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La piedad y la estadística
Oscar A. Bottinelli
Hay
un viejo dicho según el cual hay tres tipos de mentira: están
las mentiras piadosas, las mentiras perversas y las mentiras
estadísticas. Más allá de que el dicho sea esa mezcla de
cinismo y exageración propia de los que practican un mismo
arte, lo cierto es que las estadísticas pueden dar lugar a las
lecturas más diversas. Las más de las veces la culpa no es de
las estadísticas propiamente dichas, es decir, del
relevamiento de datos con una metodología determinada, sino de
las interpretaciones de esos datos, o las denominaciones que
se le ponen a las categorías que surgen de esos datos.
Un ejemplo es el del costo de vida. Es habitual oír o leer que
la inflación en Uruguay fue del 5% o que la inflación bajó
equis por ciento. ¿De dónde sale la información para sostener
ese resultado? Sale de una fenomenal deformación. El Índice de
Precios al Consumidor que mide el Instituto Nacional de
Estadísticas es el espejo de la población urbana del
departamento de Montevideo. Y punto. No se mide todo el
departamento de Montevideo (lo que no es grave, porque su
población rural es extremadamente pequeña), pero no se mide el
resto de los hogares del país. Queda fuera del IPC más de la
mitad de los hogares uruguayos. Eso explica por qué en el
mismo momento en que, por fines del año pasado, explota el
costo de vida en la frontera con Brasil (producto del cierre a
cal y canto de la misma), el IPC apenas se movió un 0,05%. Y
no decreció cuando la frontera de hecho quedó reabierta para
los consumos domésticos y el costo de vida bajó en la
frontera. El problema no es del INE, que explica prolijamente
su metodología y aclara que se hace exclusivamente en
Montevideo por razones de costos. El problema es de quienes,
en el periodismo, en la política, en la economía y hasta en la
vida cotidiana, manejan la variación del IPC de Montevideo
como sinónimo de la inflación en el país.
Otro ejemplo es el de la desocupación, aunque en los últimos
tiempos las limitaciones se formulan con más claridad. El INE
mide la desocupación en las cuatro quintas partes del país,
compuesta por las localidades de más de 5.000 habitantes. Como
se puede suponer, esa otra quinta parte del país, cuya
economía gira en torno al agro, puede tener niveles mucho más
altos o mucho más bajos de desocupación que el resto del país,
y en general los tiene.
A raíz de las encuestas de opinión pública, y en particular de
las electorales, se ha difundido masivamente la existencia del
margen de error estadístico. Y en general tiende a ser
aplicado de una manera forzada y burda. En general se hacen
cuentas en que al margen de error se le hace rendir lo que ni
estirado a mano puede rendir. Lo importante es que se sabe que
existe. Pero ese margen de error es válido para todas las
muestras estadísticas, para todas las encuestas, incluidas las
encuestas de las que surge el IPC (que surge de encuestas) y
las encuestas de las que surge el índice de desempleo (que se
obtiene también en base a encuestas). Jamás nadie ha
preguntado: ¿la inflación es del 5%, sí, pero con qué margen
de error?
Un reciente ejemplo del uso de las estadísticas para un
fregado y un barrido tiene que ver con la pobreza. Según se
cite a Cepal o a algunos estudios académicos, la pobreza en
Uruguay va del 5,6% al 14% de los hogares. La diferencia no es
nada menor, como que la duda es si los hogares pobres andan en
torno a los 60 mil o a los 150 mil. Cuando se analiza las
diferentes metodologías empleadas, surge una comprobación: las
diferencias habidas en los datos son mínimas. Las
investigaciones no difieren en cuanto a los niveles de
ingreso, los porcentajes de acceso a servicios de agua o
saneamiento, indicadores de educación o salud, tenencia de
vivienda y confortabilidad de la misma, tenencia de
electrodomésticos. En general los diversos estudios coinciden
o difieren en márgenes perfectamente aceptables. La discusión
no es pues una discusión sobre hechos, sino sobre palabras.
Todo gira en torno a cuál es el concepto de pobreza. Cuál es
la línea, dónde se pone esa frontera que marca que se está por
encima o por debajo de la pobreza. Para unos la pobreza puede
significar no tener techo donde dormir ni comida para
subsistir, y para otros hay pobreza aunque se tenga televisión
color, heladera y lavarropas, pero se gana poco. La
discrepancia está pues en las palabras. Y las palabras tienen
contenido, y el poner determinadas palabras en un lugar o en
otro, arrima agua a un molino o lo arrima al otro. Allí está
el nudo de la cuestión.
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