|
buena parte de los herederos de
Tomás Berreta y Luis Alberto Brause, otra buena parte de los
seguidores del diario El Día, y una nada despreciable conjunción
de fuerzas desprendidas de la Lista 15 (senadores Glauco Segovia,
Alba Roballo y Justino Carrere Sapriza, diputados Manuel Flores Mora
y Guzmán Acosta y Lara); formidable alianza de fuerzas se necesitó
para vencerlo. En los siguientes 33 años el camino fue cada vez más
empedrado y empinado: una elección siguiente cuya candidatura tuvo
como único sentido la defensa del espacio político quincista ante
el auge de Jorge Pacheco Areco, luego el largo silencio del régimen
de facto, su proscripción para los comicios de 1982 que de hecho lo
obligó a marginarse en las presidenciales siguientes, el pírrico
triunfo interno de 1989 y la subsiguiente derrota ante Lacalle, la
magra votación de 1994 y la casi extinción de la 15. Se acercó a
1999 ya en la setentena, con una base electoral de apenas 100 mil
votos, solitario senador con el respaldo de sólo dos diputados; se
enfrentó al ahora o nunca. Y fue el ahora, el resurgir de las
cenizas, el cumplimiento del destino inexorable. Entretanto, a fines
de los años de 1980 vivió el cambio de liderazgo en el Batllismo
Unido y su inicial marginación como candidato, hechos que sintió
como una traición y graficó con la imagen del brazo arrancado. Así,
33 años de lucha en el desierto, viendo alejarse a seguidores y
amigos, marcan a fuego a quien la padece.
El otro rasgo del Jorge Batlle
educado como y para príncipe, es su faceta de transgresor, de
desafiante, de políticamente parricida. Precisamente su renacer público
se debe a las destrezas políticas aprendidas desde niño y
desarrolladas a lo largo de más de medio siglo, combinadas con la
figura de un setentón joven, que rompe con los moldes de la política,
con la seriedad y distancia del poder. El hombre nacido y formado en
el corazón del sistema, resurge como un líder antisistema, como un
renovador de las formas de hacer política y como un fuerte
cuestionador de un tipo de Estado y de economía construidos por su
tío abuelo y reforzados por su padre. Quizás su transgresión,
quizás esa larga travesía del desierto, o un poquito de cada cosa,
expliquen su firme propósito de dejar fuera de camino a los otros máximos
exponentes de la dirigencia tradicional, y en particular de su
propio partido; al punto de comprometer algunas acciones de gobierno
con tal de no desperdiciar oportunidad alguna en ese objetivo.
Pero la complejidad y
contradicciones de la personalidad de Batlle no terminan aquí. A lo
largo de tres décadas y media su pensamiento influyó de manera
poderosa en todos los gobiernos constitucionales: con gran fuerza en
el de Pacheco Areco y en el de Bordaberry (en sus comienzos; en su
orientación económica), pero también en los dos de Sanguinetti y
en el de Lacalle. Contribuyó intelectual y políticamente en todos
ellos, con hombres suyos en el gabinete. Integró todas las selectas
cúpulas donde se procesaron y tomaron las decisiones más
trascendentes. Y sin embargo, jamás ocupó un cargo ejecutivo o de
administración: toda su vida pública estuvo en el Parlamento, en
la actividad partidaria o en los summit de gobierno; su estreno como
ejecutivo público, como administrador, se da en esta Presidencia de
la República. Hombre de pensamiento fuerte, con alta carga ideológica,
contestatario del estatismo y asistencialismo que viene de largas décadas,
asume recién en el 2000 la carga de traducir los ideales en planes,
y los planes en realidades, en medidas, decretos, reglamentos,
actos. El primer año de gobierno quizás revele la distancia que va
del campo de las ideas al campo de la política posible.
Otra característica se relaciona
con su forma de conducción. En el ejercicio de los liderazgos hay
directores de orquesta, hay caudillos de multitudes y hay profetas.
Jorge Batlle pertenece a esta categoría. Su estilo no es el del
hombre acostumbrado a zurcir y bordar, a ser componedor de buenos
oficios, a buscar el punto medio entre actores contrapuestos.
Tampoco un caudillo de multitudes. Más bien un profeta, el hombre
que tiene una concepción profunda de lo que cree debe hacerse, y la
trasmite con la firmeza y dedicación del conversor de infieles. Es
un estilo que poco condice con la conducción de una coalición. Por
eso en este primer año ha tenido más éxito en la seducción de la
izquierda que en el manejo de sus socios; ha sido más fluida la
relación con la oposición que con los líderes de sus fuerzas
asociadas, en particular con el Partido Nacional. Profeta pero con
los pies en la tierra. La velocidad con que anuló el cambio de
esquema tarifario de ANTEL y frenó la participación privada en
ANCEL marcan la otra faceta, la del hombre de vieja formación política
que no cae en trampas fáciles.
Si el primer año de gobierno fue
el de exhibición de sus atributos, de sus virtudes y límites, el
segundo año parece ser el de las concreciones, el de la exhibición
de resultados, o al menos el de la presentación de planes concretos
y objetivos mensurables. Y sobretodo cuáles son las reformas que
está dispuesto a impulsar, por qué caminos, hacia qué metas, y cómo
piensa sortear los obstáculos y trampas que le aparezcan por el
camino.
|