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determinó que el gobierno no aprovechase sus primeros 100
días para impulsar la iniciativa; es que en ese período el
presidente Batlle se encontraba en la cúspide del apoyo
popular y de la tolerancia del conjunto de instituciones y
liderazgos de izquierda: Tabaré Vázquez, el Encuentro
Progresista-Frente Amplio, el PIT-CNT y la Universidad. Sin
duda era el momento adecuado para poner sobre el tapete los
temas más conflictivos de la agenda gubernamental. El
gobierno optó por el camino de utilizar el colchón de
espacio político y de opinión para sortear la crisis económica
y social, y dejar para más adelante el encare de reformas
estructurales, pero, además, la reforma laboral no se
encontraba en esa agenda.
La razón se encuentra en el
propio discurso de Batlle en ACDE y en la argumentación
manejada por muchos grandes empresarios: la flexibilización
se viene dando, avanza mucho, a través de los convenios entre
empresas y sindicatos. Desde este punto de vista resulta mucho
más efectivo caminar hacia esa flexibilización de la mano
entre empresarios y sindicatos, empresa por empresa, rama por
rama, que internarse en una delicada discusión sobre una
reforma global. Es que eludir internarse en una reforma global
permite evitar lo que ya ha aflorado: que una discusión genérica
sobre el tema lo lleva al plano ideológico, ya no se trata de
buscar una solución satisfactoria para un conjunto de
trabajadores y un conjunto de empresas de la bebida, del papel
o de la madera, sino que pasa a ser un debate sobre los
derechos de los trabajadores, el desarrollo de la protección
laboral a lo largo de todo el siglo XX, los convenios de la
Organización Internacional del Trabajo y la doctrina de los
laboralistas.
Esa postura no es compartida
por el grueso de los empresarios pequeños y medianos, los que
carecen de interlocutores colectivos válidos para lograr una
flexibilización por vía de los hechos, o caso por caso. Además,
cuando esa flexibilización se logra, las empresas (grandes o
pequeñas) no están cubiertas del riesgo de que alguno o
algunos recurran a la vía judicial, donde inexorablemente se
declara la ilegalidad de dichos acuerdos, por más homologados
que fueren por el Ministerio de Trabajo. Algunas de las
medidas anunciadas por el ministro de Economía están
plasmadas en convenios colectivos y se aplican, y hay unos
cuantos casos de juicios perdidos por esas empresas ante
trabajadores que individualmente o en forma grupal han
recurrido a la vía judicial. Pero el otro ángulo del
problema que preocupa a pequeños y medianos empresarios es
que se sienten desprotegidos en la instancia judicial. La
estructura de las empresas les dificulta tener sistemas
probatorios, libres de todo cuestionamiento, ante la
posibilidad de reclamos por impago de horas extra,
incumplimiento del descanso intermedio y hasta trabajo en días
de descanso. La jurisprudencia devalúa mucho las pruebas
documentales, superlativiza la prueba testimonial y en los
hechos invierte la carga de la prueba, al empresario cae la
pesada carga de probar lo que no ocurre. Desde esta visión,
dominante entre empresarios pequeños y medianos, el problema
mayor está en la jurisprudencia y la doctrina laboral. No sólo
consideran necesarias leyes de flexibilización laboral, sino
además una normativa que los proteja de la jurisprudencia y
la doctrina dominantes.
Desde el otro lado aparecen
dos grandes posturas. Una es ideológica y parte del supuesto
que aún el derecho laboral actual no protege adecuadamente al
asalariado, que toda flexibilización tiene por único objeto
maximizar los beneficios de las empresas y perjudicar a los
trabajadores; es una postura que obviamente entra en el campo
de la negociación imposible (como, tema paralelo, la oposición
a la desmonopolización del seguro de accidentes de trabajo
porque las empresas privadas pueden quebrar y ello lleva a la
desprotección del trabajador; ergo: sólo cabe el seguro
estatal, porque los estados no quiebran). Una segura postura
no rechaza a priori la flexibilización laboral, postura que
llevó precisamente a muchos sindicatos a acordar a nivel de
empresas o ramas esa flexibilización, pero que desconfían de
la generalización. El miedo mayor está en la extensión de
la flexibilización al grueso del mercado laboral, no
protegido por sindicatos, donde no es posible acordar las
medidas, traducir las normas generales en medidas concretas
consensuadas y, por supuesto, desde esta perspectiva, desconfían
aún más de los acuerdos individuales, pues parten del
supuesto de que el trabajador individual está indefenso ante
las condiciones que pretenda imponer el empleador.
Y justamente esta tesis
revela uno de los problemas del mercado laboral y de las
negociaciones: las cuatro quintas partes de los trabajadores
privados en relación de dependencia no están protegidos por
convenios colectivos ni en su ámbito laboral operan
organizaciones sindicales (lo cual quiere decir desde un ángulo
que no están protegidos por los sindicatos, y también quiere
decir desde otro ángulo que el movimiento sindical en su
conjunto tampoco los representa). Además la discusión se
inicia sin que haya estudios claros sobre en concreto qué
piensan los trabajadores, cada uno de ellos, sobre las medidas
propuestas, porque hay muchas personas que prefieren saltearse
la hora de descanso y salir antes del trabajo (como ocurre con
madres, estudiantes o gente con más de un empleo,
particularmente si en ese trabajo no cumplen jornada
completa), o que conviene más a sus necesidades el horario
global semanal.
El debate está planteado y
no es nada fácil. La iniciativa se lanzó con una elección
poco afortunada del momento y la forma, y tampoco parece que
una negociación entre cámaras empresariales y PIT-CNT en el
marco del Ministerio de Trabajo sea el ámbito más adecuado.
A priori parece que el mejor camino estaría en buscar de
parte del gobierno un buen negociador, una persona con alta
capacidad en esta técnica, y por otro lado entablar una diálogo
que comprenda a los actores sociales (empresarios, sindicatos)
y también a los actores políticos (los cuatro partidos con
representación parlamentaria), o en su defecto una doble
negociación, social por un lado y política por otro. Como
ocurrió con la reforma de la seguridad social, la pericia con
que se desarrollen las negociaciones es clave para el éxito o
el fracaso de la iniciativa
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