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El
alma y la muerte
Para
el 84% de los uruguayos los humanos tienen alma, pero
sólo el 55% la
siente inmortal. ¿Qué pasa después de la muerte?
Un tercio cree que hay otra vida, otro tercio que hay
algo y
para el tercio restante la muerte es el fin de todo
Desde los albores de
la humanidad, desde que el hombre comenzó a pensar,
o desde que comenzó a sentir, lo empezaron a
inquietar los interrogantes sobre la vida y la
muerte, y comenzó a buscar explicaciones sobre el
después del fin de la vida. Las preguntas ¿Hay vida
después de la muerte? o ¿Hay vida después de esta
vida? son tan viejas como la humanidad. Todas las
religiones han imaginado un más allá, más
concreto, más similar a lo deseado en la vida
terrena, cuanto más primitiva es la religión; un más
allá más abstracto, más espiritual, cuanto más
moderna es la religión.
El que haya una vida
después de ésta supone la necesidad de que exista
un algo diferente al cuerpo, que muere y se
descompone, un algo que resume la personalidad del
individuo, su propio ser, al que en el cristianismo
se denomina alma, o también se llama espíritu.
Si los seres humanos
fuesen personas absolutamente coherentes no habría
que indagar mucho sobre sus creencias en materia de
existencia del alma o de vida más allá de la vida;
bastaría saber su actitud religiosa. Pero el ser
humano no es del todo coherente, y así surge que el
7% de los católicos cree que los seres humanos no
tenemos alma. La contradicción es más aguda con la
vida después de la muerte: no hay nada, la muerte es
el fin de todo, para el 14% de los católicos de alta
religiosidad y para el 27% de los católicos de
mediana o baja religiosidad. En la otra punta, el 59%
de los no creyentes (de los que no creen en la
existencia de un ser superior o algún tipo de dios,
los ateos, agnósticos, escépticos), la mayoría
absoluta de este grupo piensa que los humanos tienen
alma. Pero además el 9% cree que hay vida después
de la muerte, y otro 30% que hay algo sin saber qué
es. Como se ve, hay católicos que se consideran a sí
mismos muy religiosos y no creen en el alma, o creen
en el alma pero no en su inmortalidad, ni en una vida
posterior. Hay ateos o agnósticos que creen en el
alma y en que hay algo después de la muerte. Los
porcentajes indican que es más fuerte la contradicción
entre los agnósticos que entre los católicos.
Es interesante
observar en qué queda la población absolutamente
coherente. Los afiliados a alguna religión,
cristianos o no, que creen en el alma, en su
inmortalidad, en la existencia de una vida después
de la muerte, son el 21% del país (el total de
personas pertenecientes a una religión son el 64%,
es decir, hay un 43% que tiene algún grado de
incoherencia). Los no creyentes, ateos, agnósticos o
escépticos, que no creen en la existencia del alma
ni en que haya nada después de la muerte, son el 5%
del país (el total de no creyentes es el 16%, lo
cual indica que hay un 11% con algún tipo de
contradicción).
Un dato curioso es
que cuanto más bajo es el nivel socioeconómico,
mayor es el porcentaje de quienes creen que no hay
nada después de la muerte. Ese porcentaje es del 18%
en el nivel alto y del 36% en el bajo. Pero, por otro
lado, cuanto más bajo es el nivel socioeconómico,
también es mayor el porcentaje de los que creen que
sí hay algo de vida después de la muerte, que
sobreviene el cielo (o la posibilidad del infierno) o
alguna reencarnación. En el nivel alto los creyentes
en otra vida son el 20% y en el nivel bajo el 42%. Así
pues, el nivel alto es el que presenta el menor
porcentaje de quienes piensan que la muerte es el fin
de todo, y también el porcentaje más bajo de los
que creen en otra vida; ocurre que quienes predominan
en este nivel (53%) son aquellos que piensan que hay
algo, que la muerte no es el fin de todo, pero no
saben qué es, no se atreven a imaginarlo. Esta
concepción más abstracta, más exploratoria, que
deja abiertas opciones infinitas, tiene más peso
cuanto mayor es el nivel socioeconómico y es de poco
peso en el nivel bajo. En definitiva, los niveles
bajos tienden a posturas más drásticas, de blanco o
negro: o no hay nada después de la muerte, o hay con
toda claridad otra vida. Los niveles medios y altos
tenden más al matiz, a la duda: lo más probable es
que haya algo, quién sabe qué.
Los jóvenes y
adultos jóvenes (15 a 30 años) constituyen el tramo
de edad que más cree en la existencia de otra vida o
en que por lo menos hay algo. Y los que menos creen
en otra vida son los mayores, las personas de más de
60 años, los que estadísticamente están más
cercanos al fin de la vida.
Los hombres son más
escépticos que las mujeres y casi no hay diferencias
entre los habitantes metropolitanos, los del interior
urbano y los del interior rural. Tampoco son muy
importantes las diferencias entre frenteamplistas,
blancos, colorados, nuevoespacistas e independientes.
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