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Entre
el lunes y el martes el Frente Amplio institucionalmente y Tabaré
Vázquez como su presidente declararon que Uruguay no tiene capacidad
para el pago de la deuda externa, se encuentra realmente en cesación
de pagos (default) y debe exigir a los acreedores quitas en el
capital y bajas en las tasas de interés. Las fuertes declaraciones
de la izquierda aparecen en el mismo momento en que el gobierno
negocia afuera y adentro la reprogramación del endeudamiento, con el
propósito que el mismo resulte de un acuerdo voluntario, es decir,
no afecte la imagen del Uruguay como un buen cumplidor de sus
obligaciones. Esta es la segunda vez que la izquierda realiza un
fuerte movimiento que objetivamente puede torpedear las acciones del
gobierno, en momentos en que transcurre una negociación delicada; la
anterior fue cuando Tabaré Vázquez viajó a Washington a
entrevistarse con las autoridades del FMI, en los mismos momentos en
que ocurrían tensas negociaciones en Montevideo entre el FMI y el
gobierno. La sucesión de hechos permite inducir que no se trata de
coincidencias, sino de acciones deliberadas.
Se produce así un giro de casi 180 grados desde la oposición con
gobernabilidad de mediados del año pasado a la nueva postura de
oposición en confrontación abierta, giro avalado por otros hechos
como el anuncio de interpelar al ministro de Economía. Supone
también un mensaje hacia afuera sobre el funcionamiento del sistema
político uruguayo: no es un sistema que cierra filas en medio de la
crisis sino que exhibe hacia fuera sus diferencias. Si la gran
fortaleza de Uruguay sobre Argentina fue la diferencia de
comportamiento del sistema político, esa distinción se atenúa
sustancialmente. El giro en sí aparece fundamentado en cuatro
elementos de relevancia: a) el mayor protagonismo del Partido
Socialista, que apuesta a una línea de endurecimiento; b) las
incertidumbres que provoca la oscilación de la opinión pública
(entre setiembre y diciembre la izquierda perdió la mitad del
explosivo crecimiento experimentado entre mayo y setiembre; no sólo
se frenó el crecimiento, sino que en este momento está en plena fase
de caída); c) las presiones de la gente militante, que siente que el
Frente Amplio no hace nada, no frena al gobierno; y d) la idea
prevaleciente en la izquierda que el gobierno no busca con
sinceridad un diálogo, sino que pretende vender la imagen de
políticas consensuadas, sin informar debidamente, sin oír lo que se
le propone y sin tomar en cuenta ninguna iniciativa. El FA pues se
encuentra con el riesgo de haber tocado techo demasiado temprano, de
recibir exigencias populares a las que no tiene forma de responder,
y además sentirse utilizado por el gobierno sin contrapartida
alguna. Esto parece explicar globalmente el giro hacia una oposición
dura.
Pero lo anterior no explica otro hecho: ¿Por qué elige para
confrontar el tema del endeudamiento privado, el de la
refinanciación de las deudas en bonos o títulos? Las respuestas no
son sencillas. Una línea argumental es que la izquierda crea, como
lo denuncia el ministro Atchugarry, que pone un palo en la rueda de
las negociaciones del gobierno. De ser así, caben dos explicaciones,
que pueden ser complementarias. Una, que un freno de esta magnitud
es la única forma para que el gobierno comprenda que a la izquierda
no se la puede consultar con fines de imagen, sino que se la debe
tomar en serio: se la escucha, se consensúa con ella, o se discrepa
y no se le pide lealtades. Dos, que la izquierda crea efectivamente
que es posible sin lesiones para la imagen del país obtener quitas y
bajas de intereses; o que crea que es posible obtener quitas y bajas
de tasas, sin que importe la imagen de buen o mal cumplidor de sus
obligaciones; en otras palabras, que piense algo así como: si no se
les da un tirón, estos son capaces de aflojar cualquier cosa a los
acreedores.
Una segunda línea argumental es que el palo en la rueda tiene como
finalidad no sólo hacer sentir al gobierno que si quiere la lealtad
de la izquierda debe tener lealtad para con ella, sino también que
efectivamente se busca poner un palo en la rueda de las
negociaciones. En otras palabras, que se apuesta a hacer fracasar
las negociaciones. ¿Qué finalidad podría tener esto? De dos tipos,
no excluyentes. Uno: si el gobierno logra una buena refinanciación,
entre el segundo semestre del 2003 y todo el 2004 seguramente va a
tener un excedente de dinero y ese excedente volcado en forma
conveniente, en gastos de rápida reproducción o de fuerte generación
de empleo, puede producir la imagen de un país en recuperación; si
la gente percibe mayoritariamente que lo peor ya pasó, que se está
en un plano ascendiente, puede comprometerse lo que ahora se ve como
una certeza indubitable: el triunfo presidencial de Vázquez. La
segunda explicación va por otro camino y no es opuesta a la
anterior: la convicción de que solo el Frente Amplio tiene la
independencia y la energía suficiente para negociar desde posiciones
duras con los acreedores y obtener lo mejor para el país.
En todos los casos existe el riesgo de que haya errores de cálculo,
algo así como la diferencia que percibe Estados Unidos entre simular
una guerra por computadora (y ganarla en cuatro días) y enfrentarse
a la vida real (y al cabo de una semana no haber dominado una sola
ciudad). Porque puede ponerse el palo en la rueda, frenar las
negociaciones, afectar a este gobierno, pero también comprometer la
suerte del gobierno siguiente. O por apostar a una baja de capital e
intereses no lograr ni lo uno ni lo otro, o lograrlo a cambio de una
fuerte marginación del país. Muchos líderes políticos y presidentes
han apostado a su capacidad de negociación, a su formidable cintura,
o al olvido de los demás, y se han excedido. Este es el gran riesgo
de una jugada de la magnitud de la que ha hecho el Frente Amplio, o
Tabaré Vázquez: apostar una parte sustancial de su capital político
a una sola tirada de ruleta.
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