|
Las
llamadas elecciones internas de 1999 marcaron dos grandes líneas de
comportamiento en los tres grandes partidos políticos. De un lado
dos partidos que manejaron con gran prolijidad la competencia
interna: el Partido Colorado y el Encuentro Progresista-Frente
Amplio. Del otro lado un partido que no entendió las nuevas reglas
de juego y sumó a ello una ancestral dureza en los enfrentamientos
internos: el Partido Nacional. Las nuevas reglas exigen que los
disensos necesarios en una competencia interna se compatibilicen con
la necesaria propuesta única o central que adviene después de las
elecciones internas y para las elecciones nacionales. Ello supone
que las diferencias se marquen por la positiva, presentadas como
matices de una propuesta central compatible, todo se haga sin
descalificaciones personales, ideológicas o programáticas para su
contrincante interno. Los colorados se sujetaron estrictamente a las
reglas de juego y la misma noche de las elecciones quedó sellada la
fórmula presidencial con el abrazo entre el ganador y el perdedor.
En menor medida, también los frenteamplistas siguieron las reglas de
juego, y tiempo después el perdedor fue anunciado como el futuro
ministro de Economía del posible gobierno del ganador.
El Partido Nacional hizo todo lo contrario: campañas centradas en la
descalificación ética de quien resultó ganador, serias tardanzas y
dificultades para componer la fórmula presidencial, fuertes críticas
a la línea política seguida por la conducción partidaria en la
coalición de gobierno, retiro para su casa de dos de los candidatos
presidenciales perdedores y ausencia de presentación de candidatura
del tercero. Puede decirse que los blancos no dejaron error sin
cometer y su empeño dio resultado, el peor resultado electoral de su
historia.
Cinco años después aparece un enroque. El Partido Nacional presenta
una elección interna por un lado competitiva (la única donde existe
una competencia presidencial real) y esa competitividad se maneja
dentro de las más ortodoxas reglas del juego. Nadie descalifica a
nadie y ambos candidatos apuntan a captar franjas diferentes del
electorado. Al punto que se observa un fenómeno inédito: ninguno le
resta votos al otro, ninguno crece a costas del otro; es una
competencia por la positiva, donde Lacalle capta voto colorado o
potencialmente colorado y Larrañaga capta voto de izquierda o
potencialmente de izquierda. La ventaja que uno obtiene sobre el
otro es producto de diferente velocidad de crecimiento. Parece ser
la fórmula ideal. Al punto que ya está claramente por encima del
resultado de las elecciones nacionales de octubre de 1999, en un
proceso de ascenso que permite sostener que no ha alcanzado su
techo: tiene margen aún de crecimiento.
El enroque se completa con el movimiento contrario. Aparentemente
tanto el Encuentro Progresista-Frente Amplio como el Partido
Colorado hicieron las cosas bien: definieron un candidato único o
central, con lo que en principio habrían evitado la confrontación
interna. Pero en realidad no lo hicieron. El Partido Colorado
definió un candidato central que no fue producto de un verdadero
acuerdo, sino de una jugada política del líder de la 15 (el
presidente Batlle) sobre el líder del Foro Batllista. Nació una
candidatura central renga, sin aparato propio. Se abrieron además
varios espacios de competencia: por la vicepresidencia entre el Foro
y la 15, por la vicepresidencia dentro del Foro y dentro de la 15,
por los lugares en las listas al Senado y a la cámara baja en ambos
sectores, por la o las candidaturas a la Intendencia en los pocos
departamentos en que el coloradismo puede competir. Sanguinetti
exhibe un liderazgo con menor potencia que otrora. La 15 tampoco
exhibe conducción fuerte y no logra resolver el papel de Atchugarry,
que se ha especializado en ser postulado y en declinar las
postulaciones (primero a la pre-candidatura presidencial, luego a la
pre-candidatura vicepresidencial). Las diferentes listas no aciertan
el modo de potenciar al candidato presidencial y así se ven carteles
de candidatos a diputado del Foro con el nombre de Stirling y sin el
de Sanguinetti, otros que mencionan a Sanguinetti y omiten o
disminuyen a Stirling, otros de la 15 que potencian a Atchugarry y
ocultan a Stirling, y otros también de la 15 que mencionan con
Stirling y sin Atchugarry. En medio de ello el "Caso Peri Valdéz" y
la Intendencia de Canelones son dos punto sonoros de fricción entre
la 15 y el Foro. Lo único que les falta es que caiga el ministro de
Educación y Cultura, en medio de la campaña electoral, empujado por
una extraña convergencia del Foro Batllista y la izquierda; y además
que el candidato presidencial sea noticia por comparecer como
testigo en interrogatorios judiciales penales derivados del "Caso
Peri Valdéz". Stirling, por su parte, se encuentra en el
dificilísimo papel de un candidato común que no cuenta con las
apoyaturas y el poder necesario. El coloradismo ha emulado en lo
posible al nacionalismo de 1999 y los blancos han aprendido de la
otrora prolijidad colorada.
Los frenteamplistas no se han quedado atrás. Sin competencia por la
presidencia ni la vice, sin competencia real entre los sectores a
nivel nacional para junio, no aciertan a una política común y
exhiben una falta de conducción, que no es de una persona sino de un
conjunto. Ya van tres meses consecutivos de errores y fallas, más o
menos bien aprovechadas por los contrarios. En medio de eso hubo dos
atisbos de Vázquez de pretender imponer conducción, sin que lo
efectos hayan sido positivos (en marzo, cuando mandó callar, y en
abril cuando estableció reglas de centralidad de la campaña). La
reaparición de disidencias en el Senado y de discursos temerosos a
la inversión extranjera fue la nota dominante de la última semana,
que han opacado el mayor acierto de los últimos tiempos, como lo fue
la entrevista Vázquez-Kirchner. El líder de la izquierda exhibió el
tono justo y dijo lo necesario. Actuó como figura presidencial, en
tono de jefe de Estado potencial pero sin soberbia, sin que se
leyera un apresurado ya gané, sino un más bien tengo muchas
probabilidades de ganar. Exhibió coincidencias con el gobierno
argentino, sin quedar atado al peculiar enfoque que hace el país
vecino de la deuda externa. Los ecos de la reunión cumbre quedaron
opacados por el rechine en el Senado.
Es complicado este juego y difícil de aprender. Pero no se entiende
mucho el que quien hizo las cosas mal haya aprendido y los que la
hicieron bien hayan des-aprendido.
|