Ecuador: las
debilidades de las democracias sudamericanas
Oscar
A. Bottinelli
DIEGO BARNABE:
El nuevo presidente de Ecuador, Gustavo Noboa,
asumió ayer formalmente ante el Congreso, y
se encamina a designar al nuevo equipo
económico. El nuevo jefe de Estado hizo un
llamado a la unidad, y exhortó a salvar al
país de su peor crisis hasta el momento. La
dolarización de la economía, el
descongelamiento de los depósitos, las
negociaciones con el Fondo Monetario Internacional,
la moratoria de la deuda externa, son sólo
algunos de los desafíos que el nuevo
gobierno debe encarar. Anoche, el Consejo
Permanente de la OEA condenó los hechos que
pusieron en peligro el orden democrático en
Ecuador, y reiteró su respaldo al gobierno
de Noboa y a sus esfuerzos por restablecer la
estabilidad institucional.
La semana pasada Ecuador vivió un
vertiginoso proceso que culminó, luego de 24
horas de tensión, con sucesivos cambios en
la cúpula de gobierno, en la caída
del presidente constitucional y su
sustitución por el vicepresidente, con el
aval del Parlamento. En medio hubo una fuerte
movilización indígena en demanda de
la destitución del presidente Mauad, el
apoyo a estas movilizaciones de un grupo
significativo de coroneles, una transacción
entre el generalato militar y los indígenas.
El proceso siguió con un cogobierno entre
indígenas, sectores sociales y la
cúpula militar, que duró apenas tres
horas, y terminó cuando el comando militar
le retiró su apoyo para culminar en la
solución más ortodoxa: la
asunción del vicepresidente de la
República, con el respaldo de los mandos
militares, el Congreso y el empresariado de Quito y
Guayaquil. El nuevo gobierno, con otra cara,
anunció la continuación in totum de
la política económica que
llevó a la protesta y caída del
presidente.
Los sucesos de Ecuador y la
debilitación de las democracias en
Sudamérica es el tema de análisis que
nos propone para hoy el politólogo Oscar
Bottinelli, director de Factum.
OSCAR A. BOTTINELLI:
Efectivamente, porque habíamos
anunciado para hoy volver al plano nacional. Pero
la transición en Uruguay es extremadamente
compleja, va a requerir múltiples y
detenidos análisis, pero conviene esperar a
que decanten algunos acontecimientos, ya que
están ocurriendo procesos muy profundos en
medio de un cambio de sistema político y de
cierta inadecuación al mismo de los actores
políticos. Entonces, conviene analizar estas
corrientes profundas y no las meras
anécdotas que se suceden de día en
día y, a veces, de hora en
hora.
En cambio, movimientos profundos son los que
se están sucediendo en Sudamérica
desde hace años. Los sucesos de Ecuador
pasan a ser el último episodio de un proceso
que, sobre todo, afecta al norte del
subcontinente.
En el propio Ecuador, recordemos, un
proceso de estabilidad y
reinstitucionalización que se estaba
construyendo se interrumpió hace cinco
años con la destitución del
presidente Abdalá Bucaram, a pocos meses de
su elección. Fue destituido por el
Parlamento en una votación política
muy sumaria, en la cual se le declaró
incapaz mental, sin ningún trámite
médico, en lo que constituyó un golpe
de Estado parlamentario. Eso llevó a un
gobierno de Fabián Alarcón, un nuevo
llamado a elecciones, estas en que triunfó
Mauad, quien finaliza también con una salida
del cargo muy poco voluntaria. De otra forma se
repite la sustitución del presidente con un
aval del Congreso, pero sin seguir los mecanismos
constitucionales: ni Bucaram ni Mauad decidieron
voluntariamente dejar el cargo, sino que ambos
anunciaron que dejaban el cargo cuando ya no lo
estaban ejerciendo, cuando ya el Congreso
había designado a otro presidente.
DB - Noboa viene a ser el sexto presidente en cinco
años: Sixto Durán Ballén,
Abdalá Bucaram, Rosalía Arteaga,
Fabián Alarcón, Jamil Mauad y ahora
Gustavo Noboa.
OAB - Exacto; Durán Ballén fue el
último presidente que completó el
mandato en Ecuador; el último que fue
electo, ejerció el cargo durante todo el
período y lo entregó a su sucesor
mediante elecciones. De allí en adelante, o
fueron electos y se les interrumpió el
ejercicio (curiosamente, en muy poco tiempo: no se
trató de golpes a los tres o cuatro
años sino prácticamente en el estreno
de sus ejercicios), y las sucesiones siempre han
sido controversiales y de corta duración.
Porque es el sexto presidente si no contamos todo
lo que se podría llamar "presidencias" en
las 24 horas del viernes al sábado pasados:
si las contamos, andaríamos como en
más de 20.
Pero importa incluir esto en un contexto. Al
despuntar los años noventa, con el fin de la
guerra fría hay un gran "canto a la
Democracia" en América. En algún
momento se llegó a afirmar que "toda
América, excepto Cuba, está en
democracia". Son esas afirmaciones que tienen mucho
de lírico, y en que no se contrastaba
demasiado los enunciados con la realidad. Primero,
el caso de Cuba, en la medida en que tiene un
régimen político distinto que no
transita por lo que en términos
politológicos se denomina poliarquía,
y que en sentido clásico se llama
democracias liberales pluripartidarias. Pero, en
general, en los noventa se empezó a
construir o culminar la transición de
gobiernos militares a gobiernos civiles, en otros
casos a iniciar procesos de pacificación
luego de viejos enfrentamientos con guerrillas y de
confrontación de gobiernos militares con
guerrillas, y esas pacificaciones generalmente
fueron acompañadas de transiciones a
regímenes civiles.
Todo esto tuvo como trasfondo, en muchos
países, construir sistemas de partidos,
construir sistemas electorales, reglas de juego, e
incluso apuntar a la construcción de una
cultura de aceptación de las elecciones como
elemento que dirime la contienda política,
la contienda social y la contienda de poder. Porque
no es sólo hacer elecciones, sino que sus
resultados sean aceptados, vistos como el elemento
que definió el juego de poder.
Las transiciones han demorado lo suficiente
como para que la semana pasada, al referirnos a
Chile, mencionáramos que todavía
tiene asignaturas pendientes de la
transición: los senadores vitalicios por un
lado, las limitaciones del presidente de la
República en materia de ascensos militares y
designación de las cúpulas militares.
Chile todavía no terminó su
transición.
Pero ese "canto a la Democracia" hizo pensar
a veces que las situaciones estaban consolidadas, y
más bien lo que ocurría era que en
algunas partes (caso de Centroamérica) se
estaba avanzando muy aceleradamente en la
construcción de regímenes
democráticos y de transiciones, mientras en
otros países este proceso comenzaba a
debilitarse. En esos mismos comienzos de los
noventa es cuando comienza a debilitarse del lado
de Perú, y a iniciarse en el norte de
Sudamérica esta contra-corriente que podemos
calificar como debilitamiento de la
democracia.
DB - Esto de Ecuador, ¿fue para ti un golpe de
Estado, técnicamente?
OAB - Yo diría que sí. El tema es que
hay muchos golpes de Estado. El más
clásico, el que no hacía dudar a
nadie, era cuando las marchas militares
irrumpían en las radios, las tropas
avanzaban, ocupaban el Congreso, derrocaban al
presidente, cerraban el Poder Judicial... No
quedaba ninguna duda.
Había otro tipo de golpe cuando
el presidente disolvía el Congreso,
prohibía a los partidos, suspendía
las libertades, pero continuaba en la titularidad
del Poder Ejecutivo.
Yo diría que los golpes que
comienzan en los noventa son en general algo
más sutiles. Por lo menos, podemos decir
claramente que se interrumpe la normalidad
institucional y su sustancia. En Ecuador se
interrumpió la normalidad institucional. El
presidente no es el que fue electo, y el presidente
electo no renunció por su propia voluntad,
en una decisión política acordada con
su partido, ni siguiendo los carriles
constitucionales.
DB - Y los militares siempre suelen tener
algún protagonismo, pero en un papel
diferente.
OAB - Claro: acá los militares fueron
protagonistas incluso con problemas de poder
interno, como este juego de los coroneles con los
comandantes y generales. Lo que ha ido cambiando,
entonces, son las formas de los golpes. Hay algunas
formas que se repiten: una de ellas es la
destitución parlamentaria:
parlamentariamente fue destituido Bucaraman, y
también hace ya más de cinco
años el venezolano Carlos Andrés
Pérez, así como fue forzado a
renunciar Raúl Cubas en Paraguay. Son formas
de interrupción institucional donde operan
los militares, porque por un lado hay quien dirime
el poder de hecho, el poder fáctico, y por
otro lado el Parlamento opera políticamente
concretando esas destituciones, esos movimientos de
fuerza que cambian la titularidad del
poder.
Fujimori fue un caso de autogolpe:
disolvió el Parlamento, retuvo el poder al
que había llegado por elecciones y por
balotaje, aprovechando además una alta
popularidad (que en general ha mantenido en todo el
período, aunque con algunas grandes
caídas momentáneas); reformó
la Constitución, llamó a nuevas
elecciones, y logró con ello darle un golpe
al sistema de partidos y formar uno nuevo, en un
régimen que se ha mantenido con bastante
limitación de las libertades,
particularmente la libertad de prensa. Esa reforma
le permite ser reelecto, y ahora -mediante una
Corte Constitucional cuya independencia es muy
discutida- obtiene una interpretación de la
Carta que le permite la "re-reelección", un
término que era más de la orilla de
enfrente. Lo que está hablando de un manejo
de aspectos relativamente formales del orden
institucional que implica claramente el no respeto
a las reglas de juego de un régimen
pluralista, pluripartidario, de
características liberales.
Lo que no debe dar lugar a confusión
es que un régimen puede no respetar normas
básicas de competencia política y
libertades, y al mismo tiempo tener un apoyo
popular mayoritario. La teoría de que las
dictaduras son "una ínfima minoría
contra todo un pueblo" no es lo que ocurre en
general. Pueden ser minorías o
mayorías: nunca son "ínfimas
minorías", y muchas veces son amplias
mayorías. El hecho de que tengan el respaldo
de las mayorías no les quita el
carácter de dictadura, de gobierno no
democrático liberal, no pluralista ni
pluripartidaria. Los condicionamientos de las
libertades son un elemento fuerte, y el apoyo
popular no los legitima.
En el caso de Venezuela, la
destitución de Carlos Andrés
Pérez (donde hay causas muy profundas)
marcó el comienzo del fin de todo el
deterioro de un sistema político, de una
pérdida muy fuerte de credibilidad, que
termina en esta elección de Hugo
Chávez y en esta reforma constitucional que
deja dudas sobre el mantenimiento de esa democracia
pluralista, pluripartidista, liberal, en la
construcción de un régimen con mucho
tinte plebiscitario y un ejercicio del poder
mesiánico.
Paraguay, al que hemos destinado otros
análisis, vive un proceso inconcluso de
transición a la democracia, en el que
también la proscripción de la
candidatura del general Lino Oviedo tiene parte
judicial y parte política, y en la que su
sustituto termina siendo destituido en medio de
episodios de violencia, de sangre, de muertes, del
asesinato del vicepresidente de la
República... No está
químicamente pura la continuidad del proceso
democrático institucional.
Finalmente, en el caso de Colombia los
aspectos institucionales pueden ser menos
discutidos, más allá de que ha tenido
períodos en que las elecciones se han visto
empañadas por la muerte de candidatos (sobre
todo los de la izquierda), lo cual implicaba
también un cambio en las reglas de juego de
la competencia política. El problema
esencial de Colombia es un cuestionamiento al poder
del Estado. De hecho, el gobierno central no ejerce
el poder en la totalidad del territorio; su
ejercicio está cuestionado por el dominio
territorial de la guerrilla en sectores muy
importantes del país, y en otros ese
ejercicio está muy limitado.
Como fuere, y por distintas razones, tenemos
que Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú,
Paraguay, son países en los que hay por lo
menos -llamémosles así- elementos
débiles de la democracia, y estamos viendo
que si los noventa empezaron a marcar un
crecimiento de la democratización en
América latina, también hubo una
contra-corriente subterránea que marca,
hacia el final de la década y comienzos del
2000, que la mitad de los países
sudamericanos presentan democracias débiles,
y crece el número de países en esta
situación. Esto no es menor como contexto
para el funcionamiento de Uruguay, del Mercosur y
de las democracias en la región.
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