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Los
sueldos del Estado
Oscar A. Bottinelli
La
Presidencia de la República difundió días pasados una lista
parcial de los sueldos más importantes de diferentes reparticiones
públicas. Sin duda la lista es parcial, no aparecen las
retribuciones del grueso del funcionariado, precisamente las más
bajas, y no hay promedios que permitan comparaciones entre
organismos. De allí pues, algunas críticas de gremios de
funcionarios.
Pero
la jugada del Edificio Libertad corrió el velo a uno de los
secretos de Estado mejor guardados: cuánto ganan los funcionarios públicos,
esta vez, algunos. Un secreto producto de varias cosas, una de las
cuales sin duda es la falta general de acceso a la información pública,
no por un problema necesariamente de ocultamiento, sino de
obsolescencia en las técnicas de gestión, proceso y almacenamiento
de datos; dificultad de acceso no sólo para el común de la gente,
sino también para los propios legisladores. No sólo es difícil
conocer las retribuciones de los funcionarios, sino también de los
gastos y las inversiones del Estado, y hasta los propios datos nada
menos que del Instituto Nacional de Estadísticas.
El
secreto también se explica porque desde muy larga data una infinita
variedad de sectores públicos nunca quiso que se supiesen sus
retribuciones. Puede recordarse a vía de ejemplo los funcionarios
del Poder Legislativo, de las ex-cajas de jubilaciones, de las
desaparecidas cajas de compensaciones por desocupación, de
asignaciones familiares y de seguros por enfermedad, de las oficinas
pasadas y actuales de recaudación impositiva, del servicio
exterior, de Salto Grande, y de los mil y un recovecos del Estado y
de la paraestatalidad. Un tercer ingrediente es que el conocimiento
cabal de cuanto gana un funcionario no pocas veces es tarea de
eruditos: descifrar lo que percibe en términos monetarios y no
monetarios, con la suma de sueldos más varios tipos de
compensaciones, más otros tipos de extraordinarios, más beneficios
en especie (tratamientos dentales, reducciones de tarifas, tasas de
crédito preferenciales).
El
puntapié presidencial puso a rodar una pelota que, si sigue
corriendo y nadie la detiene, lleva al cabal conocimiento de cuánto
gana, sumando todo lo sumable, cada uno de quienes reciben
retribuciones por servicios personales del Estado en su acepción más
amplia: administración central, entes autónomos, servicios
descentralizados, los otros poderes gubernativos, los gobiernos
departamentales en todas sus ramas, las entidades paraestatales, las
empresas privadas de propiedad o con participación estatal, en fin,
todo lo que de alguna manera surge del Estado y que a título de
comodín de trabajo, llamaremos reparticiones estatales.
De
lo poco que ha divulgado la Presidencia de la República, de lo que
agregaron algunos sindicatos y de otro tanto que se sabe o conocen
los entendidos, surgen algunas primeras impresiones significativas,
que conviene enumerar:
Una.
Hay una fuerte diferencia entre las reparticiones estatales, al
punto que la misma función en una de ellas puede estar retribuida
cinco o diez veces más que en otra. No es lo mismo poner un sello
en un papel en un escritorio de un banco que poner un sello parecido
(seguramente más viejo y carcomido) en un papel en un viejo
mostrador de Salud Pública
Dos.
En una misma repartición el sueldo más alto puede estar cinco u
ocho veces por encima del promedio, y consecuentemente unas quince o
veinte veces por sobre el sueldo más bajo. Y en otra repartición
el sueldo más alto está dos o tres veces por encima del promedio y
cinco o seis veces por sobre el más bajo.
Tres.
Hay reparticiones que ocultan por exceso y otras por pudor a
desnudar la miseria
Cuatro.
A priori no hay una lógica general, o la misma es extremadamente críptica,
como que es lo mismo ser grado 5 con dedicación total que lavador
de coches en el Banco de Seguros.
Seis.
La única igualdad o proporcionalidad de retribución que hay es en
los cargos claramente políticos: los electivos, los de
responsabilidad política y los de particular confianza
Siete.
La proporcionalidad antedicha lleva como consecuencia a la ruptura
de los conceptos básicos de toda estructura funcional, como que el
presidente de una empresa estatal, que claramente se ha transformado
en el Chief Executive Officer de la misma, gana generalmente menos
que el alto staff ejecutivo, y en algunos casos menos que mandos
medios (el presidente del Banco República debe ganar más o menos
como un gerente de sucursal)
Ocho.
Casi ningún sueldo de los más elevados del Estado es producto
primario y directo de la actividad política (puede ser un producto
secundario, pero no es el personal política, la clase política la
que aparece con las mayores retribuciones).
Visto
este pantallazo, viene el análisis, que no es tan sencillo. Primero
que todo porque se cruzan muchas lógicas en la determinación de
las escalas salariales. Por ejemplo, en la vida real del Uruguay del
último medio siglo, dos elementos provocaron importantes desniveles
salariales: la proximidad de algún funcionariado a las dirigencias
políticas (sustituida durante algo más de una década por la
cercanía a jefaturas y superioridades militares) y la existencia de
sindicatos fuertes, cohesionados, con capacidad de presión y
habilidad de negociación. Un segundo asunto es si es válido o no
el principio de a igual función igual remuneración, que es un
axioma, y como tal indiscutible y sin necesidad de demostración,
tan indiscutible como inaplicado, porque por ejemplo no es fácil
distinguir qué quiere decir igual función entre una empresa de
seguros, una inspección impositiva y un hospital.
Un
tercer aspecto es que el Estado no es un único empleador, sino que
una cosa es por ejemplo la administración central y otra
completamente distinta una empresa pública de telecomunicaciones o
bancaria, las cuales coexisten y cada vez más empiezan a competir
en algún área, grande o chica, con empresas privadas del mismo
ramo. Entonces aquí viene una pregunta ¿la igualdad de función
con igualdad de remuneración de los empleados de un banco del
Estado, debe hacerse con los funcionarios de Salud Pública o con
los de la banca privada? No es un tema menor. Y un cuarto aspecto es
que en varios lados la única posibilidad de captar altos ejecutivos
fue salir a competir con la actividad privada con ofertas salariales
acordes, o en otros casos también la empresa público se vio en la
disyuntiva de igualar sus retribuciones a la actividad privada o
sufrir la fuga de sus técnicos (como le ocurrió a Antel); las
empresas estatales sintieron en las planillas de sueldos las reglas
del mercado, y afrontaron la disyuntiva de asumir las reglas del
mercado o imposibilitarse de cumplir sus funciones con la capacidad
técnica o gerencial indispensable.
Estos
son apenas unos apuntes iniciales en borrador de un tema harto
complejo y poco debatido en globalidad. Lo importante es que si la
pelota comenzó a rodar, se instale en el país un debate
omnicomprensivo.
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