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En Uruguay la democracia directa se ejerce sustancialmente a
través de dos institutos: el plebiscito, que está reservado a la
materia constitucional y es de carácter aprobatorio (es decir, crea
normas jurídicas) y el referendo, reservado a las normas con rango
de ley nacional o departamental, de carácter abrogatorio (vale
decir, es un recurso contra normas ya dictadas con el objeto de su
derogación). El plebiscito constitucional aprobatorio es el más
viejo de todos, como que el primero de ellos data del 25 de
noviembre de 1917, y en lo que es políticamente relevante se refirió
siempre a modificaciones a la estructura orgánica del Estado. El
referendo departamental tuvo un único uso, el 22 de julio de 1951,
en que triunfó la derogación de la norma impugnada (aumento del
precio del boleto en un vintén, dos centésimos del muy viejo peso
oro uruguayo). El referendo nacional abrogatorio (instituido por la
Constitución de 1967) se estrenó con la recolección de firmas
iniciada en el verano de 1987 y posterior acto votacional del 16 de
abril de 1989. Y en las elecciones de ese mismo año se inventó un
nuevo camino de democracia directa: la creación o derogación de
normas por el camino formal de la reforma constitucional. Cabe
señalar la importante diferencia en cuanto a la facilidad de impulso
ciudadano entre el plebiscito y el referendo nacional: el primero
requiere la adhesión del 10% de los ciudadanos y el segundo, del 25%
(la diferencia va de 240 mil a 600 mil personas)
En un análisis centrado en el ciclo político posterior al periodo de
facto y sin tomar en cuenta los plebiscitos referidos a la
estructura orgánica del Estado, el camino plebiscitario-referendario
se recorrió diez veces (y se está a punto de culminar la undécima,
con la recolección de firmas sobre el tema Antel-Ancel). Estos diez
intentos han tenido la siguiente suerte:
a) Tres lograron éxito en convocar el acto electoral y éxito en el
resultado: las reforma de los jubilados de 1989 y de 1994, y la
derogación parcial de la Ley de Empresas Públicas (1992). ;
b) Tres tuvieron éxito en la convocatoria al acto electoral (dos
plebiscitarios constitucionales, uno solo referendario) y fracaso en
el resultado: Ley de Caducidad (referendo de 1989), 27% del
presupuesto nacional para la enseñanza (plebiscito, 1994) y
autonomía de recursos para el Poder Judicial (plebiscito, 1999).
c) Cuatro fracasaron en el intento de convocatoria. Uno fracasó en
la recolección de firmas para el plebiscito constitucional, referido
a la derogación del régimen de AFAPs; los otros tres fracasaron en
el intento de convocatoria a referendo: Marco Regulatorio del
Sistema Eléctrico Nacional (1998), prescripción y caducidad de
reclamos laborales (1999) y disposiciones varias de la Ley de
Urgencia N° 1 (2001).
En resumen, de diez intentos tuvieron éxito pleno solamente tres,
dos de ellos por vía de reforma constitucional. Los tres tuvieron
como elemento común el apoyo político de un amplio abanico de
sectores, que comprendió al menos la mayoría de dos de los tres
grandes partidos y la minoría del otro. Los siete que fracasaron
contaron con apoyo de la izquierda, sindical y política, en unos
casos con mayor fervor y en otros con menos entusiasmo. Una
conclusión relevante es que hasta ahora la izquierda por sí sola no
ha logrado triunfar en ningún acto plebiscitario-referendario. Y que
cuando el camino es propiamente el referendo, las mayores
probabilidades están en el fracaso en la etapa inicial, en la
búsqueda de las apoyaturas ciudadanas mínimas para proceder a la
convocatoria del acto electoral.
El referendo sobre Antel-Ancel es un test muy importante, porque es
impulsado exclusivamente por la izquierda, más allá de algunas
adhesiones de figuras departamentales de los partidos tradicionales.
En alcanzar o no las más de 600 mil firmas para el 21 de febrero se
juega toda la capacidad de bloqueo del Frente Amplio. No hay empate.
O están las firmas y demuestra efectiva capacidad de bloqueo y
convocatoria popular, o no están las firmas y queda como una derrota
significativa. La prueba es mucho más necesaria para el Frente
Amplio y para Tabaré Vázquez, a partir del debilitamiento generado
por la división de posiciones y la ausencia de liderazgo en el tema
ANCAP.
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