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Desafíos y riesgos de la
izquierda
¿Cómo se pasó de aquella izquierda de la salida de la
dictadura a esta mayoría electoral y, sobre todo, cuáles
fueron los puntos de inflexión que explican esta
transformación?
Cuando hacemos una gráfica del crecimiento electoral de la
izquierda en las últimas décadas, nos sorprende la
linealidad del proceso. Del 71 al 84 parece como si no
hubiera pasado nada en este país, si sólo tomamos en cuenta
el crecimiento del 18 al 21 por ciento. Después la izquierda
crece a una tasa acumulativa del 30 por ciento por elección.
Pero tiene dos momentos en los que crece menos. Una
excepción se da hacia el fin del gobierno de Lacalle, en el
que se crece un 10 por ciento, lo que probablemente tenga
que ver con el boom económico, la fuerte caída del desempleo
y el aumento del ingreso de los hogares. La segunda
excepción se da en octubre de 2004. La primera explicación
estadística es obvia: no es lo mismo crecer a una tasa del
30 por ciento partiendo del 18, que haciéndolo desde el 44.
Pero también es probable que la izquierda haya ido agotando
las formas de acumulación electoral.
EL VIRAJE DE LA IZQUIERDA URUGUAYA
De todas maneras, llama la atención que un proceso tan
complejo tenga una expresión lineal en el plano electoral.
Si un observador desprevenido viera esto y olvidara que
venimos de una dictadura, podría sorprenderse ante la
aparente estabilidad de este país. En realidad, las causas
de este fenómeno hay que buscarlas en determinados elementos
estructurales que van más allá de los análisis que hacemos
elección tras elección. Todavía no tenemos la respuesta,
pero en los últimos 34 años hemos tenido gobiernos
militares, blancos, colorados, con coalición, sin coalición,
de los más variados signos económicos, con crisis y sin
crisis, con crecimiento y sin él, pero el electorado se
desplazó al margen de esas consideraciones. Sin embargo,
parece claro que entre el 71 y el 84 hay un fuerte quiebre.
No sólo la izquierda de la salida de la dictadura es
diferente de la precedente, sino que también lo es el
conjunto del país.
Esa búsqueda de consensualidad que tiene Uruguay a partir
del 84, se diferencia de lo que vivíamos antes de la
dictadura –sobre todo a partir de mediados de los años
sesenta–, donde se partía de la diferencia.
Sin duda que no es sencillo relevar estos cambios, pero
¿en qué momento comienza a advertirse una ruptura entre el
ayer y el hoy?
Yo tomaría como referencia la salida de Seregni de la
cárcel. Los cambios que se avecinaban ya se detectan en sus
cartas desde la prisión, en las que hoy nos sorprende con
conceptos que ya estaban presentes entre 1981 y 1982. Cuando
desde allí plantea el tríptico “movilización, concertación y
negociación”, eso muchas veces fue visto como una mera
consigna, pero cuando quedó claro que negociar era sentarse
a negociar, eso conmocionó a toda la izquierda. Al punto que
cuando él decide unilateralmente ir a lo que se llamó la
prenegociación con las Fuerzas Armadas, en la primera
reunión del Plenario el único que defendía su posición era
Rodríguez Camusso.
Pero ese concepto de negociación está vinculado al de
concertación, otro término que despertaba polémicas entre la
resistencia a la dictadura.
Cuando entre 1981 y 1982 Seregni habla de concertación,
desarrolla una idea –que está muy clara en sus cartas– que
va más allá de un acuerdo para transitar la salida de la
dictadura. Está planteando un modelo de entendimiento, de
pactos o acuerdos, para gobernar el país. Es lo que, con
resultados variados, desemboca en la Concertación Nacional
Programática y es desarrollado por Seregni desde el Centro
de Estudios Estratégicos 1815. En el trasfondo de eso podía
estar el Pacto de la Moncloa, en España, o si vamos más
atrás, el de Suecia de 1937, pero globalmente en esa idea se
resumen todos los modelos de acuerdo social y político
respaldando un proceso. Ante la realidad creada a la salida
de la dictadura, los grupos políticos del Frente Amplio (FA)
tuvieron distintas reacciones y acompasamiento. Por un lado,
había quienes imaginaron la salida mediante una
confrontación con las Fuerzas Armadas. Por lo tanto, no iban
a salir a negociar o pretendían una salida que necesitaba de
la confrontación, aunque ésta no estuviera explícita. Es
decir, si no se renuncia a ninguna de las demandas, sólo
puede haber rendición de la otra parte.
ENTRE LA NEGOCIACIÓN Y LA CONFRONTACIÓN
Lo que está implícito en consignas de la época, como
‘juicio y castigo a los culpables’, por ejemplo.
No sólo en eso, sino también en los ejemplos que nos venían
del mundo circundante. Por ejemplo, el fin de la dictadura
en Grecia o el más reciente caso de Argentina, casos de
dictaduras que se desplomaron a partir de acciones bélicas
externas (Chipre y Malvinas, respectivamente) o son vencidas
por una acción militar interna, como es el caso de
Nicaragua. Obviamente, los grupos que concebían el fin de la
dictadura de acuerdo a esos modelos no iban a aceptar la
negociación. En el otro extremo estaban grupos que habían
jugado a una estrategia de mucha proximidad con Wilson
Ferreira Aldunate a partir de la ruptura de lo que se llamó
la Convergencia Democrática en Uruguay. Para esto también
hubo dos períodos. El primero está marcado por la cercanía
del Partido Comunista (PC) con Ferreira, lo que lo lleva a
ser un grupo muy reticente a la línea de voto en blanco que
impulsa Seregni en las elecciones internas de 1982, cuando
estaba proscripto el FA. Pero hacia abril de 1984, se rompe
la Convergencia Democrática y aparece la proximidad del
Partido Demócrata Cristiano (PDC) y la 99 con Wilson, lo que
se grafica en la recolección de firmas para una propuesta de
reforma constitucional. Con eso pretendían abrir un camino
para realizar elecciones con proscripciones pero con
candidatos alternativos. Esta estrategia no involucró al FA
como tal, pero sí a estos sectores. En la medida que el
Partido Nacional no participó del proceso negociador,
precondicionando a la misma la liberación de Ferreira
Aldunate, invertía el orden que había puesto el FA: primero
negociar y después obtener resultados.
Sin embargo, esa postura tuvo puntos de contacto, al
menos en lo táctico, con posiciones dentro del FA.
Había sectores en el FA que se descolocaban al ver al
Partido Nacional con posiciones más radicales frente a la
salida, lo que provocaba reticencias. A su vez, el Partido
Comunista tuvo que hacer un proceso para concebir la
negociación sin rupturas. Tenía la visión de que en algún
momento tendría que producirse un quiebre. De hecho, tenía
la idea –común a todo el sistema político uruguayo– de que
la salida iba a ser a través de –frase muy usada en la
época– ‘un Baldomir’. Es decir, que tendría que producirse
un quiebre en las FF AA que determinara la aparición de una
figura que, desde la interna militar, protagonizara la
transición. Las figuras y grupos que se pliegan más
rápidamente a la postura de Seregni son Rodríguez Camusso,
el Partido Socialista (PS), el PDC y pasa a ser decisivo el
PC cuando da su apoyo. Los grupos que se oponen son la
Izquierda Democrática Independiente (IDI) y el Frente
Izquierda de Liberación (FIDEL), pero este último caso fue
de conducción coyuntural. Inmediatamente ésta cambia y esa
organización entra a tener las mismas posturas que el PC. En
cuanto a la IDI, es importante el rol de Héctor Rodríguez,
que es determinante para que esa organización no vetara el
acuerdo, pese a que tenía votos para hacerlo. La 99 aparece
marginada de todo este proceso porque en el momento clave
para la toma de decisiones se produce una crisis interna en
ocasión de su Primer Congreso. Allí renuncia Hugo Batalla a
la Secretaría General y se produce una acefalía temporal. En
ese interregno se producen todos los hechos decisivos y la
99 queda marginada de la toma de decisiones.
Digamos que ése fue el detonante de un conjunto de
cambios que se suceden a continuación.
Sin duda influyó mucho el exilio, en particular la impronta
que le da al PS la llegada de la gente que estuvo en España.
Algo análogo sucede con el PC, que comienza a tener una
visión estratégica diferente de la de 1971. El cambio es
perceptible también en las Bases Programáticas del FA, que
incluso cambian su denominación, pasando a denominarse
Programa. Desaparecen muchas de las concepciones de 1971,
como la nacionalización de la banca y el comercio exterior,
se modifica el concepto de reforma agraria, poniendo el
énfasis en la producción y no en la redistribución de la
tierra. Se pasa de una izquierda de concepción
revolucionaria a una izquierda demócrata reformista. Es muy
clara también la valoración que la izquierda del 84 hace de
la democracia política, muy diferente de la del 71. Pero el
viraje fundamental se da sobre el fin de la dictadura,
cuando la izquierda cambia su valoración de la relación
entre revolución y democracia política y se inserta en el
sistema político. Desaparece la línea divisoria entre los
campos y entra a darse un matizamiento de posiciones en el
marco del cual es posible deslizarse hacia una u otra
posición con más facilidad que en el 71. En segundo lugar,
tanta importancia como esto tiene el cambio de adhesión a
los imaginarios o a los modelos de país. Sin duda que a
mediados de los 50 se había agotado el modelo
socialdemócrata o redistributivo, creado a partir de un país
con muchos excedentes. No había habido respuesta fáctica al
agotamiento de ese modelo de país, pero la izquierda nunca
lo había reivindicado. A partir del 84-85, los partidos
tradicionales comienzan a intentar otros modelos o ajustes
al modelo. Esto es muy claro en la elección del 89, en la
que se ensaya una posición mucho más rupturista con el viejo
modelo. Esta es la elección más revolucionaria desde el
punto de vista ideológico. Si bien es en la que la izquierda
accede al gobierno departamental de Montevideo, la campaña
está signada por las ideas del neoliberalismo ideológico, a
través de Jorge Batlle y Luis Alberto Lacalle.
MODELOS E IMAGINARIOS
Lo que no impide que en los partidos tradicionales
subsistan continuadores del modelo anterior.
Por supuesto. Y el ejemplo más relevante es lo que luego
termina llamándose el Foro Batllista, con una inflexión más
estatista, más de tipo socialdemócrata. Sin embargo, no
logró que la sociedad lo tomara de esa manera. Sus planteos
de reforma permitieron a la izquierda caracterizarlo como
neoliberal con mucha facilidad. Además no tuvo una mística,
un imaginario, que permitiera diferenciarlo de los sectores
propiamente neoliberales.
¿Ese fracaso del Foro Batllista en la apropiación de la
herencia del Estado de bienestar tiene efectos sobre la
izquierda?
Los tiene en cuanto le permite monopolizar la titularidad
del retorno al imaginario del modelo al que los uruguayos
vinculan como soporte del período de oro de este país, es
decir, la del predominio del Estado protector. En parte esto
es una gran falacia, ya que por entonces las cosas no
funcionaban tal como las imaginamos ahora, pero tiene un
sostén real: que el ciudadano sentía la presencia de un
Estado fuerte, que lo protegía en una estructura económica
de relativamente baja competitividad. En cambio, el modelo
alternativo que se le ofrecía era de alta competitividad y
riesgos de intemperie. Un modelo que concibe la vida como
una lucha de alta competencia y un mercado que le ofrece
posibilidades. Entre 1991 y 1998 hay un gran crecimiento de
los ingresos de los hogares uruguayos, salvo una décima
parte de los mismos, que cayó a niveles de exclusión. Sin
embargo, la marginación de este diez por ciento no explica
el rechazo que tuvieron esas políticas a nivel global. Ante
la nueva realidad creada, la izquierda levanta un discurso
que no se condecía con las estadísticas, diciendo que aquí
se vivía cada vez peor, que la situación era insostenible.
Yo creo que la explicación de este fenómeno es que buena
parte del crecimiento del ingreso se dio dentro del
imaginario uruguayo, marcado por grandes y seguras
estructuras laborales. El paradigma de esto son los
funcionarios municipales de Montevideo y los bancarios. Allí
no hay ninguna explicación de porqué consideraban que vivían
peor dos sectores que tuvieron mejoras extraordinarias (el
salario municipal creció en un 80 por ciento). Pero en otros
sectores la mejoría económica se hizo a costa de haber
tenido un trabajo asalariado, visto como digno por el tipo
de función –docente, por ejemplo– pasando a tener mucho
mejor ingreso a través de la venta en el mercado público o
trabajando por cuenta propia. Esto implica riesgos,
incertidumbres, variaciones en el ingreso de acuerdo a las
temporadas y otros albures que no están de acuerdo con un
individuo cuya cultura y formación es la de asalariado
inmerso en una estructura segura y en una actividad
calificada, que no condice con las nuevas modalidades. Ante
esto, la izquierda reivindica el imaginario del país que la
gente quería y el esfuerzo de los otros partidos para
demostrar que la propuesta de la izquierda era inviable se
demostró infructuoso.
LA FUERZA DEL ADULTO MAYOR
¿Por qué el uruguayo se ató tanto al imaginario de los 50
y por qué todo intento de cambio de ese modelo fracasó?
Fracasó en primer lugar comunicacionalmente. No logró
convencer a los uruguayos de sus virtudes. El caso opuesto
puede ser el chileno, que tiene la idea básica de que es el
correcto. En todo caso, la diferencia entre izquierdas y
derechas está dada por el grado de compensación de daño
social que se exige a un modelo que no se cuestiona.
Quizás habría que preguntarse por qué los dos gobiernos que
pudieron hacer las reformas liberales, aun sin llegar a un
modelo neoliberal, que fueron los gobiernos de Lacalle y el
de Batlle, se quedaron en intentos relativamente tímidos. El
empuje de Lacalle quedó frenado por el referéndum del 92,
perdiendo casi simultáneamente el apoyo del Foro Batllista,
pero aún así conservó mayorías parlamentarias, con las que
podía haber hecho otros intentos.
El gobierno de Batlle tenía el apoyo del Partido Nacional,
en ese momento conducido por el Herrerismo, con una fuerte
impronta liberal en lo económico, claro que con una mayoría
parlamentaria muy ajustada y con el Foro Batllista en
posiciones relativamente estatistas. Estas posiciones
quedaron de manifiesto, por ejemplo, en la discusión de la
Unidad Reguladora del Agua, a la que después se le incorporó
el tema energético formándose URSEA. Pero más allá de esto
no hubo iniciativas presidenciales para buscar reformas
profundas de tipo liberal. La pregunta es obvia: ¿por qué
los sectores que políticamente expresaban un pensamiento de
libre mercado fueron tan tímidos a la hora de plantear las
medidas necesarias para ello? Creo que también les pesó el
imaginario con el que querían ajustar cuentas, cosa que les
pasó, asimismo, a los militares a la hora de dar el golpe de
Estado.
¿Cómo funcionaba a esos efectos la relación entre la
representación política y los políticos como operadores?
Precisamente allí la relación se complicaba. Cuando tenían
que pasar del plano de los votos parlamentarios al de los
operadores políticos, el ímpetu reformista se debilitaba. Un
caso típico es Atchugarry, que termina operando como
uruguayo medio común, buscando entendimientos, consensos,
apelando al Estado para poner parches, cuando se suponía que
debía ser el vocero joven del ala económicamente liberal del
Partido Colorado. Termina siendo el individuo que reafirma
los conceptos más claros del modus operandi del Batllismo.
Estamos hablando de un imaginario fuertemente
mediatizador de las intenciones.
Al menos de las intenciones de destruir los conceptos sobre
los que éste reposa. Por supuesto que no hay imaginario que
garantice la felicidad de nadie, pero a la hora de hacer
política hay que tenerlo en cuenta. Si analizamos la
historia política de los últimos cuarenta años en el mundo
occidental, encontramos flujos hacia posiciones muy
fuertemente controladoras, estatistas e igualitaristas, y
hacia el otro extremo, de posiciones extremadamente
competitivas y liberales. Se sigue yendo de un extremo al
otro y hay países –como Argentina– que oscilan entre esos
dos polos y otros –como Uruguay– que se van moviendo
milimétricamente, sin salirse demasiado del rol central.
AGONÍA DEL CLIENTELISMO
¿Esto quiere decir que no ve mucho margen para que
Uruguay se aparte de esa media histórica?
Uruguay por lo general procesa los cambios con lentitud,
pero los procesa. Sin duda que el modelo más consensuado del
Uruguay de hoy es muy diferente al del 55. Esto es
perceptible en la aceptación del mercado y la competencia,
en la aceptación de un Estado que defiende la eficiencia. El
Banco de Seguros, por ejemplo, tuvo que reformarse porque la
gente no soportaba el desastre al que había llegado el
sector automotores. Uruguay se va moviendo en un péndulo muy
acotado, pero que va generando cambios paulatinos, que se
procesan a lo largo de varias décadas. Yo le asigno
importancia a los modos de hacer política. Enfrentados al
viraje hacia la izquierda del electorado, los partidos
tradicionales uruguayos no lograron un aggiornamiento en esa
materia, como lo logró el Partido Popular en España (PP).
Pongo este ejemplo para demostrar que este tema no tiene
nada que ver con el eje ideológico derecha-izquierda. El PP
es un partido moderno, con mucha participación y buenas
estructuras y que se construyó en base de un ideario moderno
y bastante liberal, aunque con contradicciones. Los partidos
tradicionales uruguayos –en particular el colorado– han
tenido mucha confusión entre el Partido y el Estado. La
herramienta estatal le ha sido consustancial para hacer
política. El problema es que el agotamiento de la capacidad
del Estado supuso el agotamiento del instrumento político.
¿Cómo se va procesando ese agotamiento y el clientelismo
político vinculado a la administración del Estado?
Primero, al hacer eficientes ciertas ramas del Estado se
agota la necesidad del clientelismo. Hace 40 años a nadie se
le ocurría tener teléfono si no mediaba una decisión
política. Hace ocho o nueve años a nadie se le ocurre
pedirle a un político que le tramite el teléfono. Lo mismo
se puede decir en relación con las jubilaciones y otros
rubros. En segundo lugar, se llega a un tope en la
generación de empleo estatal. Eso agota de por sí el
clientelismo. Pongo un ejemplo. En el primer presupuesto del
gobierno blanco en 1960, se crean en la Administración
Central diez mil cargos de un saque. Hoy a nadie se le
ocurre ese disparate. Es decir, en la medida que el Estado
agota la posibilidad de creación de empleo, se agota el
clientelismo a través del mismo. Subsistió una modalidad
clientelística que no cumple con el primer requisito del
mismo, que es satisfacer las necesidades, o porque éstas no
existen o porque no se pueden satisfacer. Frente a ese
agotamiento de cierta forma de hacer política, surge el
hartazgo y la condena ética de la sociedad. Al no ser viable
empieza a ser vista como mala, como negativa, como puro
tráfico de votos. La izquierda va quedando como la que
utiliza métodos que son visualizados como más puros. No
ofrece a cambio de la adhesión ventajas individuales, maneja
el imaginario de otra forma de hacer política y eso también
le va generando adhesión. Mi percepción es que para el
avance de la izquierda jugaron los dos factores: la
persistencia en el imaginario colectivo del modelo del 55 y
el agotamiento en las formas de hacer política de los
partidos tradicionales, que no se renovaron.
UN OSCURO PORVENIR
Teniendo en cuenta los recientes resultados electorales,
¿cómo opera en los partidos tradicionales este fenómeno?
En lo que respecta al Partido Colorado es claro. Por primera
vez en la historia moderna uruguaya queda absolutamente
desprendido del Estado, con excepción de Rivera.
Forzosamente debe buscar otras formas de hacer política, de
convocar, de generar alguna mística. Lo podrá lograr o no, y
según el resultado su futuro es muy oscuro o podrá revivir.
Ahora bien, en estos momentos, incluso desde tiendas de
los partidos tradicionales, se habla de un nuevo país
surgido a partir del mapa político. ¿Cuánto puede tener de
nuevo un proyecto con tan fuertes anclajes en el pasado?
Lo nuevo tiene que ver, más que nada, con recambio de
elencos y en algunos casos, con el recambio de estilos. En
cuanto a esto último, el cambio de estilos va a ser fuerte,
como por ejemplo en Canelones; en otros no lo va a ser
tanto. En este rubro ubico a Salto, donde las formas de
hacer política y manejar la Intendencia no van a tener
cambios sustanciales. De manera más relativa, también pienso
en Paysandú. Sí es claro que hay una expectativa sobre el
nuevo gobierno mayor que los que lo votaron. Mucho voto que
no fue al FA en las municipales no es un voto de los
partidos tradicionales en términos de la expectativa de lo
que pasa en el país. Es el caso de San José, donde la gente
premió lo que consideró una buena gestión, habiendo, una
buena parte de ese electorado, votado a Vázquez en octubre.
Por lo tanto, en términos de imaginario país, a esa gente
hay que ubicarla del lado de Vázquez. Por otra parte, en la
comparación de los resultados de octubre con las municipales
de mayo se intersecta lo macro con lo micro, la visión país
con la local. Carámbula y Giachetto, por ejemplo, son
grandes referentes locales, tanto en Canelones como en
Florida. Pero además, no olvidemos que el voto a Larrañaga
en octubre y el voto a Bordaberry en mayo están expresando
un cierto afán de cambio. Puede ser cambio de elencos o de
estilos de hacer política, pero expresan búsquedas de
aggiornamiento de los partidos tradicionales.
¿Existe percepción en los partidos tradicionales sobre el
agotamiento de ciertos discursos?
Sí que la hay. Si observamos el discurso de Sanguinetti
previo a las elecciones de octubre y el posterior, nos
encontramos con un cambio notorio. Sanguinetti es un fino
observador político y advierte que hay formas y estilos que
se agotaron, que no tienen eco, que la contraposición
extrema ya no da resultados y que la convocatoria se obtiene
por el consenso, el diálogo y la búsqueda de entendimientos.
A partir de entonces, empieza a rehilvanar un discurso más
batllista, tanto en relación con el Estado como en el gran
énfasis que puso –que no es menor, pasando lo que pasó
después– en la laicidad.
LA ATEMPERACIÓN DE LOS POLOS
Parecería que en Uruguay éste es un mal momento para las
derechas e izquierdas duras y puras, al menos en el
discurso.
Si por derecha te estás refiriendo a la derecha autoritaria
o populista, yo creo que es el momento de mayor reflujo en
el Uruguay de los últimos 50 años. Esto es muy claro si
tomamos como referentes a sectores y dirigentes que,
apelando a ese discurso, hoy tienen una capacidad de
convocatoria minúscula. Por otro lado, en relación con la
izquierda dura, el panorama es más confuso. Si la concebimos
de acuerdo a los parámetros de los años 60, 70 y principios
de los 80, con un planteo claro, fuerte, nítido, de
características revolucionarias, nos encontramos con que
está tan empequeñecida como la derecha autoritaria. Pero el
Movimiento de Participación Popular (MPP) expresa a una masa
de gente con un discurso que no es racionalizable en
categorías, que es difícil trasladar al papel porque tiene
sentimientos muy contradictorios. Son sentimientos que en
algunos casos implican rechazo, no en el eje
derecha-izquierda, sino en el eje de manejos políticos con
determinadas lógicas y racionalidades –en los que entraba
tanto el Partido Colorado como el Comunista–, y que podrían
apuntar a un mayor espontaneísmo. Rechazo a ciertas formas
de consumismo, pero que puede implicar el rechazo a mucho
más que el consumismo, como pueden ser determinadas formas
de organización y estructura de la economía y del
funcionamiento social. Allí hay una porción del electorado
difícilmente categorizable. Debo aclarar que cuando digo
‘discurso’ no me refiero fundamentalmente a los dirigentes,
sino al discurso de la gente que vota ahí, cuyos motivos son
muy diversos e inclasificables.
LO QUE VENDRÁ
Después de rastrear tantos antecedentes, deberíamos
incursionar en cómo imagina estos cinco años de gobierno
venideros.
Es muy difícil predecir hacia dónde va el nuevo gobierno. De
lo que uno puede hablar es de ciertos desafíos que hay de
por medio, y si hablamos de desafíos tenemos que hablar de
los riesgos que implican. El primer desafío es que a este
gobierno le puede ir mejor o peor, pero no tiene margen para
fracasar. La sociedad no admite el fracaso y éste es el
primer gran desafío y a la vez el primer gran riesgo.
Segundo, es un gobierno que, quizás más que todos los que lo
antecedieron, tiene un primer gran desafío-riesgo: tener
elencos con capacidad de gestión. La izquierda no se preparó
para el gobierno, entendiendo por tal la generación de
cuadros con la formación suficiente para la cantidad de
niveles de decisión y ejecución que exige el gobierno. Por
otro lado, hay áreas en las que está aprovechando
capacidades acumuladas por gobiernos anteriores y
profesionalidades existentes y otras en la que considera que
todo lo que no pertenece al FA y adyacencias no debe
participar en la gestión. Eso comporta el riesgo de que haya
áreas en las que se desarmen estructuras que están
funcionando. El tercer riesgo es que la izquierda llega
demasiado cerca del gobierno, con demasiadas ideas y pocos
planes. Se está viendo, ya transcurridos setenta días de
gobierno, lo que cuesta aterrizar planes. Por ejemplo, un
problema que no tiene el Parlamento es el atolladero de
proyectos que vienen del Poder Ejecutivo. Lo cierto es que
el momento de auge del presidente es cuando asume y tiene un
gran poder hasta que viene la discusión presupuestaria. Este
gobierno tiene posibilidades de extender más ese poder, pero
cada transacción que haga, cada paso que dé, va a implicar
un desgaste que en algún momento va a estallar. Entonces,
hay un momento de iniciativa del gobierno y otro en el que
la pierde porque ya no tiene la fuerza inicial, y eso le
sucede a cualquier gobierno, sin excepción.
¿Entiende que buena parte del éxito de este gobierno se
define en la distribución de la riqueza?
Creo que algo se va a jugar en eso, pero lo fundamental es
obtener algún resultado cuya importancia radica más en la
forma en que lo ve la ciudadanía que en su valor intrínseco.
Yo pensaba que el rumbo podía estar más por el lado del Plan
de Emergencia, de la indigencia, de la pobreza extrema, pero
al día de hoy no lo veo claro, porque me parece que al
propio gobierno se le han entreverado los diagnósticos en la
medida en que empezó a indagar en profundidad en el tema. No
era tan simple como para resolverlo cambiando cheques contra
prestaciones.
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