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En
política económica hay una vieja discusión entre los partidarios de
soluciones de shock y los inclinados por el gradualismo. Cada uno
tiene su bagaje argumental y, en distintos países y contextos,
experiencias de lo uno y de lo otro.
Uruguay terminó un ciclo económico con una combinación de shock
inicial y de otro ritmo que unos consideran que es un deliberado
gradualismo y otros creen que es el dejar que las cosas maduren por
procesos naturales. En la moneda, el gradualismo se expresó en dos
ampliaciones de la banca cambiaria y fue sucedida por el abrupto
shock: la liberación del tipo de cambio. En los hechos operó como
una sucesión de sucesivos shocks, ya que la liberación hizo despegar
el dólar al entorno de los 18 pesos; luego hubo una sucesión de
saltos: primero a 21-23, después a 26-28, más tarde por encima de
los 30; para bajar y quedar planchado en torno a los 27 pesos. Y
este último fenómeno genera sensación de estabilidad. Pero una buena
cantidad de economistas calificados considera que el dólar debería
estar ahora por los 35 pesos. La opinión pública tiene
mayoritariamente la percepción que ya se tocó fondo. A nivel de
elites predomina una idea diferente, que falta bastante, lo que trae
como consecuencia inmediata el temor a lo que vendrá en el 2003.
Como este es un análisis político y no económico, no interesa cuanto
ha habido de shock y cuanto de gradualismo, ni lo correcto o
incorrecto de cada cosa desde el punto de vista de la política
económica. En cambio es muy importante tener idea si se tocó fondo,
si alguien tiene idea de cuándo se llegará a la sima y, más que
nada, que profundidad tiene esa sima. También desde el punto de
vista político hay dos ángulos de análisis: si lo que interesa es
medir los efectos inmediatos, en cuanto a la aceptación de las
soluciones implantadas, o si lo que importa es el efecto profundo,
el que se expresa en la adhesión a partidos y finalmente en voto.
En el impacto de la crisis sobre el voto hay claras evidencias de
que el uruguayo lo que menos soporta es la incertidumbre y,
relacionado con ella, la sobrevivencia de sacudones frecuentes, cuya
cantidad y duración no pueda prever. Es más difícil saber cuál es la
capacidad de acostumbramiento a un nuevo estado de pobreza nacional,
o para ser más exactos, a una fuerte disminución de su capacidad de
consumo y una más fuerte aún pérdida de expectativas en relación al
futuro. Cabe la hipótesis que hacia los partidos gobernantes puede
haber mayor tolerancia si cesa la incertidumbre, si no hay nuevos
sacudones, en definitiva, si se tocó el fondo; que por profundo que
sea ese fondo, importa más llegar a él que seguir con el temor
permanente de no saber cuánto falta ni dónde está.
Este razonamiento pues conduce a esta conclusión. Para el interés de
los partidos tradicionales, ante la inevitabilidad de la caída, el
mejor resultado desde el punto de vista electoral es el shock: la
caída lo más rápido posible, lo más profundo posible, hasta tocar el
fondo, al nivel desde el cual no se puede caer más. No es fácil
definir el fondo, pero debe andar en torno a: que no haya más
devaluación por encima de la inflación, que no se incremente la tasa
de desempleo abierto, que no bajen más los sueldos reales, que no
haya nuevas incertidumbres sobre deudas y créditos. Si el fondo se
toca lejos de las elecciones (si por ejemplo se hubiese tocado en
este último trimestre del 2002) queda un largo tiempo por delante,
más o menos un año y medio, para que la gente readapte su mentalidad
y su estado de ánimo a esa nueva realidad de más estrechez y más
limitaciones. Pero la estrechez en la estabilidad puede traer cierta
calma espiritual. Y entonces no pensar tanto en el castigo a quienes
se cree culpable de la caída, sino en evaluar por dónde están los
caminos del repecho y quienes tienen capacidad y baquía para
conducir a la gente por ese camino. El resultado no es nada seguro,
pero es el único posible para colorados y para blancos, al menos con
miras al 2004.
Si por el contrario se está lejos del fondo, si viene un 2003 con
nuevos shocks cada tres o cuatro meses, lo que cabe esperar es que
con cada shock sobrevenga una nueva crispación, y con ella la
profundización del camino que la ciudadanía ha emprendido desde los
comienzos del pasado invierno.
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