|
Para destrabar la polémica - II
Cómo se usan las encuestas
Oscar
A. Bottinelli
El uso de las encuestas por
parte de los operadores políticos es uno de los temas
difíciles, particularmente en un país en que todavía se está
en los aprendizajes en el empleo de esta herramienta. Se ha
consolidado en el país la existencia de consultoras
independientes; falta que a nivel de grupos políticos se
consoliden equipos profesionales de sociólogos políticos y
politólogos que hagan de contraparte de los encuestadores.
Porque el primer problema que plantea el uso de las encuestas
es aceptar que las mismas presentan diagnósticos y
perspectivas diferentes a la de los actores políticos. Ni la
sociedad toda piensa igual que lo que piensa un grupo
político, ni en general las adhesiones a ese grupo son todo lo
que sus dirigentes imaginan y desean. Y eso es particularmente
complicado cuando hay aspiraciones individuales y colectivas
de por medio.
La encuesta da un diagnóstico que no necesariamente coincide
con la perspectiva del que recibe la encuesta. Hoy, por
ejemplo, para los partidarios del libre mercado, el
diagnóstico de las encuestas uruguayas es decepcionante, ya
que arrojan que más o menos siete de cada diez uruguayos son
fuertemente estatistas. A la inversa, si uno se imagina una
encuesta de los años cincuenta, la izquierda aparecería como
un segmento de la sociedad extremadamente minoritario, de una
sociedad muy apegada a las divisas tradicionales. Durante
nueve de las diez décadas del siglo XX la izquierda representó
a una parte fuertemente minoritario de la sociedad; recién en
la última década tuvo fuerte incidencia cuantitativa hasta ser
ahora más o menos la mitad de esa sociedad.
Esta introducción es importante para señalar un hecho y evitar
un equívoco: las encuestas no marcan un camino, sino que hacen
un diagnóstico. Para hablar del presente; si uno se pone en la
piel de un fuerte defensor del libre mercado y del mayor
debilitamiento posible del Estado, no le va a gustar mucho el
diagnóstico de esta sociedad fuertemente estatista. Frente a
ello tiene dos caminos. Uno es rendirse al diagnóstico y
cambiar de manera de pensar. El otro es aferrarse a las
convicciones, y luchar por revertir el pensamiento
mayoritario; en definitiva, no otra cosa hicieron en Uruguay
hace un siglo los pensadores de izquierda, al impulsar una
larga lucha en solitario. Un tercer camino es, sin apartarse
de las convicciones profundas, tratar de adecuar las tácticas
o la comunicación al sentir mayoritario de la sociedad. En
definitiva, el rumbo depende de la firmeza de las convicciones
y de la importancia del tema. Nadie cree en un dios o deja de
creer en él al compás de las encuestas, pero en cambio a nadie
le cambia la vida el ajustar un programa de prioridades
municipales al compás del sentir de la gente: no hay ningún
principio en juego si priorizar el tránsito, el alumbrado o la
basura. Esto es lo primero que hay que entender: las encuestas
hacen un diagnóstico, y el actor político es quien valora qué
hacer políticamente frente a ese diagnóstico, cuánto hay de
principios y cuánto de táctica en las divergencias entre lo
que piensa el grupo político y lo que piensa la sociedad.
Lo otro es entender que la sociedad no es un todo único,
homogéneo, sino que la sociedad es una suma de partes, con
valores, pensamientos, intereses y modos de vida diferentes, y
a veces, enfrentados. Por tanto, una encuesta, como cualquier
herramienta para el diagnóstico social, permite identificar
los distintos segmentos de la sociedad. Y un grupo político se
va a identificar o va a tratar de incidir en determinados
segmentos, le van a importar más o menos otros segmentos, y no
le van a interesar otros, los más lejanos, los que inclusive
pueden llegar a ser sus adversarios. Pero además es
fundamental aceptar que la realidad no es necesariamente como
a uno le guste que sea, ni como cree que es. No pocos
problemas crea a los actores no aceptar la realidad tal cual
es. Es que el primer problema que afecta a todo dirigente y
militante político es el microclima que se gesta en torno a
los grupos políticos. La mar de las veces un dirigente se
contacta con personas que piensan y sienten como él. Tiempo
atrás un diputado frenteamplista definió la visita a los
comités de base como el “tender cable a tierra”, como la forma
de percibir lo que la gente piensa y siente. La pregunta que
surge si eso es así en realidad. Si los comités de base del
Frente Amplio, los núcleos, agrupaciones o comités de un grupo
político, permiten percibir lo que la gente piensa y siente, o
lo que se percibe allí es lo que siente y piensa la gente que
se agrupa en función de que ya tiene previamente un
sentimiento y un pensamiento político común.
EL DIAGNOSTICO Y LA DECISION POLITICA
Para guiarse a través de los estudios de opinión pública hay
que tener claro qué es lo que se quiere investigar. Y emplear
la multiplicidad de instrumentos. Indicadores permanentes
sobre la competencia política o el desempeño institucional o
gubernativo, mediciones cuantitativas para determinar el
sentir de la sociedad ante diversos temas, exploraciones
cualitativas para buscar el por qué de esas conductas. El
diagnóstico surge de combinar los diversos instrumentos. Para
usar los instrumentos en políticas concretas, importa no
quedarse sólo en el “cómo estamos” sino ir más profundamente
hacia el “por qué” ocurre lo que ocurre.
Algo que debe quedar absolutamente claro es que la labor del
encuestador termina con el diagnóstico y las recomendaciones
técnicas. La decisión política es pura y exclusivamente del
dirigente político. Ya que una decisión política es una
difícil opción entre lo deseable y lo posible, entre los
principios y la realidad. Un dirigente político puede apostar
a debilitar su programa en pos de una mayor captación
electoral (porque de nada sirven los principios si no hay
dónde aplicarlos) o puede apostar a mantener sus principios al
costo que fuere. Esa es una decisión intransferible.
Para ver el cómo se usan las encuestas, vale la pena tomar en
cuenta algunos elementos significativos relacionados con las
elecciones municipales de mayo del 2000. Esas elecciones
fueron inaugurales, en la medida que se estrenó un nuevo
sistema en el país, con todas las dudas que ello significa. En
tres departamentos (en Maldonado, Paysandú y Soriano) se dio
la misma situación: el Partido Nacional se encontraba al
frente la gestión municipal en su segundo periodo consecutivo
y había resultado tercero en el departamento para la
confrontación parlamentaria y presidencial. En Maldonado y
Paysandú, además, la izquierda había obtenido el primer lugar,
y en Soriano el segundo. El cómo enfrentar la elección
municipal no era un tema menor. La primer pregunta fue
naturalmente: cuánto cuenta el Partido Nacional.
En el caso de Soriano se observó un problema entre el discurso
frenteamplista y la percepción de la población,
particularmente la del interior del departamento. Uno de los
puntos centrales del EP-FA fue el reclamo de la instalación de
las juntas locales, a lo que se había reiteradamente negado el
intendente. La encuesta reveló la impopularidad de la
propuesta frenteamplista. Las juntas locales eran asociadas
por la gente a politiquería, al manejo de los asuntos por
pequeños caudillos locales, no eran percibidos como lugar de
participación vecinal; en cambio, la gente valoraba y mucho el
contar todas las semanas con la presencia personal del propio
intendente. El camino electoral no era, pues, insistir con la
instalación de las juntas locales.
En Paysandú apareció el fenómeno de la valoración de la
administración Larrañaga. Para el grueso de la población su
gestión había sido excelente. Más aún, Larrañaga encabezada el
ranking de desempeño de intendentes (según la opinión de la
población del propio departamento), por encima de Arana. Un
segundo dato es que Larrañaga había llegado al fin de sus
mandatos, sin posibilidad de reelección; el Partido Nacional
competía con un candidato sucesor, no con el destinatario de
los elogios de la población. El tercer dato (similar a lo
ocurrido en Maldonado y Soriano) fue detectar que la mayor
parte del crecimiento de la izquierda fue en base a votos
provenientes del nacionalismo, de gente que todavía tenía la
lealtad dividida entre lo blanco y la izquierda. La
combinación de elementos llevaba a una estrategia inequívoca:
no atacar a Larrañaga, impedir su participación en la campaña
electoral, confrontar con su sucesor, valorar la gestión
anterior, postularse como la única fuerza capaz de resolver
los problemas pendientes. Luego, cada uno tomó las decisiones
estratégicas y tácticas de acuerdo a valoraciones políticas,
sobre el momento y sobre el futuro.
LA VALORACION DE LO PROFUNDO
Utilizar los estudios de opinión pública como herramientas
políticas supone ir más allá del mero ranking (que por
supuesto, importa y mucho). Pero mucho más en tiempos de
cambio y de incertidumbre, es necesario explorar qué siente la
gente, qué quiere, qué deseos, frustraciones y expectativas
tiene. Ante la posibilidad de que la izquierda llegue al
gobierno, cómo va a reaccionar la mayoría de la sociedad,
cuánto va a exigir y cuánto va a estar dispuesta a esperar,
cuáles son sus prioridades. Estas respuestas son las que se
buscan obtener a través de los estudios de opinión pública.
(Ultima nota de una serie de tres)
Oscar Alberto Bottinelli es
director de Factum Opinión Pública y profesor titular de
Estudios Electorales de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de la República y de Opinión Pública Electoral en
el posgrado de Sociología de dicha facultad
|