en la vereda de enfrente de una mitad por otra. Lo que el nuevo presidente ha hecho es marcar a fuego los valores de una cultura democrática. Y ello va más allá de la coincidencia o discrepancia de cada quien con su pensamiento, con su forma de accionar e inclusive con marchas y contramarchas en las formas.

En cuanto al Frente Amplio y su desembarco refundacional cabe hacer algunos apuntes. El primero es que la pretensión refundacional , esencialmente en lo simbólico más que en lo fáctico, no comenzó con la llegada a la Presidencia de la República en 2005, sino con la llegada a la Intendencia de Montevideo en 1990 (también allí desapareció el escudo departamental por un logotipo de marketing, y la frase de Artigas “Con libertad no ofendo ni temo” fue remplazada por “Montevideo tu casa”).

Lo curioso es que ese planteo refundacional del país no aparece en el origen del Frente Amplio. Surge más tarde, avanzada la restauración institucional, de sectores intelectuales que acuñan la frase de “un país destruido durante 150 años por los partidos tradicionales”. Más allá de lo discutible de la afirmación -como que los abuelos y bisabuelos de los tres cuartos de los uruguayos decidieron venir a un país crecientemente en ruinas- no es el concepto fundacional del Frente Amplio, que se consideraba a sí mismo -en el error o en el acierto- como el verdadero continuador de las mejores tradiciones del batllismo y de los blancos. Quizás lo refundacional es más profundo y se refiere no solo al país en su conjunto sino además en particular a la izquierda: la pretensión fallida de suplantar el frenteamplismo por el progresismo.

Lo segundo en cuanto al Frente Amplio es que hizo muchos cambios en el país. Sin duda Uruguay es muy distinto que hace 15 años, con las virtudes y los defectos de estos cambios, que serán mejores o peores según donde se sitúe el observador, pero que esos importantes cambios no refundaron ni el país ni la sociedad, sino que la desarrollaron a partir de lo anterior. Y ese desarrollo, que como todo cambio sustantivo presenta en cada momento profundas resistencias, en muchos aspectos relevantes aparecen continuados por el nuevo gobierno.

También es relevante que unas cuantas iniciativas trascendentes del Frente Amplio, la mayoría de ellas concretadas en su segundo gobierno, la mayoría de esa mayoría con reticencias varias de la entonces oposición, hoy no están en cuestión. En particular lo relacionado con el desarrollo de las investigaciones en materia de derechos humanos del pasado reciente y la llamada ideología de género, cosas ambas que provocan alguna urticaria dentro del conjunto multicolor. En materia de ideologías, no es menos trascendente el fuerte cambio en la concepción de la laicidad del Estado, que también provoca otras urticarias dentro del conjunto multicolor.

Como se esperaba, el discurso inaugural no tuvo anuncios; no dijo nada distinto a la intensa comunicación habida en los 76 días precedentes desde que que anunció el gabinete de gobierno. Sin embargo, da la impresión que lo más relevante no fue la ausencia de anuncios, de novedades en cuanto a planes y metas, sino quizás algo más profundo, de definiciones de largo alcance: la falta de complejos refundacionales y el no llegar para sustituir una mitad por otra.