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Los ecos del pasado
Oscar A. Bottinelli
Entre
1962 y 1984 Uruguay vivió el período más violento de su
historia moderna desde que terminaron las guerras civiles y se
construyó un Estado y una sociedad modernos. En ese período
hubo más de dos centenares de muertos en territorio nacional,
además de otros padecimientos: personas detenidas o arrestadas
sin comisión de delito alguno, malos tratos y torturas en
dependencias militares y policiales, secuestros y malos tratos
por parte de grupos guerrilleros. A ello cabe agregar un
centenar y medio de desaparecidos y unos cuantos muertos en la
orilla de enfrente, casos sobre los cuales hay denuncias de
participación de militares uruguayos en los hechos. Los
muertos fueron de diverso tipo:
Uno. Funcionarios policiales y militares, y también civiles
muertos por grupos guerrilleros.
Dos. Personas muertas por escuadrones de la muerte.
Tres. Detenidos muertos en prisión por causas en principio no
naturales y en algunos casos probadamente por efecto del trato
recibido.
Cuatro. Desaparecidos luego de ser detenidos, sobre los que
toda la sociedad tiene la convicción de que están muertos.
Cinco. Personas muertas por encontrarse en el lugar y momento
equivocados, como sucedió con un hombre ajeno a todo que cayó
en medio del tiroteo en Pando.
Sobre la responsabilidad en muertes, secuestros y tratos
indebidos por parte de los actores guerrilleros jugó la lógica
emergente de todo sistema jurídico liberal, aunque en la
mayoría de los casos hubo vicios de origen en los juicios.
Tanto la declaración del estado de guerra interna, como la Ley
de Seguridad del Estado, como la intervención de la justicia
militar, fueron muy cuestionados en cuanto a su
compatibilización con el orden jurídico constitucional del
país. Pero una ley dictada por un Parlamento elegido en forma
incuestionable desde el punto de vista constitucional y
democrático estableció por un lado una amplia amnistía, pero
por otro excluyó expresamente de la amnistía a los delitos de
sangre, creó un procedimiento especialísimo de revisión de las
causas y estableció un sistema extraordinario de cómputo de
las penas (de tres por uno) en razón de las durísimas
condiciones en que operó la prisión. Es importante remarcar,
como precisión de hechos, que en Uruguay no hubo una amnistía
irrestricta, sino que una cincuentena de personas fue
rejuzgada por la Justicia ordinaria y condenada, y fue
liberada en función de un sistema especial de cómputo de pena,
concebido a título de compensación por los padecimientos
sufridos.
Por otro lado, en diciembre de 1986 se dictó lo que en
realidad es una amnistía, bajo la figura jurídica de caducidad
de la pretensión punitiva del Estado, la cual fue convalidada
por referéndum ciudadano en 1989. A diferencia del caso
anterior, no hubo juzgamientos ni investigación de los hechos.
Y de allí quedó un tema cerrado para unos y abierto para
otros. El actual gobierno entendió que se encontraba pendiente
el esclarecimiento de la suerte de los desaparecidos y
eventualmente la localización y entrega de los restos. Ahora
la comisión Ramela llegó a la conclusión de que siete personas
desaparecidas murieron en estado de detención y bajo tortura,
en una investigación que no ha culminado y puede ampliar esta
lista de certezas.
Cuando el referéndum de 1989 hubo dos bandos, como ocurre
forzadamente en toda opción binaria, como lo es un acto
plebiscitario o un balotaje. Pero la realidad es más rica que
el reduccionismo procesal electoral. Y en ese referéndum
pueden distinguirse sustancialmente cuatro posturas: una, la
defensa de la ley por solidaridad con los militares o policías
acusados, o con lo que ellos hicieron o representaron. Dos, la
defensa de la ley como forma de pacificar el país, enterrar el
pasado y mirar hacia adelante, sin convalidar y más bien en
condena de lo realizado durante el período militar. Tres, la
oposición a la ley con una finalidad de esclarecimiento de los
hechos (que se expresó sobre todo en la consigna "Verdad y
justicia"). Y cuatro, la oposición a la ley en pos de "Juicio
y castigo a los culpables".
El mensaje de la comisión es que Uruguay se encaminaría hacia
la posición más exactamente intermedia, en medio entre la
postura dos y la tres: verdad sin justicia judiciable, lo que
algunos pueden entender como verdad con justicia histórica.
Esclarecer los hechos, dar una versión que en el fondo supone
una culpabilización de actores, no individualización de esos
actores y, a partir de allí, amnistía, en el sentido
etimológico del término.
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