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El
triunfo de la izquierda genera desafíos para ella al menos desde dos
puntos de vista: uno como gobierno y otro como fuerza política (hay
también otros impactos, como el que ocurre sobre el movimiento
sindical y los movimientos sociales en general). Como fuerza
política afronta cuatro tipos de desafío: de identidad, de
conducción partidaria (y estructuras partidarias), de liderazgos
(secundarios o sucesorios) y de carácter programático o ideológico.
La identidad no es algo menor. El sentirse perteneciente a un grupo
es una necesidad del ser humano, el sentir ser parte de una misma
cosa con otras personas, con las que se comparten emociones, valores
y vivencias. El no haber entendido la fuerza de la identidad es sin
duda una de las causas del fracaso de la vieja dirección comunista,
cuando perdió la conducción del partido y no logró transformarlo. La
izquierda uruguaya construyó una identidad en torno al Frente Amplio
y como toda identidad, en torno a sus símbolos, la bandera tricolor,
la F y la A entrelazadas, el rojo, azul y blanco como colores
emblemáticos. Esa identidad no estuvo fuera de controversias. A lo
largo de toda su historia, desde su nacimiento, el Frente Amplio vio
cuestionada su identidad, su naturaleza y su existencia. El
frenteamplismo es un fenómeno social, creado por la gente, muchas
veces a contrapelo de las propias dirigencias y durante un primer
tiempo corporizado en la figura del general Seregni.
En principio hay tres formas de cuestionamiento de la identidad
frenteamplista. Una, la más vieja, que adhiere a la concepción del
Frente Amplio como una coalición y no un partido, y en tanto
coalición debe necesariamente carecer de identidad. Dos, la teoría
de una izquierda que crece por agregaciones y por etapas, donde una
etapa es el Frente Amplio, una segunda el Encuentro Progresista,
pudo haber sido una tercera la Nueva Mayoría (que no lo fue, ya que
esta expresión no logró desplazar a las otras y terminó identificada
con el grupo de Michelini). Tres, la teoría de que las
denominaciones son episódicas y que los nombres se cambian como la
ropa, cuando está vieja o sucia (tesis expuesta por Mujica 13 meses
atrás). Una característica común a las dos últimas campañas
electorales nacionales es su desfrenteamplización desde arriba y su
frenteamplización desde abajo. La última campaña exhibió una
variopinta gama de colores, salvo el tricolor rojo-azul-blanco,
muchos símbolos excepto la F y la A, no se mencionó jamás al
frenteamplismo, y se apeló al progresismo. La caravana del domingo
anterior a las elecciones en la capital, el acto final, los festejos
a lo largo y ancho del país del 31 de octubre, todos ellos se
hicieron con banderas tricolores, al punto que Rodolfo Nin Novoa
proclamó su frenteamplismo en el cierre del acto final. Tres lustros
consecutivos de una dirigencia dispuesta a sustituir el
frenteamplismo por el progresismo, el Frente Amplio por el Encuentro
Progresista, con el auxilio de la mayor parte del periodismo, no
pudieron con una identidad y un sentimiento popular, y obtuvieron el
fracaso de marketing más estruendoso del mundo. Pero de una vez por
todas esa crisis de identidad, de denominación, de pertenencia y de
simbología tiene que ser saldada.
De las dificultades de identidad se pasa sin solución de continuidad
a la crisis de estructuras. La izquierda tiene demasiadas
estructuras y órganos, que es lo mismo que decir que no hay ninguno.
Hay un órgano coordinador del Encuentro Progresista (que agrupa a
todos menos al Nuevo Espacio); hay una Mesa Política y un Plenario
Nacional del Frente Amplio de tamaño monumental (el órgano ejecutivo
tiene una vez y media el tamaño del Senado, y el órgano deliberante
ordinario es más grande que las dos cámaras legislativas sumadas);
hay un Consejo de Ministros en el que falta uno de los siete líderes
sectoriales principales; hay un órgano fáctico de conducción del
Frente Amplio presidido por el presidente del Frente Amplio (Brovetto)
junto con los siete líderes principales, dos de los cuales no son
frenteamplistas; hay una Agrupación de Gobierno. Como quien dice,
hay demasiados órganos y la necesidad urgente de poner semáforos
para evitar choques. Falta pues la construcción de una clara
autoridad de conducción política colectiva del gobierno y otra clara
autoridad de la fuerza política, que es una cosa diferente a
conducir y dirigir el gobierno.
Un tercer desafío es el juego de liderazgos, que es una disputa hoy
por el desnivel entre los segundos y a futuro una disputa por la
sucesión. Y ese juego de confrontación de liderazgos o por el
liderazgo o por la sucesión se superpone con un juego de
confrontación con fuerte tinte ideológico o programático. No hay
duda alguna que en la izquierda hay una gama de visiones que un poco
forzadamente se pueden reducir a dos grandes caminos, el que en
esencia apuesta a la socialdemocracia y el que mantiene los valores
de la vieja izquierda latinoamericana, más o menos marxista o más o
menos revolucionaria. Y esa disputa aparece claramente en el
gobierno y se va a resolver en parte al compás de los éxitos o de
los fracasos del gobierno.
Los desafíos para la izquierda política son simultáneos y diferentes
a los desafíos del gobierno, porque uno tiene que ver con la acción
concreta de gobernar y el otro tiene que ver con el quehacer
político y con la herramienta del juego político, que es un juego
que va más allá y trasciende la labor de gobernar, porque va también
hacia la labor de captar, concientizar, trasmitir creencias y
valores.
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