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EN
la Asamblea General de las Naciones Unidas se sientan casi 200
estados independientes en pie de igualdad, vale lo mismo el voto de
Vanuatu que el de Estados Unidos o China. En el Consejo de Seguridad
hay dos categorías de países: los cinco grandes, iguales entre sí,
producto de la realidad o de las conveniencias diplomáticas de la
Segunda Guerra Mundial. Pero como ocurre en tantas áreas, hay clubes
exclusivos que no están revestidos de formalidades y sedes, pero su
importancia puede ser mayor; el que no es parte del club, poco
importa que su voto valga lo mismo en la ONU. Sin duda el club más
elitista del mundo es el que a veces se llama G-7 y en otras G-8,
que en su primera versión agrupa a las siete potenciales
industriales del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia,
Italia, Japón y Reino Unido) y cuando agranda el nombre incorpora a
la Federación Rusa. Pero a las puertas de ese club, con el nombre
que se le quiera poner, golpean unas cuantas puertas. Para lo que
interesa a este confín del mundo, hay dos de relevancia: España y
Brasil; ambos aspiran a sentarse en la mesa de los poderosos. Porque
para estar allí hay que ser uno de los más poderosos económicamente,
o de los más poderosos militarmente, o liderar una megapoblación o
un bloque significativo.
En el último cuarto de siglo España pasó de la marginalidad política
a sentirse con derecho propio a integrar ese club de elite, derechos
reforzados desde que acaba de pasar a Canadá en el ranking de
potencias industriales. Es pues un país de afuera del club que
resulta más poderoso que uno de los miembros plenos. Pero España
teje otras fuentes de poder, a partir del ranking de economías
industrias pero no solamente basado en ello. Y es su vocación por
liderar el mundo iberoamericano, ya sea en su versión máxima o en la
mínima. En la máxima Ibero-América es la conjunción de la península
Ibérica (España y Portugal) con los países hispano y lusoparlantes;
esta vocación lideral puede confrontar con la de Brasil. En la
mínima se trata más bien de liderar al mundo Hispano-Americano, es
decir, España y los países hispanoparlantes, los que alguna vez
fueron parte del imperio español. Para ello apuesta no solo a las
Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno Iberoamericanas, sino a una
compleja política de relacionamiento económico, comercial, cultural
y social con los países iberoamericanos, hasta el intentar oficiar
como el gran puente entre estos países y los de la Unión Europea;
inclusive llegar hasta oficiar de puente entre un país del sur y los
grandes resortes financieros internacionales, como fue el papel que
jugó en el caso argentino. Uruguay como siempre tiene sus
singularidades, y en este enlace histórico es el menos español de
los países hispanoparlantes, por ser un hijo de la etapa final y
decadente del imperio español, y por tener paternidad reclamada por
la Casa de Braganza. Como marca imperial, confín entre dos imperios,
es una especie de hijo bastardo de dos ancianos decrépitos, uno y
otro a punto de morir como gandes imperios. Desde la segunda década
del siglo XIX Uruguay y España vivieron de espaldas el uno al otro
hasta hace bastante poco tiempo, un par de décadas, y ahora se está
en un tiempo opuesto, de estrechas relaciones. Que España sea o no
puente con la Unión Europea y con las elites financieras, que
ingrese o no al club de los poderosos, es un dato relevante para el
posicionamiento exterior del Uruguay. Pero tan importante como los
logros de España, es la señal que éste dé hacia Iberoamérica en
general y hacia el Mercosur en particular, sobre qué beneficios
puede traer a esta zona y a esta región un papel internacional más
vigoroso de Madrid.
El otro que golpea el club de los poderosos es Brasil. Nació como
Imperio, se independizó al revés (porque más bien expulsó a la
metrópoli y el trono con poder se quedó en América) y nunca ocultó
su vocación imperial, de potencia o de liderazgo. Lo que rara vez
coincidió es vocación o deseos con capacidad para llevar adelante
ese liderazgo. Y en ello es un tema clave el Mercosur. Vale la pena
una precisión: para que un bloque regional sea un punto de apoyo
para una potencia, requiere que ese bloque sea más o menos político
y no meramente comercial. Las comunidades europeas nacieron
parciales, varias y limitadas, pero inspiradas en el ideal de la
unificación política, los Estados Unidos de Europa como soñaba
Robert Schuman. El Mercosur nació desprolijamente con una vocación
política. Luego se pasó a cuestionar lo político, no anduvo lo
macroeconómico y anduvo a los tumbos la mínima zona de libre
comercio. En lo que el Mercosur funcionó más como bloque fue en la
común responsabilidad de todos en el fracaso: de Argentina porque
por largo tiempo no creyó en el bloque regional y soñó con el
ingreso unilateral al Nafta; de Paraguay por su falta de solidez
interna y escasa influencia externa; y finalmente de Uruguay, el
país más apegado al bloque, porque en los años dos mil su gobierno
empezó a apostar a otros proyectos, y fuerzas no menores alzaron su
voz contra el Mercosur político. Pero sin duda la responsabilidad
mayor es la de Brasil, porque sus juegos internos de intereses
regionales le impidieron cumplir a cabalidad el papel de líder
regional. A Brasil le ha costado entender algo que pregona
Berlusconi: si alguien pretende ejercer liderazgo en una región,
debe asumir los costos y sacrificios de ese liderazgo. El presidente
italiano se refería a los costos que supone la vocación italiana por
liderar el Mediterráneo. Vale para la vocación brasileña de liderar
la región.
El otro problema es ¿cuál es la región?. Porque ahora ya no es tan
claro que la región es el Mercosur de los cuatro o de los cinco,
sino que Brasil apuesta a una región que incluye a toda Sudamérica.
Y este es un tema que nada se ha discutido en Uruguay y sobre el
cual se han visto pocos análisis. ¿Uruguay gana o pierde con esa
ampliación? Es difícil un bloque de cuatro y desequilibrado, con un
socio poderoso, otro intermedio y dos minúsculos. Pero ¿crea
equilibrio el ingreso de cinco países con los que Uruguay poco tiene
en común, tanto en lo político como en lo económico? En realidad
este es un tema que merece un análisis desapasionado y un verdadero
debate nacional. Porque se han dado declaraciones a favor del macro-Mercosur
y se han dado pasos en contra, pero no parece que ni lo uno ni lo
otro sea verdaderamente producto de una estrategia nacional. Y este
tema está íntimamente ligado con las ventajas y desventajas para
Uruguay de que Brasil ascienda o no en la jerarquía de los poderosos
del mundo. (Tema para época de reflexión política y veda electoral).
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