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Tabaré
Vázquez no es un político de mentalidad ajedrecística, es decir un
hombre que en la política se mueve con fijación específica de
objetivos principal y secundarios, definición de estrategia,
evaluación de táctica y planes alternativas, cronogramas. Más bien
es un alquimista que se plantea objetivos más o menos genéricos y
que se mueve por el procedimiento de ensayo y error; la sucesión de
pruebas va determinando por donde no hay que ir y por donde hay que
ir, las diferentes reacciones permiten observar cuánto de acierto y
cuánto de error. Como no se mueve con minerales sino con seres y
humanos, en ese juego de ensayo y error vale mucho la percepción
psicológica de la gente, en sus diferentes niveles y
manifestaciones: de la gente de a pie actuando de a uno y en masa,
de las elites políticas, militares, empresariales, intelectuales. Y
en eso el presidente de la República es un fino conocedor de la
naturaleza humana y un profundo perceptor de las flaquezas y
debilidades de cada quien. A esas dos condiciones agrega una
tercera: aunque no sea un jugador, como otros líderes políticos (que
por ejemplo apuestan a los caballos), tiene cierta mentalidad de
jugador, de hombre que en ciertas circunstancias arriesga más allá
de lo que otros considerarían prudente. Le gusta caminar por el
pretil.
Si hay un tema en que el candidato presidencial y luego el
presidente de la República caminaron por el pretil es el tema
comúnmente llamado de los derechos humanos, o también denominado el
tema militar, o más exactamente el de los efectos emergentes de
violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas del
Estado durante el periodo de facto, periodo hoy denominado por casi
todos como “la dictadura” y por unos cada vez más pocos, “el
proceso”. Como se sabe, este tema contó con la sostenida militancia
de un grupo no muy numeroso de personas, definidas como “defensores
de los derechos humanos”, que bregaron durante varios lustros en
cierta soledad, de masas y de grupos políticos. No mucho más allá de
seis años atrás el tema pasó a tener mayor envergadura, mayores
apoyos, hasta adquirir la dimensión que alcanzó el año pasado. La
lógica de los hechos, en lo cual fue fundamental la acción de esos
grupos militantes centró el tema en los detenidos-desaparecidos y,
como un foco principal, en la aparición de los restos de los
desaparecidos, sobre cuya muerte no existía de nadie duda razonable.
En este año el presidente logró en este campo un éxito más allá de
todo pronóstico prudente. Los logros podrán ser pocos para las
esperanzas de unos cuantos, y hasta para la necesidad espiritual de
muchos. Pero desde el ángulo analítico, superó las expectativas.
Demostró muchas cosas y a muchos, a políticos, militares y
analistas:
Primero. Que existía una percepción congelada sobre el espíritu de
la oficialidad militar y en particular de la oficialidad superior,
como si al promediar la primera década del siglo XXI todavía rigiese
la mentalidad, valores y prejuicios dominantes al promediar los
pasados años ochenta. Que el paso del tiempo hizo su obra
Segundo. Que esa percepción estaba robustecida por el sostenimiento
desde el poder político de una postura de dureza, aferrada a la no
apertura de investigaciones o a la investigación mínima. En
consecuencia, cambiada la postura del poder político se encontró que
podía haber más apertura de la esperada o de la sostenida
Tercero. Que no existen bolsones significativos y con alto poder
como para resistir el cambio que se viene operando.
Cuarto. Que había posibilidades de obtener más información de lo que
se suponía podía obtenerse, inclusive mucho más de lo que logró la
Comisión para la Paz, que logró mucho y fue muy exitosa
Quinto. Que las cúpulas de las Fuerzas Armadas estuvieron más
dispuestas de lo esperado a revisar el pasado y aceptar hechos
Sexto. Que todo ello pudo darse en el contexto de un cambio
formidable de la opinión pública del país, sobre todo si se mide
desde el 16 de abril de 1989 (referendo de la Ley de Caducidad) al
31 de octubre de 2004 (pasadas elecciones nacionales).
Sin duda el presidente demostró momentos de nerviosismo, generó
inseguridades y hasta atisbó señales de fracaso. Ello es inherente
al apostar fuerte. Cuando parecía que los tiempos se agotaban, los
resultados aparecieron.
Vienen ahora otras etapas, donde posiblemente no todos los que hoy
están conformes lo seguirán estando, porque habrá más demandas no
todas las cuales podrán ser satisfechas y otras pueden poner en
riesgo muchas de las armonías logradas. Pero este éxito en un campo
tan sensible le da mucha fortaleza al gobierno y en particular al
presidente. Para dejar las cosas en claro: el tema llamado de los
derechos humanos nunca constituyó una prioridad para la sociedad.
Obviamente que si preguntaba si el tema importaba, la respuesta era
que sí y mucho. Cuando se pedía que listaran las prioridades, jamás
apareció entre los cinco temas de mayor relevancia para el grueso de
la gente. Pero el que no haya sido una prioridad no quiere decir que
sea poco el valor asignado al resultado, máxime cuando aparece
asociado a otros logros en la esfera económica y en particular en
relación al ingreso de los hogares y al contexto del trabajo
asalariado. Como quien dice, pan para el cuerpo y alegría para el
espíritu.
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