|
Uruguay tiene un sistema político que se define como poliarquía, en
la terminología del politólogo norteamericano Roberto Dahl. En
términos menos técnicos y bastante imprecisos, puede decirse que una
poliarquía es sinónimo de democracia o de democracia liberal. La
casi totalidad de la sociedad uruguaya adhiere en la actualidad a
los valores de esa poliarquía, de esa democracia; unos como fin en
sí mismo, otros como base para la construcción de lo que consideran
una democracia más integral. La magnitud de quienes hoy
minusvaloración la democracia política es extraordinariamente
pequeña.
No fue así hace tres décadas, más precisamente en la segunda mitad
de los años sesenta y la primera mitad de los setenta. En ese tiempo
se generó una significativa pérdida de confianza en los actores
políticos, en los partidos y en las personas, y también en los
métodos de hacer política y su capacidad para resolver los problemas
del país y de su gente. Esa pérdida de confianza derivó para unos en
la adhesión al camino del golpe militar y para otros en la apuesta
al cambio de régimen político, social y económico a través de una
revolución. Y muchos otros que no apostaron ni a lo uno ni a lo
otro, exhibieron poca confianza en la democracia liberal y, más
grave aún, creyeron que estaba muerta cuando aún respiraba.
Así fue como las falencias y limitaciones de la democracia sirvieron
para desvalorizar lo que existía de democracia. Hubo dos vías de
desvalorización. Una tuvo que ver con la relación entre democracia y
justicia social, a partir de un razonamiento muy en boga: "una
democracia sin justicia social no es democracia; como en Uruguay no
hay justicia social, no hay democracia". La otra vía tuvo que ver
con la relación entre medidas extraordinarias, gobiernos fuertes y
democracia. Entre 1969 y 1967 el Partido Nacional y luego Gestido
aplicaron reiteradamente medidas prontas de seguridad, un instituto
previsto constitucionalmente, de tipo extraordinario, que supone
limitaciones a libertades y derechos por un tiempo determinado. Pero
tempranamente algunos opositores vieron allí el fantasma de lo
dictatorial. Luego vino Jorge Pacheco Areco, quien gobernó por
cuatro años con medidas prontas de seguridad, a las que dio un
alcance jamás soñado. Sobre el gobierno de Pacheco Areco existen los
más variados juicios, pero no hay demasiadas discrepancias en el
ámbito académico en que fue un gobierno con tintes autoritarios pero
que no rompió completamente con la legalidad constitucional. Pero en
su momento la oposición más dura consideró el periodo de Pacheco
Areco como una dictadura; la expresión en boga fue "la dictadura que
no osa decir su nombre". Y poco después llegó la dictadura
propiamente dicha, el golpe de Estado, el régimen autoritario en su
acepción más clara. La dictadura que por largo tiempo se creyó
tener, llegó en toda su plenitud.
La generación joven que se socializó políticamente en esos años
descubrió poco a poco y en carne propia la distinción entre
aplicación esporádica de medidas prontas, vivir en régimen
permanente de medidas prontas o estar lisa y llanamente bajo una
dictadura. De tanto creer que se estaba en dictadura, muchos
pensaron que no había demasiado a defender ni demasiado a cuidar.
Luego se descubrió lo peligroso del juego fácil de las palabras,
porque el confundir palabras lleva a confundir conceptos, a percibir
la realidad de modo confuso. Luego la realidad se impone en toda su
crudeza.
La sociedad uruguaya no ha sido cuidadosa en preservar la memoria
colectiva. La generación que accedió a la vida social en aquellos
años está hoy en torno a la cincuentena. Más de la mitad del país no
vivió el deslizamiento de la democracia a la dictadura. Esa falta de
memoria colectiva hace más necesario que nunca refrescar lo ocurrido
y recordar la necesidad de tener cuidado con ver fantasmas
dictatoriales o totalitarios ante la menor medida fuerte. Que puede
ser desde un error hasta un exceso, pero que implica diferencias
sustanciales con el autoritarismo. El viejo cuento infantil enseña
que solo hay que gritar "¡viene el lobo!", cuando el lobo viene de
verdad.
|