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El
sistema político y los formadores de opinión se caracterizan por
promover formidables debates por problemas que no se sabe si existen
o que tienen una dimensión menor. Así ocurrió con la creación de
partidos políticos. Uruguay jamás tuvo un número elevado de partidos
políticos, pero durante un decenio se discutió sin pausa cómo frenar
la constitución de nuevos partidos. Y aunque el problema parece
mayor, no se sabe qué magnitud tiene la movilidad o inamovilidad de
los funcionarios públicos, y por las dudas se le dedica un esfuerzo
mayúsculo. Se parte de la siguiente sucesión de hipótesis: el país
tiene un elevado número de funcionarios públicos, ello es producto
de su inamovilidad, los funcionarios públicos son ineficientes, la
inamovilidad es la causa de esa ineficiencia. Se supone que tal
razonamiento está avalado en estudios que lo respalden; resulta que
no los hay.
Un primer dato es que la inamovilidad jurídica de los funcionarios
públicos alcanza a uno de cada tres, con lo que el tema es bastante
menor. Pero hay inamovilidades fácticas que son más importantes que
las jurídicas, y no sólo en el Estado: en la banca privada hay una
inamovilidad casi absoluta, como lo ha habido en las grandes
fábricas con fuertes organizaciones sindicales. Y en las dos
terceras partes del Estado la inamovilidad de hecho es producto de
razones políticas y sociales, no jurídicas; la ley no va a cambiar
por sí mismo estos comportamientos.
Pero además el nivel de eficiencia de los funcionarios públicos no
está debidamente evaluado. Existe una percepción de ineficiencia,
pero no hay elementos que permitan medir cuál es su magnitud, y en
particular, lo más importante, qué tipo de funcionarios y de qué
características son los ineficientes. Y lo más relevante, cuál es la
productividad de un funcionario público medio comparado con el de un
asalariado privado. Desde el punto de vista de la satisfacción del
consumidor, no hay datos concluyentes para un lado ni para el otro:
en una cantidad importante de dependencias de la administración
central el público se manifiesta altamente insatisfecho, pero en
niveles similares al del público mutual; en materia de energía y
telefonía celular, las empresas públicas tienen una percepción de
mayor eficiencia que sus competidoras privadas; varias empresas
estatales atienden mejor al público que la gran mayoría de los
bancos privados. Lo que sí es claro es que las empresas estatales
tienen un mejor trato a la gente que la administración central.
Aunque resulte dudoso cuál es el nivel de ineficiencia, puede
razonablemente partirse del supuesto que es más alto en la
administración central que en las empresas estatales y en las
privadas. Los funcionarios de la administración central son los
verdaderamente inamovibles, de donde es fácil razonar: si son
inamovibles y son los más ineficientes, la causa de la ineficiencia
es la inamovilidad. Lo cual es posible que sea cierto, es decir, que
sea una de las causas de esa ineficiencia que no se ha medido. Pero
hay otros elementos: promedialmente ganan la mitad que los
funcionarios de las empresas estatales; en el período 1990-1998 sus
ingresos no crecieron contra alrededor de un 30 ó 40% en las
empresas estatales; su carrera funcional se troncha por la mitad,
dado que casi todos los cargos superiores son políticos o de
particular confianza; en los ascensos ha influido más la filiación y
la cuota política que el comportamiento funcional. Es decir, no
pueden ser despedidos, no tienen estímulos para ascender, perciben
bajos sueldos y los mismos no mejoran. Como quien dice, no hay una
sola causa que para que resulten buenos funcionarios. Parece
razonable pensar que para corregir la eficiencia, hay que atacar
todas las causas a la vez.
Además, en la teoría de administración de empresas no hay unanimidad
sobre el tema, y hoy predomina la tesis que las empresas que
aseguran estabilidad a su personal obtienen mejores rendimientos de
sus empleados que aquéllas que exhiben permanentemente el arma del
despido. El estímulo al personal es una combinación de estabilidad,
expectativas de crecimiento y evaluación justa. Por último, no
olvidar que la inamovilidad fue instalada en el país no por los
sindicatos, sino por la oposición política tradicional, para
combatir la persecución política oficialista.
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