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El
tema de los pobres y la pobreza se instaló en la campaña electoral,
sin duda como el punto de mayor relevancia para el futuro del país
(no solo para los primeros años del próximo gobierno), lo que quiere
decir que también se ha instalado en la agenda de gobierno y lo que
es sin duda más importante en la agenda de políticas de Estado. El
llamado del Consejo de Iglesias Cristianas del Uruguay (CICU) hace
que el punto logre un consenso mayor en cuanto a prioridad, ya que
si a ello se suma posturas como las del movimiento sindical y las
ONGs, puede considerarse que adquiere relevancia de política de
país, ya que la sociedad en su conjunto expresa preocupación por el
tema.
El CICU lo integran la Iglesia Católica y las iglesias protestantes
más tradicionales: Anglicana, Evangélica Luterana, Evangélica
Metodista, Evangélica del Río de la Plata, Evangélica Valdense y
Pentecostal Naciente. En cuanto a lo político no ha planteado el
tema de la mejor manera si el objetivo es la obtención de consensos,
porque partió desde un ángulo confrontador, que revela o poca
comprensión del papel de las campañas políticas en una democracia
política o lisa y llanamente acusa al sistema político de practicar
la demagogia. Si se parte de la hipótesis de una intención
consensualista de las iglesias, ese ataque a los actores políticos
es una gafe, en tanto no conduce al efecto propuesto.
Pero más allá de ello, si se olvidase ese párrafo de la declaración
multieclesiástica, hay una expresión de alarma: “No es necesario
acumular datos estadísticos para comprobar una realidad que vemos a
diario en nuestros barrios, en los semáforos, en el colapso de las
instituciones de contención y servicio, en los hurgadores de la
basura de nuestras casas. Hemos llegado a tener dos generaciones que
viven de la mendicidad. El suicidio silencioso de los adultos por el
colapso económico ya no es solo de ellos sino que también toca a
adolescentes y niños. La migración no cesa y se vuelve el camino
alternativo, especialmente los jóvenes que no tienen esperanza
dentro de nuestras fronteras. Estas menciones y otras más, son sólo
la punta de un “iceberg” que nos refiere a lo que hay por debajo y
que no es tan visible. La destrucción del tejido social. La
fragmentación de la familia. La pérdida de valores. El deterioro que
la desnutrición produce en los niños y niñas del país y que no es
recuperable. Los cambios de comportamiento en las relaciones humanas
que no serán fáciles de revertir. Del temor, secuela de la violencia
que pervirtió formas simples de la convivencia ciudadana. La
proyección hacia el futuro perfila un país que tendremos
dificultades en reconocer. No es solo un problema económico. Tampoco
de habilidad en el malabarismo de cifras o recursos. Es mas
profundo. Lo que vemos a diario es muy preocupante”.
Cuando se habla de la pobreza surge un problema básico de
definición: qué es y a qué se llama pobreza. Las diferencias de
definición conllevan a contabilizar porcentajes abismalmente
diferentes de pobreza. No son iguales los criterios restrictivos de
Cepal que los criterios ampliamente abarcativos del Instituto
Nacional de Estadísticas. En general las estadísticas coinciden en
que, más allá del nivel exacto de personas en la pobreza, ese nivel
bajó sostenidamente hasta 1998 ó 1999, y luego comenzó a crecer.
Pero lo que también coinciden las estadísticas, es que la pobreza
extrema creció sostenidamente por lo menos en las últimas dos
décadas (seguramente más). Hay una diferencia conceptual entre
pobreza a secas y pobreza extrema. Esta última es la marginalidad o
lleva a la marginalidad. Y la diferencia entre un pobre y un
marginal es la diferencia entre la inclusión y la exclusión social.
El pobre a secas es aquél que tiene insuficiencias, carencias, pero
que no afectan el vivir con alguna pizca de dignidad. El pobre
extremo es aquél que se enfrenta a la pérdida de la dignidad, a la
pérdida sustantiva de valores, en que cualquier forma de obtener la
subsistencia pasa a ser lícita, sin que existan diferencias entre el
trabajo, la mendicidad o el robo, porque todas esas son meras formas
diferentes de buscar la sobrevivencia: se vive con lo que se
encuentra, como fuere. Inicialmente quien cae en la pobreza extrema
puede ser rápidamente ayudado a salir de ella. Pero si esa pobreza
extrema se prolonga, y más aún si traspasa generaciones, se entra en
la definitiva confusión de valores y en la exclusión social.
Combatir la pobreza extrema requiere de recursos materiales y de
recursos humanos, pero como señalan las iglesias no basta. La
distorsión de valores que genera la extrema pobreza no se arregla
con mayores recursos ni con resolver temas como vivienda o
alimentación, pues la crisis de valores conlleva muy largo tiempo y
hasta el paso generacional para su recomposición. Es más rápido el
proceso de descomposición y extremadamente lento el proceso de
recuperación.
Además hay un dato demográfico muy importante. Decrece la población
de los sectores que están por encima de los niveles de pobreza, las
muertes por año son más que los nacimientos por año, y además son
los sectores golpeados por la emigración (los marginales y los
pobres extremos no emigran). La población se mantiene y aún crece
por la explosiva tasa de natalidad que existe en los niveles de
pobreza común y de pobreza extrema. Ello conlleva a que también hay
un cambio de valores en la sociedad producido por la propia
diferencia en las tasas de remplazo poblacional. Y en este aspecto
hay una carencia generalizada, pues no hay propuestas ni de
partidos, ni de instituciones religiosas ni de organizaciones
sociales que digan, a partir de las concepciones sobre la vida y el
mundo de cada uno, cómo se enfrenta un problema demográfico de esta
magnitud. Porque esto también lleva a ese temor que revelan las
iglesias de ir hacia un país que se torne irreconocible.
Desde hace varias décadas en Uruguay se debate poco, si por debate
se entiende la discusión profunda y con nivel, a partir de las
diferencias conceptuales e ideológicas de cada uno, en busca de
soluciones y de respuestas. Hay discusiones uno diría con mentalidad
judicial, o más propiamente con mentalidad juzgatoria: quién es el
culpable de que la cosa ocurra. Y por las dudas, quien pueda sentir
que se le pudiere culpabilizar, le conviene comenzar por negar el
diagnóstico. Entonces no sólo no hay debate, sino que la discusión
se centra en el diagnóstico. En este tema parece que hay
coincidencias de diagnóstico. La sociedad entonces tiene la opción
de discutir las culpabilidades o debatir las soluciones, que ni son
sencillas ni están a la vista.
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