Entre
lo simple y lo escaso
Oscar
A. Bottinelli
Los sistemas electorales son
ingeniarías que funcionan en una sociedad
determinada, en el marco de una cierta cultura
política. La interacción entre
cultura política y sistemas lleva a que no
exista una traslación mecánica de
efectos cuando se opera una traslación de
elementos mecánicos. El ejemplo más
claro puede ser el del doble voto
simultáneo: originado y desarrollado en una
cultura política tan peculiar como la de
Uruguay, su exportación a otras latitudes y
longitudes no generó la exportación
de sus efectos: ni en Honduras ni en la docena de
provincias argentinas que ensayaron y ensayan el
sistema del lema, en ninguno de los casos ha
operado en la misma forma que en Uruguay. Lo
más significativo, y lo acabamos de
comprobar en un reciente seminario en Rosario de
Santa Fe, la dificultad de adaptación de una
vieja cultura política a un nuevo
instrumento diferente. Para culturas
políticas formadas en la candidatura
única, la candidatura múltiple por
partido no es asimilable plenamente y genera
señales de deslegitimación.
Algo de eso está ocurriendo con el
nuevo sistema electoral: no sólo se
implantó el balotaje (el sistema de
elección presidencial a mayoría
absoluta invariable y a dos vueltas), sino que se
pasó de la pluralidad de candidaturas a la
candidatura única, se eliminó el
doble voto simultáneo. Y aunque parezca de
Perogrullo, hay que decirlo: se eliminó la
lógica del doble voto simultáneo. El
problema es que la sociedad uruguaya se
formó con el doble voto simultáneo.
Desde que en Uruguay se elige Poder Ejecutivo en
forma directa por el Cuerpo Electoral, es decir,
desde la renovación parcial del Consejo
Nacional de Administración en 1920 hasta las
presidenciales de 1994, durante casi tres cuartos
de siglo el uruguayo eligió gobierno central
y administraciones departamentales por el sistema
del lema.
Ello generó una cultura, no
sólo de actores políticos, de
dirigentes y candidatos, sino también una
cultura popular, una cultura de electores. El
proceso de selección de los candidatos, de
definir el voto, estuvo asociado a un proceso
complejo, muy enraizado en la gente:; primero la
opción por el partido, luego la
opción, dentro del partido, ente varios
candidatos. Para una pequeña minoría,
creciente y ya no tan pequeña, la
selección se venía produciendo en un
mismo plano combinado de partidos y candidatos.
Sobre el viejo sistema cabe decir dos cosas: uno,
que estudios empíricos de opinión
pública demuestran la perfecta
comprensión de los efectos del sistema por
parte de los electores; dos, el acostumbramiento al
mismo y la legitimación social del
mismo.
La reforma constitucional desde el punto de
vista sociológico supuso una agresión
a la cultura política internalizada,
enraizada, de los uruguayos. Se pasó de un
sistema complejo a uno simple, que supuso pasar de
una oferta variada a una oferta simplificada. De
una paleta de muchos colores a una más dura,
rígida, de pocos colores. Uno diría
que se borraron los matices y combinaciones, y se
dejaron sólo los colores primarios.
Esta oferta simplificada, de pocos y fuertes
candidatos, sin duda está generando
tensión en buena parte de la
ciudadanía. Mucho del nerviosismo existente
puede tener como explicación la dificultad
de acomodamiento a un esquema tan simple, y por
tanto, de oferta tan reducida. Esto no lo
señalamos como un defecto ni como una virtud
de la reforma, sino como un hecho comprobable. Es
posible que este impacto no haya sido medido por
quienes impulsaron la reforma. Lo que sí es
seguro que no fue debatido en ningún
momento. Más bien lo que se debatió,
más que nada a partir de académicos y
analistas, fue la candidatura única como
sistema más trasparente frente al viejo
sistema como menos trasparente. Lo cual supuso no
una comprobación sino un a priori: no
siempre lo más sencillo es lo más
trasparente, por que en definitiva lo más
trasparente es lo que comprende la gente
común, y la gente común es la que
siempre entendió con claridad el
funcionamiento del viejo sistema y sus efectos.
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