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El
anarquismo siempre tuvo presencia en el país. Llegó a estas playas
de la mano de inmigrantes italianos y catalanes, y fue el fundador
del sindicalismo uruguayo a través de la pionera Sociedad de
Tipógrafos de Montevideo. Por largo tiempo su expresión más
importante, de veta anarco-sindicalista, fue la Federación
Anarquista del Uruguay (FAU), que un buen día devino en Resistencia
Obrero-Estudiantil (ROE) y más tarde tuvo su brazo armado, la
Organización Popular Revolucionaria 33 (OPR-33). En el proceso las
raíces anarquistas se debilitaron y dieron paso a la preeminencia de
una concepción marxista leninista, y con ella la ROE devino en
Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Hoy, calificados
exponentes de esta corriente ocupan cargos de relevancia en el
gabinete y el gobierno nacional. Pero en estas latitudes también ha
sido fuerte la impronta de otras vetas anarquistas, más
libertario-comunitarias que anarco-sindicalistas. Aquí en Uruguay,
más grande o más pequeña, con mayor o menor impacto, siempre hubo
lugar a sensibilidades libertarias.
Circa 1968 en el país se juntan muchas sensibilidades trasgresoras,
provenientes de muchas culturas e ideologías, con diversas utopías y
un común rechazo al sistema capitalista y burgués. Vienen de la mano
de los anarquismos, de diversas relecturas del marxismo-leninismo,
de la invocación al “cristianismo primitivo” (la relectura de las
Escrituras) y además en el mundo católico con el impacto de la
Teología de la Liberación. En ese entonces la trasgresión tuvo su
contexto en un momento de fuerte derechización de la política
gubernamental, de abandono oficial (no fáctico) de las consignas del
batllismo, de debilitamiento de la cultura del liberalismo político.
Esas utopías se canalizaron hacia protestas objetivamente tipo motín
sedicioso, es decir, algaradas con autos incendiados y vidrios
rotos, sin que prima facie se desconociese explícitamente la
autoridad constituida en lo que fue el mayo montevideano
contemporáneo al mayo francés. Luego se canalizaron hacia la
integración, el apoyo o el afecto a grupos guerrilleros organizados
con la expresa finalidad de tomar el poder, derrocar las
instituciones y cambiar el sistema político-económico-social. Es
decir, destruir el capitalismo y hacer una revolución. En algunos
casos esa revolución suponía un nuevo tipo de Estado, en otros
suponía edificar el “hombre nuevo”. Paralelo a esa cultura
trasgresora, a veces en sintonía y otras en confrontación,
transcurría el desarrollo de la estrategia del poderoso Partido
Comunista, con ideas más claras sobre hacia dónde debía ir la
revolución, con un modelo a imitar existente en el planeta, con una
metodología precisa, y en particular con invocación a un segmento
específico de la sociedad, entendido como el articulador de los
cambios, el proletariado.
De aquellos fuegos, de casi todos pero no de todos, viene el actual
Frente Amplio. Pasada la dictadura cambió el país, y con ese cambio
también mudó la izquierda. De la utopía de reforma agraria,
nacionalización de la banca y nacionalización del comercio exterior
se pasó a promover planeas para la atención individual de los
indigentes, el establecimiento del impuesto a la renta a las
personas físicas, un seguro nacional de salud y políticas a favor de
la industria y el agro (más tarde se sumó el turismo), a favor de un
país productivo y en contra de un país financiero. Ese Frente Amplio
que pregonó pequeños cambios aquí y ahora y no un radical cambio de
mundo en el mañana, que asumió el pragmatismo y alejó la utopía, por
eso mismo convocó cada vez a más capas de la población, de
Montevideo y del interior, de la ciudad y el campo. Mientras más
cerca se encontraba del gobierno, más abarcaba todos los espacios de
protesta y disconformidad. La marcha del Frente Amplio hacia el
gobierno ahogó toda otra posibilidad de protesta, y además llevó a
la izquierda a deliberadamente ahogar toda forma de protesta que
asustase a las mayorías ciudadanas e impidiese alcanzar la meta del
gobierno.
Hete aquí que ahora los impulsores de las llamaradas de los sesenta,
los trasgresores y los revolucionarios, los utopistas y los
buscadores del hombre nuevo, se encuentran con los símbolos del
poder, sentados en los sillones ministeriales, mandan y reciben la
venia de los anteriores aparatos represivos. Pactan y se alinean con
el Fondo Monetario Internacional, suscriben Tratado de Inversiones
con Estados Unidos, realizan maniobras navales militares con la
misma potencia, llegan al borde de los puños con Argentina en
defensa de la instalación de plantas de celulosa, rebajan el
impuesto a la renta a las empresas. Apuestan pues a un gobierno que
desde su propio ángulo sea socialmente más sensible que los
anteriores, con mayor trasparencia y en defensa de un país
productivo, entendido como un país que produce bienes y servicios no
financieros. En el horizonte no está más la revolución. Como dijo
Mujica “hay que hacer un capitalismo en serio”. No hay pues utopías.
Y esto sin duda lo quiere y acepta una buena mayoría de la
población, y sin que quepa la menor duda una mayoría abrumadora de
los seguidores, militantes y votantes del Frente Amplio. Los
uruguayos grises y parsimoniosos pueden tener momentos de euforia,
pero a la larga son pragmáticos y poco afectos a las utopías.
Pero siempre hay un segmento, especialmente joven, que adhiere a
utopías. Que se rebela contra las injusticias del mundo y la
sociedad en forma tajante, con el corazón inflamado. Ahora que la
izquierda es el gobierno, es la racionalidad frente al idealismo, el
pragmatismo frente a la utopía, los representantes del orden frente
a la rebeldía, los mandantes de las fuerzas represoras frente a
quienes instigan desbordes, entonces esa izquierda ya no puede
asordinar a los libertarios, trasgresores, utopistas. Hace pocos
días Uruguay descubrió que hay otra izquierda, que existe, que es
una minoría muy pequeña pero muy apasionada. Y esa nueva izquierda,
con mayor o menor violencia, con mayor o menor ruido, con el
deliberado propósito de sustituir la institucionalidad o sin ese
propósito, es un nuevo árbol del nuevo paisaje. Esta realidad
existe.
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