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No hay poder con virginidad. A la corta o a la larga quien empieza a
desempeñar el poder se encuentra con que las cosas no son blancas o
negras, sino que casi todo se presenta en matices de gris. Entonces
viene la difícil tarea de poner límites a los grises: cuáles tonos
son los aceptables y cuáles tienen tal porcentaje de negro que va
más allá de lo admisible. Se descubre así que lo admisible y lo
inadmisible no es algo claro y simple, sino que está lleno de
subjetividades, de apreciaciones diferentes. Y también se descubre
lo perverso del juego de la culpabilidad por sospecha: el crear
culpables por el solo hecho de formular denuncias (o sin crear, el
dar por cierta la culpabilidad por la mera denuncia) puede acarrear
que un día el creador o el crédulo sean víctimas de ese mismo juego.
Esto es lo que le ha pasado a la izquierda en estos meses: gente de
la izquierda en el poder denunciada por gente de izquierda; gente
que se incorpora a la izquierda víctimas de escraches desde la misma
izquierda.
Mario Areán fue el secretario privado y la persona de mayor
confianza personal del intendente montevideano Mariano Arana, desde
que asumió por primera vez hasta hace unos días. Para un intendente
con función altamente emblemática, el verdadero poder está detrás
suyo, y es ejercido por las personas de su confianza personal (como
Areán) o de su confianza política (como la todopoderosa secretaria
general María Julia Muñoz). Areán fue denunciado en una serie de
notas del semanario Brecha por actos de implicancia entre su
actividad privada y su actividad pública. La Vertiente Artiguista, a
la que pertenecen tanto Arana como Areán, exoneró al secretario de
culpa y cargo, a través de un tribunal que actuó con criterio
juridicista (sin tomar en cuenta las normas de ética trazadas por el
Frente Amplio). El Frente Amplio, en cuya representación global
actúa Arana y por ende su secretario, emitió un fallo diametralmente
opuesto y lo condenó, basándose en las normas de ética
frenteamplista aprobadas en 1990. Y también con el criterio de que
aunque no haya delito ni falta administrativa puede haber falta de
ética.
Ricardo Alcorta fue el contador y el principal manejador de las
finanzas de la Intendencia de Maldonado bajo Domingo Burgueño. Vivió
por una larga década en guerra con el Frente Amplio (desde donde
partieron rumores contra su persona), perdió la intendencia en esta
última elección superado por Enrique Antía y ahora se incorpora a la
Nueva Mayoría, al tabarecismo, mediante su afiliación al Nuevo
Espacio. Desde las tiendas más duras se organizó un escrache contra
su incorporación a la izquierda.
En todo ataque político, aunque fueren ciertas y justificadas las
acusaciones, hay siempre una razón política. En el caso de Areán
parece provenir de quienes tienen cuentas pendientes con un
intendente que ganó de punta a punta un conflicto gremial, porque
sólo eso explica que se hagan públicas denuncias sobre hechos
ocurridos mucho tiempo antes, y no se hayan hecho en el momento en
que ocurrieron; y el ataque por elevación se hace contra lo más
vulnerable del entorno de Arana. En el caso de Alcorta la
explicación viene por otro lado. La izquierda siente que esta vez,
en el 2005, no se les va a escapar la intendencia maldonadense (se
le podrá escapar o no, lo importante es lo que esa izquierda
siente); y ahora sienten que esa intendencia que creen segura para
la izquierda ya no está segura para el o los posibles candidatos
frenteamplistas, ya que Alcorta es un hueso muy duro de roer, con
altas probabilidades –en caso de ganar la izquierda– de arrebatarle
la intendencia al Frente Amplio por cuenta del Nuevo Espacio, que
ganaría así un importante espacio de poder propio.
Pero además de lo político hay otros tres temas. Uno es el ético, el
de las conductas, donde aparece la necesidad de reflexionar en
profundidad sobre cuáles son las conductas que la izquierda va a
permitir y cuáles no va a permitir en la eventualidad del gobierno.
Porque las posibilidades de implicancia o de corrupción en las
intendencias es pequeña en relación a las posibilidades de un
gobierno nacional. Y no basta con creer que todos los de este lado
son honestos y todos los demás son corruptos, porque ese principio
es la piedra libre a la corrupción. Tampoco alcanza con decir que la
gente debe actuar con honestidad, porque vienen las mil y una zonas
grises que es necesario clarificar. Por supuesto que va a haber y
hay múltiples puntos de vista; lo importante es definir reglas
claras, conde cada quien sepa lo que puede y lo que no puede hacer,
y que esas reglas se cumplan. Si hay reglas (como las normas de
ética de 1990) y la Vertiente ni siquiera las tiene en cuenta a la
hora de juzgar, quiere decir que las reglas están en algún olvidado
armario y su aplicación no es de uso y costumbre
Un segundo tema tiene que ver con la culpabilidad por sospecha:
hasta dónde la izquierda va a continuar en la línea de dar por
válida toda sospecha y culpabilizar a todo denunciado o insinuado,
como lo hace reiteradamente con las figuras de los otros partidos.
Porque esa política encuentra sus límites cuando se revierte el
juego. Y si se da por creíble lo de Areán (que cierto o no, para no
pocos frenteamplistas lo hace creíble la decisión institucional del
Frente Amplio y la acción personal de Tabaré Vázquez al viabilizar
la renuncia del secretario), se cruzó el Rubicón: ahora puede tener
mayor credibilidad cualquier denuncia o cualquier rumor contra gente
de izquierda; ya no hay más invulnerabilidad. Y un tercer tema es el
de los escraches. Promovidos desde la izquierda o tolerados con el
silencio, ahora también se vuelven contra la propia izquierda
Todo esto sirve como advertencia de lo que es la cercanía con el
poder y lo que puede venir si se tiene el poder en serio; y valga la
advertencia, la que para algunos es bienvenida y a otros molesta,
porque la larga lejanía del poder hace creer que los cuestionables
sólo pueden ser los demás, porque de este lado siempre se hace todo
bien y del otro lado las cosas se hacen mal o por malas razones. Por
algo las grandes organizaciones, desde el Imperio de Darío, la Roma
antigua y la Iglesia, han estructurado un poder basado en el
permanente control de sí mismos.
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