|

Escasas dos semanas
del referendo sobre Ancap alrededor de los dos quintos de los
uruguayos sigue fiel e indubitablemente a sus partidos y líderes
políticos, mientras los otros tres quintos van desde un seguimiento
condicional a lisa y llanamente una actitud en contrario, pasando
por la indiferencia o el rechazo. Esto puede leerse desde dos
ángulos. Uno es el más simple y favorable a los partidos: la gente
no entiende mucho la Ley, no ve la importancia del tema y por eso no
le importa mucho decidirse, o si se decide tampoco le da demasiada
importancia a qué vota. Hay otro ángulo, que vale la pena al menos
explorar. Las dirigencias políticas han sufrido un desgaste en su
poder de convocatoria y ya no obtienen el seguimiento mecánico y
automático de sus partidarios. No basta apelar pues a la lealtad
partidaria, sino que deben convencer.
Para dejar en claro las cifras: el 37% está firmemente decidido a
votar en el sentido en que lo pregonan sus partidos y líderes; otro
4% vota en firme en el sentido de su líder pero no de su partido (astoristas),
un 11% vota en contra de lo que pregonan sus partidos o sus líderes,
otro 11% se inclina por seguir a su propio partido pero con dudas,
un 20% está plenamente indeciso qué votar y por tanto no está en
principio tomando en cuenta a sus partidos o a sus líderes, y el 17%
restante no simpatiza hoy con partido alguno.
Para encontrar algo parecido a esto hay que remontarse a la
mini-reforma constitucional de 1994: una ley constitucional aprobada
por los dos tercios de cada cámara, con el apoyo de todos los
partidos políticos y expresamente de los ocho principales candidatos
presidenciales, fue abrumadoramente rechazada en las urnas. Caben
algunos atenuantes: fue un trámite político extremadamente
desprolijo, que comenzó con una fuerte reforma política (la maxi-reforma)
y terminó con unas pocas enmiendas de menor entidad política; muchos
dirigentes que votaron la ley constitucional susurraron a los
votantes que sufragasen en contra; fue un tema que interesó a poca
gente. Pero hubo algunas señales que debieron merecer más atención
del sistema político. Una está relacionada con que buena parte del
voto en contra tuvo su origen en un descabellado rumor: que la
reforma habría el camino a la privatización de las jubilaciones y
pensiones, rumor basado en que se reformaba una disposición
transitoria de la constitución que ya había caducado por sí sola, lo
que implica desconfiar de los líderes, porque se cree que ponen un
cangrejo bajo la piedra. La otra señal es que otra buena parte de
los votantes manifestaron que lo hicieron en contra directamente por
desconfianza con las dirigencias políticas.
Hay muchas otras señales en sentido contrario que llevan a los
dirigentes políticos a menospreciar las indicaciones negativas. Es
muy bajo el nivel del voto en blanco y nulo en las elecciones. En
general los máximos líderes políticos en su conjunto logran amplia
adhesión de la opinión pública. Pero hay que atender que esto último
es mucho menor ahora que cinco años atrás. Por ejemplo, en aquél
entonces para más de la cuarta parte de los uruguayos la persona que
más admiraba era uno de los líderes políticos nacionales de primera
fila; en la actualidad no llega a la décima parte.
El propio Frente Amplio, en la cima de su convocatoria y en el peor
momento de los partidos tradicionales en la historia del país, logró
fugazmente un apoyo superior al 50% (llegó hasta el 54%) y ahora
navega por debajo de esa mayoría absoluta. Esto no quiere decir que
le sea imposible los votos que le faltan, pero no se está hablando
de resultados electorales, sino de adhesiones y de convocatoria, que
es otra cosa, más profunda. Y los partidos tradicionales, aunque se
encuentran en una fase de recuperación (particularmente el Partido
Nacional), los niveles de adhesión son extremadamente bajos.
No está demás recordar el silencioso pero sostenido cambio habido en
el sistema de partidos, que llevó desde aquel sólido bipartidismo
blanco-colorado (juntos concitaban más del 90% del electorado) a
este nuevo esquema cuya estación terminal es una incógnita. Porque
la elección de 2004 no dibujará el nuevo mapa político del país,
sino que marcará hacia dónde y con qué profundidad se procesará una
reordenación del sistema de partidos, reordenación que como ocurre
con estos temas profundos y en sociedades consolidadas y
conservadoras, será un proceso gradual, que llevará sus respectivos
lustros. Pero no fue de un día para otro ni en forma violenta que
los partidos tradicionales pasaron de las nueve décimas del
electorado a una adhesión que ahora, provisionalmente podía llegar a
tocar las cuatro décimas. El electorado tradicional fue del 82% en
1971, 77% en 1984, 70% en 1989, 65% en 1994 y entre el 52% y el 55%
en 1999. En opinión pública en el último año han estado
(contabilizando el voto oculto o silencioso) en un piso del 30% y
ahora estén cerca del 40%.
Hay que pensar pues que el alto nivel de indecisión que registra el
referendum no es solamente la confusión que provoca el tema, que es
extremadamente confuso. Tampoco es exclusivamente por los mensajes
confusos de ambas partes, que son confusos; porque los partidarios
de la ley unos dicen que le va la vida a Ancap y otros dicen que lo
mejor es importar combustibles y basta; y porque los contrarios un
día dicen que asociar Ancap con empresas extranjeras es una traición
a la patria, y otros dicen que apenas se derogue la ley se hará una
nueva ley para poder asociar Ancap a empresas extranjeras, y también
algunos otros dicen que la ley no es mala, sino que lo malo es que
la aplique este gobierno. Obviamente estas lógicas confunden a la
gente sobre el fondo de la cuestión. Pero lo más importante no es
que la gente se sienta confundida, sino que mensajes así de
contradictorios implican falta de liderazgo, en el sentido profundo
del término, que es la capacidad de trasmitir una idea, convencer a
la gente de sus bondades y convocarla a seguir el camino. Liderazgo
no es juntar votos, es guiar el camino. El alto nivel de dudas e
indecisión hay que buscarlo en todo este conjunto de señales que
implican dudas sobre la viabilidad del país, dudas sobre las
dirigencias políticas, desasosiego por el mazazo recibido el año
pasado, dudas sobre el futuro.
|