Las dos caras del trabajo

Los uruguayos trabajan en actividades remuneradas algo más de 41 horas semanales. Más de la mitad trabaja por encima de 40 horas

El ser humano está lleno de contradicciones en su relación con el trabajo. Por un lado oscila entre la devoción y el culto al trabajo, visto como un camino donde el hombre se realiza a sí mismo y es útil a su familia y a la sociedad; por otro lado el trabajo es visto como una forma indeseada de ganarse la vida, como un sacrificio. En esta contradicción pesa mucho el grado de satisfacción o insatisfacción con el tipo de trabajo o con el encuadre laboral, o con el nivel de las remuneraciones y consecuentemente con la satisfacción o insatisfacción en relación a cubrir el presupuesto familiar y al nivel de vida obtenido.

Pero si en un momento alguien puede sentirse incómodo por su actividad laboral, esa incomodidad se troca en conformidad en momentos de crisis y desocupación. Porque el estado de desocupado hace añorar la tenencia de un trabajo, muchas veces de cualquier trabajo. En los países europeos existe una protección social elevada y una persona puede percibir a título de seguro de paro una suma que cubre sus necesidades y por un período muy largo (a veces hasta cinco años); y ante ello, además de las controversias económicas sobre la sostenibilidad de un régimen tan generoso, aparece otro ángulo de discusión: la dignidad menoscabada de un individuo sustentado por el Estado pero sin utilidad para el trabajo, o sin que pueda demostrar esa utilidad.

Otra discusión es en cuanto a qué quiere decir trabajar. En una acepción restringida la mayoría de la opinión pública considera que un trabajador es una persona que realiza su actividad en relación de dependencia, es decir, es un funcionario público, empleado u obrero; y por extensión incluye a los trabajadores por cuenta propia siempre que sean más o menos informales, que no se consideren a sí mismos como empresarios. Aquí la palabra "trabajo" aparece como sinónimo de asalariado y como contraposición a dador de empleo. En el otro extremo se cuestiona que a personas que trabajan y mucho pero sin obtener remuneración, como las amas de casa o los estudiantes, se les excluya de la calidad de trabajadores, se considere que no trabajan. Al igual que en el caso anterior, se está ante una discusión más de palabras que de conceptos, ya que por un lado todos trabajan (amas de casa, estudiantes, asalariados, empresarios), pero no todos obtienen con ese trabajo dinero para sustentarse a sí y a su núcleo familiar.

En este artículo la palabra "trabajar" está expresamente acotada al trabajo con retribución económica, independientemente de que se realice por cuenta propia, como patrón (es decir, como empleador) o como asalariado. Y naturalmente sólo se tienen en cuenta a los que en este momento tienen trabajo remunerado, es decir, de la población mayor de 15 años se excluye a los desempleados (estén o no en seguro de paro, busquen o no trabajo) y a los jubilados, pensionistas, rentistas, estudiantes puros y amas de casa puras. Antes de clasificar a la gente por la cantidad de horas que trabaja a la semana, conviene definir cuántas son las horas que una persona debe trabajar sin que se considere que trabaja de menos o de más, que está subocupado o sobreocupado. Hay varios parámetros: 48 horas es la clásica jornada de ocho horas diarias por seis días a la semana; 45 ó 44 horas es la semana inglesa (con medio sábado); 40 horas la jornada más habitual en oficinas de ocho horas por cinco días (lunes a viernes); 35 horas es la nueva jornada laboral que se impuso en Francia y 30 horas la jornada más clásica de los funcionarios públicos (cinco días, seis horas por día). Con estos criterios, y con cierta amplitud, puede considerarse que la gente que trabaja en horarios normales, ni por encima ni por debajo, lo hace más de 30 horas semanales y hasta 48 horas. Por debajo se considera que labora a tiempo parcial y por encima de las 48 horas que está sobreocupado. Con estas definiciones tenemos que la mitad del país trabaja una cantidad normal de horas, la cuarta parte lo hace en exceso y otra cuarta parte trabaja menos horas de lo normal. La población subocupada es exactamente el 27%, de la cual el 11% está apenas subocupado (21 a 30 horas) y el 16% está muy subocupado, como que trabaja como máximo media jornada (20 horas). La población sobreocupada es el 26%, dentro de la cual un 10% trabaja por encima de 60 horas semanales.

Publicado en diario El Observador
mayo 12  - 2001