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Hace
tres cuartos de siglo la palabra democracia tenía un valor
descriptivo y definitorio. Se consideraba democracia a un
determinado sistema político diferente a otros y los sistemas
democráticos convivían con otros sistemas que no se consideraban a
sí mismos democráticos. Ser democrático no implicaba en todo lugar y
momento una virtud, sino que la democracia era una virtud para sus
partidarios y un defecto para sus oponentes. En el último medio
siglo, quizás desde la culminación de la Segunda Guerra Mundial la
palabra democracia ha dejado de describir y caracterizar a un
sistema político, para pasar a ser una palabra que califica a un
sistema como virtuoso. Ser un país democrático es tener cualidades
positivas; no ser un país democrático es no tener esas cualidades
positivas. Cuando una palabra para a ser una categoría dentro de una
escala valorativa, deja de servir para describir. Preguntar hoy a
alguien si es o no partidario de la democracia, equivale a
preguntarle si es o no partidario del bien. Casi no hay países en el
mundo que no se califiquen a sí mismos de democráticos. Y así hay
regímenes absolutamente diferentes entre sí que se califican a sí
mismos de democráticos. Hay democracias con electorados restringidos
(como Estados Unidos hasta 1972), democracias con partido único
(como Cuba), democracias con religión única (como Irán), democracias
con partidos proscriptos (como hoy el País Vasco), democracias sin
restricciones ni proscripciones (como unos cuantos).
Entonces, cuando se habla de democracia hay que tener alguna idea
acerca de qué se habla. Si no se comete el error del que
persistentemente advertía Carlos Vaz Ferreira de confundir discusión
sobre conceptos con discusión sobre palabras. Si se discute sobre
las virtudes o defectos del sistema uruguayo o el cubano, en
realidad discutir sobre cuál es más democrático es una discusión de
palabras y no de conceptos, porque en esencia se discute a cuál
sistema corresponde aplicarle la denominación de democrático. Si se
discute las virtudes o defectos del sistema uruguayo con el francés,
entonces sí estaríamos en una discusión de conceptos, porque
hablamos de la diferente calificación y valoración de sistemas
similares.
En estas latitudes cuando se habla de democracia se entiende lo que
muchos denominan democracia liberal, otros llaman democracia
política y el politólogo Robert Dahl llama, para quitarle todo valor
axiológico, poliarquía. Una poliarquía es un sistema en que todos
deben tener la oportunidad de formular sus preferencias políticas,
manifestar esas preferencias y recibir igual trato del Estado en la
ponderación de las preferencias. Esas tres condiciones, según Dahl,
requieren de ocho condiciones: libertad de asociación, libertad de
expresión, libertad de voto, libertad para que los líderes políticos
compitan en busca de apoyo, elegibilidad para la cosa pública,
diversidad de fuentes de información, elecciones libres e
imparciales, instituciones que garanticen que la política del
gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar las
preferencias.
Hasta aquí la cosa parece sencilla. Se complica cuando aparecen
situaciones como ocurrió en los años finales de la Alemania de
Weimer o en estos tiempos en el País Vasco. En esta comunidad
autónoma del Reino de España hace unos años que se plantea el tema
de que alrededor de uno de cada diez electores adhiere a grupos
políticos que según la óptica de cada quién pueden considerarse el
brazo político de la ETA, o grupos aliados de ETA, o simpatizantes
de ETA o con una visión tolerante de los actos de ETA. El primer
problema es que ya la definición de la relación del grupo con la ETA
supone una toma de posición sobre los temas subsiguientes.
Las autoridades nacionales de España (el Parlamento mediante una
ley, el gobierno como co-legislador y mediante medidas de
administración, la Justicia mediante su interpretación de esa ley y
de la constitución) han proscrito a un par de partidos políticos
vascos con las características señaladas. Luego el problema quedó
resuelto por la vía de los hechos al permitirse la participación del
Partido Comunista de la Tierra Vasca, que canalizó ese electorado.
Tomando la suposición de que cualquiera de las formaciones políticas
aludidas sea efectiva antisistema, es decir antidemocrática en esa
definición de democracia, antipoliáquica para ser más claro, surgen
dos visiones. Una, que es una democracia que al proscribir partidos
proscribe ciudadanos: hay un segmento de la ciudadanía (en este caso
más o menos la décima parte) que pierde sus derechos de votar a
quien le plazca, o más bien a quien presenta ideas con las que
concuerda; entonces, que es una democracia limitada. Dos, la visión
expuesta por el filósofo Sapater muy usada en España en estas
semanas: la democracia es para los demócratas; en otras palabras,
que en la democracia no tienen derecho a participar todos los
ciudadanos, sino aquellos cuyas ideas comulgan con ese ideario
democrático; los demás quedan fuera. Esta última postura no cambia
la clasificación como una poliarquía limitada, sino que
sencillamente defiende esa limitación. Pero aparece un problema de
tipo práctico: si los proscriptos son una minoría, como 1 de cada
10, es una limitación limitada. Pero qué pasa si ocurre como en
Alemania circa 1932, cuando la mayoría parlamentaria pasó a ser
ocupada por dos fuerzas antagónicas y autoproclamadas como
antisistema: el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y el
Partido Comunista de Alemania. Los partidos sistémicos, desde la
derecha nacionalista hasta la izquierda socialdemócrata, pasaron a
ser una minoría. Obviamente que una realidad de ese tipo
directamente llevaba al fin de un sistema de esas características.
Pero planea la pregunta: ¿qué hubiese pasado de aplicarse el
principio de que la democracia es sólo para los demócratas? hubiese
ocurrido que solo la minoría de los alemanes hubiesen tenido derecho
a elegir sus representantes.
Este planteo parece muy abstracto, pero no es nada menor a la hora
de clasificar a los países y establecer las condiciones de cuándo
hay o no democracia política o liberal. Tampoco es menor a la hora
de valorar los éxitos o fracasos del terrorismo, porque hay quienes
sostienen que un triunfo del terrorismo se da per se cuando logra
que una democracia plena pase a ser una democracia limitada
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