|
Fernando
II de Habsburgo, emperador de Austria, cabeza del Sacro Imperio
Romano Germánico, Defensor de la Fe, guerreó sin tregua contra todo
estado protestante en defensa del Papa y de la Iglesia de Roma. Para
Fernando la política exterior era muy simple y no requería
demasiadas elucubraciones, pues para eso estaban y bastaban los
principios, credos y convicciones: hasta que se demostrase lo
contrario sus aliados eran todos los reyes, príncipes, duques y
repúblicas devotas del catolicismo, y siempre y en todo caso sus
enemigos eran los reyes, príncipes, duques y repúblicas
protestantes, en particular los principados alemanes alzados contra
Su Santidad romana.
Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu, príncipe de la
Iglesia Católica Apostólica Romana, primer ministro de Francia, la
política exterior tenía otro norte y resultaba más complicada. Para
él la guía no era otra cosa que la "raison d´Etat", el interés
nacional de Francia, por encima de principios, credos y
convicciones. Así fue que para estupor y desgracia de Fernando, y
para indignación del Vicario de Cristo, el estadista-cardenal tejió
una paciente y formidable alianza con todos los principados
protestantes alemanes para asfixiar a la católica Austria, y sentar
así el predominio de Francia sobre Europa por los siguientes 200
años. Guiarse por la "raison d´Etat" supone una política exterior
minuciosamente elaborada y ejecutada, un trabajo de orfebrería
política, una gran profundidad estratégica y amplio dominio táctico.
Richelieu y sus sucesores tejieron y destejieron alianzas,
enfrentaron enemigos que transformaron en amigos para luego retornar
a enemigos, todo ello en función del objetivo estratégico y de las
necesidades tácticas, siempre en función de la suprema razón, la
razón de Estado, el interés nacional de la potencia.
Luis Inacio da Silva, Lula para sus amigos, presidente de Brasil,
nacido a la luz pública como sindicalista, líder y fundador del
partido de izquierda más exitoso en la historia del país, habla con
un hombre de izquierda. Tiene a su lado a un tejedor de alianzas de
izquierda, que habla lenguaje de izquierda y traslada el verbo de
Brasil a sus amigos de izquierda gobernantes en la región, que se
llama Marco Aurelio García. Pero lo que el presidente Lula ejecuta y
lo que su asesor teje, no es otra cosa que una política diseñada por
Itamaratí y basada en los mismos principios que trazara Richelieu
hace 400 años. Porque Brasil es un claro ejemplo de un país que a lo
largo de sus 18 décadas de vida independiente ha tenido la "raison
d´Etat" como guía suprema de la política exterior, el interés
nacional de un territorio nacido con vocación de imperio. Lo que ha
cambiado a lo largo de los años son los cómo de esa política
exterior, condicionada por el contexto mundial pero sobre todo por
la situación relativa de Brasil. Esa política ha sido más
protagónica y hegemónica cuanto más ha crecido el país como
potencia.
Fidel Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado de Cuba, líder
revolucionario, hombre ideologizado si los hay, devoto del marxismo
leninismo, sorprendió a buena parte de la izquierda de estas
latitudes cuando decretó tres días de duelo nacional por la muerte
del Generalísmo Francisco Franco Bahamonde, muerte celebrada en
estas latitudes y por esa izquierda como el fin del último de los
regímenes fascistas nacidos en los años veinte y treinta. Es que
asfixiado por el bloqueo norteamericano, la Cuba de Castro encontró
en la España de Franco un formidable aliado para perforar desde
occidente ese bloqueo. Y así ese legado se mantiene hasta hoy entre
el Castro hijo de gallegos y el presidente de Galicia Manuel Fraga
Iribarne, otrora ministro de Franco. Es que Fidel Castro
marxista-leninista y Francisco Franco falangista, cada uno en lo
suyo, aplicaron la razón de Estado y buscaron el interés nacional de
sus respectivos países.
Tabaré Vázquez Rosas, flamante presidente de esta República
Oriental, es un hombre poco ideologizado, poco versado en política
diplomática, con simpatías y antipatías construidas algunas en los
años de formación de su pensamiento y otras producto de empatías
personales, con utopías forjadas en esos años formativos, que ha
demostrado en sus tres lustros de liderazgo un fino olfato y fuerte
pragmatismo. Se encuentra con un formidable desafío: re-construir
una política exterior diplomática para la República, y si es
posible, que además sea un política de Estado. Uruguay se enfrenta a
tres dimensiones de su política exterior: la diplomática, la
comercial y la económico-financiera. En estos últimos dos campos el
gobierno anterior consolidó una línea política que el actual
gobierno parece dispuesto a continuar sin un solo grado de
variación. Bajo la batuta de Danilo Astori y el sostén incondicional
del presidente, el nuevo gobierno aplica en la política exterior
económico-financiera la razón de Estado y la búsqueda del interés
nacional, y aleja la tentación de las afinidades ideológicas. Así
fue que resolvió continuar en solitario, con el bagaje de su
prestigio y seriedad, en las negociaciones con los organismos
internacionales (sin club de deudores). En el plano comercial no hay
disidencias y el ministro Mujica fue el primero en afirmar la
necesidad de mantener y ampliar el comercio de carne con Estados
Unidos.
El gran desafío está en la política diplomática, donde el país debe
re-construir una línea política tras la desprolijidad habida en el
gobierno anterior, donde no solo no hubo política de Estado, sino
tampoco política de gobierno, a la luz de los desafines entre el
presidente y la cancillería. Y aquí es donde debe optar entre una
política ideológica y una política realista acorde a la "raison
d´Etat". De un lado están los imaginarios sobre la unidad
latinoamericana, la integración regional, la sensibilidad común a
progresistas. Del otro la realidad sobre las posibilidades de la
integración regional, la clara defensa que Brasil hace de su interés
nacional por encima de las conveniencias de la integración regional
(interés nacional inmediato aún a costa de poner en tela de juicio
su liderazgo regional), la defensa que Brasil hace de su hegemonía
aún a costa de enfrentarse a los vecinos (no es poca cosa que sea
quien trata de impedir que Uruguay se alce con el premio mayor de la
Organización Mundial de Comercio) y un largo inventario de
situaciones en que el imaginario no coincide con la realidad del
presente. Tabaré tiene ante sí optar entre ser Fernando o ser
Richelieu.
|