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En
forma bastante reiterada se ha calificado a Tabaré Vázquez de
populista. Desde las tiendas del Foro Batllista las calificaciones
han adquirido la calidad de acusaciones. El pre-candidato
presidencial Guillermo Stirling, acorde a su estilo contemporizador,
dijo que no podía calificar a Vázquez de populista, porque sería una
falta de consideración. Y Vázquez, por su parte, calificó de
populista la medida del gobierno al rebajar o eliminar los
adicionales al Impuesto a las Retribuciones Personales. La pregunta
que surge es si los protagonistas tienen idea clara de lo que quiere
decir populismo, o usan la palabra populismo como un eufemismo para
no decir demagogia. Si se cambian las palabras, las cosas son más
claras: a) El Foro dice que Vázquez es un demagogo; b) Stirling dice
que no puede calificar a Vázquez de demagogo porque sería una falta
de respeto; c) Vázquez dice que la rebaja o eliminación del
adicional al IRP es un acto demagógico del gobierno. Dicho así, sin
eufemismos, se entiende lo que cada cual quiere decir. La gente ha
entendido esto mismo: que mutuamente se han acusado de demagogia. De
donde para los actores políticos y para la propia gente, populismo y
demagogia son sinónimos. El problema es que desde una estricta
clasificación politológica no solo no son sinónimos sino que no
tienen nada que ver, son conceptos correspondientes a variables
diferentes. Y no es una exquisitez de cientistas políticos, sino que
populismo operó como una clara definición hasta hace tres o cuatro
décadas. Que el populismo puede caer con más facilidad en demagogia
que otros tipos, es cierto; y también es correcto que para los
nacionalismos conservadores todo acto a favor de la mayoría del
pueblo por parte de los nacionalismos populistas era en sí mismo un
acto de demagogia. Porque esto lleva a otro tema: ¿qué es demagogia?
Las palabras son códigos de comunicación. Tiene como finalidad
esencial el permitir que un emisor emita un mensaje que va a ser
entendido (decodificado) por un receptor en los mismos parámetros.
Si uno envía un mensaje en un programa informático de Windows y
pretendo leerlo en un programa de Linux, en principio no va a
lograrlo; necesitará conversores o compatibilizadores. Lo mismo
ocurre con el lenguaje. Lo más obvio de diferencia entre emisor y
receptor en cuando el mensaje se emite en español y lo recibe un
receptor que habla alemán: no se entiende. Es necesario recurrir a
una decodificación y recodificación, es decir, a traducir el mensaje
del español al alemán; así se comprende. El problema está en que los
riesgos de desconexión existen no solo entre idiomas diferentes sino
dentro del mismo idioma, y no sólo en función de formas particulares
del habla según zonas o generaciones. Complica sobradamente el
entendimiento claro de los mensajes cuando a las palabras se les dan
diferentes significados, o se les cambia el significado.
Ocurre que muchas veces las palabras dejan de definir para
calificar. Democracia es un término bueno, de donde muy pocas
personas en el mundo occidental se atreven a defender ideas no
democráticas. Pero luego al escribir la democracia a la que
adhieren, surge claro que entre unos y otros no hay parentesco
alguno. Neoliberalismo es un término peyorativo y condenatorio. De
donde los partidarios del libre mercado en una reformulación de los
viejos postulados del liberalismo económico, no asumen el término.
Pero además se califica de neoliberal a quienes adhieren al más puro
libremercado, pero también a quienes defienden posturas
socialdemócratas. Con el término populismo está pasando algo
similar: no define, sino que califica peyorativamente.
La ciencia política no ha sido muy precisa en la definición del
populismo. Se lo usa mucho, se clasifican regímenes como populistas
o nacional-populistas, pero hay pocos trabajos que se tomen el
trabajo de hacer una precisa definición, y la mayoría son
imperfectos, no terminan por definir con precisión. Algunas de las
definiciones acentúan el parentesco entre populismo y fascismo;
otros acentúan el nexo entre populismo y nacionalismo. Lo común a
todas las definiciones es concebir el populismo como una doctrina o
praxis política que se basa en liderazgos fuertes que pretenden
políticas de distribución a favor de los sectores más necesitados y
generalmente mayoritarios de la sociedad (“el pueblo”), esa
distribución o asistencia se practica en forma de otorgamiento y
conlleva una actitud de tipo paternalista. Más o menos por aquí se
tocan casi todas las definiciones de populismo. Otras definiciones
añaden y acentúan una proclividad hacia la democracia directa (o
mayor énfasis en la democracia directa) y cuestionamientos o
relativizaciones de la democracia representativa.
¿Qué es demagogia? Tampoco hay una definición única, por lo que vale
la pena emplear la segunda acepción de la Real Academia: “Halago de
la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política”.
Demagógica puede ser una medida o un discurso que busca la
aceptación o apoyo popular y que éste se traduzca en votos. Ocurre
que todas las acciones a favor de de los asalariados y de los
sectores de menor nivel económico, es decir, lo que comúnmente se
denominan las acciones “a favor del pueblo”, desde tiendas
conservadoras se las tilda de demagógicas, y en este ataque caen
populistas, socialdemócratas, socialcristianos, partidarios de la
economía social de mercado y hasta libremercadistas heterodoxos. Y
ocurre también que desde todas las tiendas políticas se realizan
discursos, se formulan promesas o se desarrollan medidas de gobierno
con la única finalidad de obtener apoyo popular y, en épocas
electorales, votos.
Conviene pues manejar el vocabulario con algo más de precisión,
porque por el camino de los eufemismos se siguen desvalorizando
palabras y se reduce entonces el léxico posible del habla política.
Hoy es imaginable que en Uruguay surge dentro o fuera de los
partidos ningún movimiento que se llame a sí mismo populistas, pues
la gente leería que se definen como partido demagógico. Cada vez
quedan menos palabras para describir y definir.
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