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Los
países con vida política asentada cuentan con ordenamientos
constitucionales de larga duración, donde las reformas adquieren el
carácter de excepción. Claro que la mutabilidad o inmutabilidad
depende de la propia estructura de la Constitución. En un extremo se
encuentra la de los Estados Unidos, cuya vaguedad hace que el cuerpo
madre jamás se modifique, aunque esa perennidad oculta un sinnúmero
de añadidos, las “enmiendas”. En el otro extremo puede esta
República Oriental, donde la minuciosidad y preciosismo se expresan
en artículos como el 162 y 163, relativos al Consejo de Ministros.
El primero dispone que “El Consejo celebrará sesión con la
concurrencia de la mayoría absoluta de sus miembros y se estará a lo
que se resuelva por mayoría absoluta de votos de miembros presentes”
y el artículo siguiente dispone que “En cualquier momento y por
igual mayoría se podrá poner término a una deliberación. La moción
que se haga con ese fin no será discutida”. Como bien puede
observarse, en Uruguay una moción de orden para cerrar el debate es
de rango constitucional; si alguien considera que la discusión
debería cerrarse por mayoría calificada, bueno, se requiere como
mínimo un plebiscito, voto obligatorio incluido, o quizás más aún,
la elección de una Convención Nacional Constituyente de 260 miembros
más el posterior plebiscito.
Esa obsesión filigranática llevó a los constitucionalistas de 1996 a
establecer un cronograma preciso e invariable: el sacrosanto último
domingo en abril para las elecciones preliminares, en el siguiente
octubre para las elecciones parlamentarias y presidenciales y en el
de noviembre para la definición por balotaje. Y como novedad
removedora, no el último sino el segundo domingo de mayo para las
elecciones municipales, fecha sin duda pensada para complicar la
celebración del Día de la Madre. Este cronograma fue el producto de
agregar al calendario una elección tras otra, fecha tras fecha, sin
mirar el cuadro resultante (como tampoco se miró la sintaxis ni los
tiempos verbales). Y dio un producto propio de un país
hiperpolitizado, sin problemas, de vida apacible, moneda estable,
inflación controlada, depósitos bancarios seguros y bajo desempleo:
13 meses y medio entre la primera elección y la última, lo que en
buen romance significa 20 meses de campaña electoral ininterrumpida.
Como simple resta, quedaron apenas 40 meses para el tiempo útil de
gobierno, al parecer suficiente para las pocas preocupaciones que
recaen sobre un gobierno en estos tiempos. Basta ver que a este
presidente le quedan 12 meses exactos para resolver los pocos
problemas que hay por delante.
¿Imagina alguien estar dentro de un año en campaña electoral, y
seguir de largo hasta mayo del 2005? Pero resolver el problema es
más complicado aún, porque cambiar el cronograma exige una reforma
constitucional, y ello supone un plebiscito, es decir, hacer un acto
electoral para acortar los actos electorales. Lo único posible sin
plebiscito sería la propuesta de correr las elecciones preliminares
hacia adelante (iniciativa del diputado Arturo Heber); al estar
fijada en las disposiciones transitorias, podría modificarse por ley
ordinaria (según una parte de la doctrina, que para estos tiempos
logra la aceptación unánime). Pero en forma timorata se habla de
hacerlo para junio, y algún audaz pronuncia en voz baja la palabra
julio. La pregunta que a uno le surge es por qué no puede hacerse en
agosto. Tiempo para escrutar los votos y proclamar los resultados
sobran, como que en las elecciones de octubre de 1999
(parlamentarias y presidenciales, aunque con alta restricción del
voto observado), la Corte Electoral completó el proceso en seis
días. Desde el punto de vista político hay que partir de un dato, ya
verificado: el partido político que en esos seis días no es capaz de
acordar la fórmula presidencial, no hay tiempo que le sirva, no le
bastan ni tres meses ni seis, y ese tira y afloje es suficiente para
apearlo de la carrera, para que la gente lo elimine de las opciones
posibles. Tres meses entre la primera y la última elección
presidencial, algo así como seis meses de campaña intensa, parece
ser lo más acorde a estos tiempos de penuria.
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