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Hace una década larga que en Uruguay se discute el
establecimiento de una cuota electoral por género, ya introducida
por algunos grupos políticos para la elaboración de su lista de
candidatos. La cuota rosa, como se la conoce en Italia, supone en
teoría disponer la obligatoriedad de una proporción máxima de
candidatos de un mismo sexo, que en realidad significa establecer
una proporción mínima de candidatas mujeres. El tema tiene una
peculiaridad sobre todo otro tipo de cuotas electorales. Las cuotas
existentes de largo tiempo tratan de impedir que una mayoría del
electorado haga prevalecer excesivamente la condición mayoritaria y
por tanto establecen mecanismos para asegurar una representación de
las minorías, especialmente de las minorías invariables o de
variabilidad de larga duración, como lo pueden ser la religión, la
raza o la nacionalidad. Es un clásico de la electoralología el caso
del Líbano, con sus cuotas para musulmanes sunnitas, musulmanes
chiitas, cristianos maronistas y otras religiones. También entra la
cuota establecida en Uruguay a fines del siglo XIX para asegurar la
representación de un clan político relativamente invariable como lo
era el partido blanco (las leyes del Tercio y del Mal Tercio). Pero
ahora se trata de un caso inverso como lo es asegurar la
representación de una mayoría que por razones culturales se sienta
disminuida en sus posibilidades políticas, es decir, asegurar que la
mayoría femenina tenga una minoría significativa de bancas, ante lo
que se presume es una dominancia producto de una cultura machista o
al menos masculinista.
Un debate es pues el tema de fondo. Si existe o no esa cultura
masculinista, si hay pocas mujeres en el Parlamento o en la política
por decisión deliberada de las propias mujeres votantes (mayoría en
el electorado) o por dificultades para ocupar espacios en la lucha
política; si está bien o no que se fuercen segmentos de
presentación. Hay otros debates de fondo. Uno tiene que ver con que
cabe duda que en Uruguay hay una fuerte subrepresentación de las
edades más jóvenes, ante lo cual algunos plantean si no sería
necesario establecer cuotas por edad.
La otra tiene que ver con la raza o la etnia. En el país hay un 0.9%
de personas íntegramente negras, cifra que asciende según el
Instituto Nacional de Estadísticas al 5.8% si se incluyen a las
personas con mezcla de sangre blanca y negra. En toda la historia
del país nunca fue elegido diputado titular una sola persona de raza
negra, y en tres legislaturas solamente han actuado dos suplentes:
Dámaso Techera en el periodo 1967-72 (en breves suplencias); Edgardo
Ortuño en la pasada y la actual legislaturas (ahora como titular
pro-tempore). Hay tres cosas que no ofrecen dudas: que la
pertenencia a dicha etnia es un elemento invariable de la
personalidad, que son una minoría y que aunque se tomase solo el
0.9% (y no el 5.8%,) es un segmento social con una subrepresentación
elevada. Entonces, el tema de las cuotas con fines de equilibrio
puede permitir varios debates, que afectan no solo a las mujeres,
sino también a los jóvenes y al mundo afro.
Pero más allá del tema de fondo, hay un tema sistémico, que tiene
que ver con el sistema electoral uruguayo. Corresponde hacer algunos
enunciados preliminares. El primero es que todo régimen de cuota
tiene que ver con las personas que ocupan los cargos y no con la
distribución política, vale decir, con lemas, sublemas y listas; por
tanto, lo que importa son las bancas que obtiene cada lista y el
orden de colocación en las listas. En segundo término, si se exige
una cuota es porque se considera que por las vías naturales no se
obtiene el propósito; por tanto, debe estimarse como resultado de la
normativa, de la solución forzada, solamente los cargos obtenidos en
función de esa cuota. Las cuotas pueden establecerse como resultado
de adjudicación o como candidatura. Si se establece como resultado
de adjudicación se entra en un camino harto complejo, que añadiría
un elemento más a la complejidad del sistema uruguayo de
adjudicación de bancas. En Líbano el sistema es en función de
resultados, pero con la mayor simplificación en otros aspectos; en
la Caja de Profesionales Universitarios (de esta latitud) la
aplicación de la cuota de resultados ha llevado al absurdo de hacer
perder el cargo al cabeza de una lista, al convocante de los votos,
en beneficio del segundo.
Pero lo cierto es que hasta ahora en Uruguay se proponen cuotas de
candidaturas. En la propuesta en boga de una mujer candidata de cada
tres, y en base a la premisa que las mujeres irían en tercer lugar
(porque para eso es la cuota, si fuesen primeras o segundas sería
por mérito personal y no se necesitaría el régimen), solo pueden
acceder al Parlamento en listas que obtengan un mínimo de tres
bancas y luego logren un número triple de cargos. Es interesante
saber las pocas listas que en las pasadas elecciones han reunido ese
requisito. Al Senado la cuota ser cumpliría en 5 listas con un total
de 7 bancas: 2 del EP-FA-NM (que daría para 3 bancas), 2 del PN (3
bancas) y 1 del PC (1 banca). En la Cámara de Diputados solo valdría
la cuota en Montevideo, Canelones y Maldonado. El total de listas en
que la cuota funcionaría sería de 8 listas con un total de 11
bancas: 5 listas del EP-FA-NM (8 bancas), 3 listas del PN (3 bancas)
y ninguna de otros partidos. Como puede observarse, la cuota por
sexo no genera ningún cambio significativo y podría llegar a que la
gente que cree en esta solución se sintiese fuertemente defraudada.
El caso es muy claro: no hay ninguna forma de que la cuota rosa
sirva para mucho, salvo que se acompañe de reformas muy profundas al
sistema electoral, más bien, de que se acompañe del abandono del
sistema electoral que cuenta con más de 80 años de vida. La pregunta
que surge es otra. Tiene que ver con dónde las cuotas funcionan
inexorablemente, y lo es en los cargos por designación directa, no
por elección: ministros, subsecretarios, presidentes de entes
autónomos, directores de entes. Si tiene que haber 1 miembro de cada
3 del gabinete, sí o sí el presidente de la República tendrá que
designar 5 mujeres titulares y otras tantas subrogantes; si es 1
presidente de ente cada 3 y una directora de cada 3, así será.
Entonces viene la pregunta: por qué los impulsores de la cuota de
género no enfilan las baterías hacia algo que puede hacerse ahora
mismo sin esperar a otras elecciones, cuyo resultado es inexorable y
no aleatorio. Vale la pena la pregunta, porque no se entiende el
celo puesto en impulsar una ley de escaso resultado y no se pone
parecida fuerza en un objetivo fácilmente realizable. Fácil,
naturalmente, una vez vencidas las resistencias políticas.
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