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Toda
innovación tecnológica provoca dos movimientos opuestos: la
novelería y el del inmovilismo. El inmovilismo tiene costos altos en
dinero, tiempo y eficacia), pero la novelería tiene los costos de
las fallas de lo que se pretendió perfecto o la inadaptación de los
usuarios al nuevo medio. En Uruguay alguna gente ha quedado seducida
por el voto electrónico, difundido por los brasileños con su
característico jeito.
El procedimiento electoral requiere tres elementos fundamentales
para dar garantía a un acto electoral: un padrón confiable (los
habilitados para votar), un registro e identificación confiable de
los votantes y un mecanismo también confiable de emisión y
contabilización de los votos. El tema de la urna electrónica aborda
exclusivamente este último punto y Uruguay cuenta con un sistema de
emisión y contabilización de altísima confiabilidad y más de tres
cuartos de siglo de experiencia. Vale analizar las ventajas y
riesgos del cambio. La ventaja sería una sola: velocidad.
Para analizar la velocidad hay que despejar un equívoco: casi toda
la demora entre el escrutinio primario y el definitivo obedece a los
votos observados, que es otro tema. Hay que ver los tiempos del
escrutinio primario, que es el que acortaría el voto electrónico. En
los comicios nacionales últimos, octubre de 1999, el escrutinio
primario completo, con datos oficiales de la Corte Electoral (sin
los reclamos y verificación de las etapas posteriores) estuvo
concluido al mediodía del día siguiente a las elecciones. Desde el
cierre de la última urna hasta la conclusión de la tabulación de
datos de las siete mil y algo de mesas de todo el país, hoja de
votación por hoja de votación, circuito por circuito, se realizó en
menos de 16 horas, por supuesto que con procesamiento electrónico,
pero de votos emitidos y contados a mano. En Brasil, con voto
electrónico, se tardó más de 30 horas (el doble que en Uruguay). Se
dice, bueno, eran 400.000 mesas y 115 millones de votantes, contra
7.000 meses y menos de 2 millones y medio aquí. Correcto, pero de la
misma manera que se multiplica por 51 el número de votantes, se
multiplica por 51 el número de personas que participan en la
contabilización y control de los votos. Cabe observar además que el
número de votantes por urna manual en Uruguay es mayor (promedialmente
320) que en la urna electrónica de Brasil (promedio, 290), lo cual
es producto entre otros detalles de que los brasileños demoraron 5
veces más que los uruguayos en el procedimiento de emitir su voto
(promedio de 10 minutos por urna electrónica contra 2 minutos en
voto manual (cuarto secreto, arrancado de tirillas y depósito el
sobre en la urna).
¿Qué pasa con la confiabilidad? Cuatro cosas. Uno, en Brasil falló
el 1.5% de las urnas, porcentaje superior a la diferencia que hubo
entre Partido Colorado y Partido Nacional en 1994, o al plus sobre
la barrera que permitió aprobar la reforma constitucional; en otras
palabras, la magnitud de la falla es de un volumen tal que hace
peligrar la garantía misma de una elección reñida. Porque en una
elección la confiabilidad del resultado debe ser del 100%, no cabe
un más o menos ni del uno por ciento. Ese apenas uno por ciento es
la diferencia entre que gane un partido u otro, que haya o no una
reforma constitucional
Dos, en el voto manual en Uruguay, el votante vota una hoja con un
número inequívoco, lema y fracción en letras grandes, fotografías,
símbolos y el nombre y apellido de cada uno de los candidatos
titulares y suplentes para cada cargo. Es muy difícil equivocarse en
el voto. En un teclado lo más fácil es equivocar los números, no
saber borrar, o confirmar el voto cuando lo que se quiso fue borrar
y empezar de nuevo.
Tres. Más de la mitad de la población no usa cajeros automáticos, no
tiene acceso a computadoras y jamás en su vida vio un teclado.
Y cuatro. La confiabilidad de todo lo informático es problemática:
hackers, virus, fallas de programas, sistemas que se caen, necesidad
de respaldos y los respaldos que fallan, en fin, una infinidad de
problemas que dejan dudas sobre la confiabilidad.
En definitiva, la introducción del voto electrónico no agregaría
velocidad y provocaría una grave pérdida de confiabilidad en las
elecciones, que es un sustento fundamental de la democracia.
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