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Hay temas que provocan algo más profundo aún que el más profundo
de los daltonismos, ya que en esta enfermedad se ve en blanco, en
negro, todos los grises y algunos colores. En el daltonismo
analítico solo se ve el blanco y el negro, sin ningún color ni
matiz, sin siquiera ningún tono de gris; algo así como los primeros
monitores blanco y negro de los viejos PC XT. La negociación del
acuerdo comercial con los Estados Unidos de América es uno de esos
temas que anulan los grises y los colores a muy buena parte de
actores políticos, sociales y empresarios, así como analistas y
periodistas; lo mismo ocurrió con el anterior Tratado de Protección
Recíproca de Inversiones con la misma potencia.
Con la ratificación
parlamentaria del Tratado de Inversiones, como se lo conoce en forma
abreviada, confrontó inicialmente dos posiciones: una a favor de la
aprobación lisa y llana, tal cual había sido firmado, postura
patrocinada por el vicepresidente Nin Novoa y los ministros Astori y
Lepra; la otra postura, en pro del rechazo también liso y llano,
contó con el auspicio de los ministros Arismendi y Mujica. Y
apareció una tercera posición, encabezada por el canciller Gargano,
en pro de aceptar el Tratado si la contraparte, los Estados Unidos,
aceptaban tres modificaciones. El presidente se inclinó por esta
postura, se lograron las modificaciones y así obtuvo la ratificación
parlamentaria. La mayoría de los senadores frenteamplistas y la
mayoría de los diputados frenteamplistas manifestaron - ya en
público ya en privado - que votaban la ratificación solamente porque
hubo esas modificaciones y si no, se hubiesen opuesto. Para muchos
defensores del Tratado inicialmente firmado, especialmente para
figuras del anterior gobierno, ninguna modificación fue sustancial.
Lo que puede ser, pero para quienes las enmiendas fueron
sustanciales para dar el voto, el matiz no era menor. Entre un Sí y
un No, cada uno pone en un lugar diferente el punto que marca la
barrera; ese punto normalmente es muy sutil y subjetivo, importante
para cada uno, y esa valoración es personal e intransferible. Si
alguien está dispuesto a comprar por 999,99 dólares pero no por
1000, ese mísero centavo deviene trascendente.
Pese a lo determinante que
resultó ese camino del medio, al especial destaque que le dio el
presidente de la República, hasta hoy una parte considerable de
actores, analistas y periodistas siguen creyendo que triunfó la
postura de aprobación lisa y llana del Tratado.
Con el acuerdo de
profundización comercial con los Estados Unidos pasa lo mismo.
Muchos ven que hay un TLC con Estados Unidos o no hay nada. Para
entusiastas de un acuerdo con el Norte basta que se pacte el ingreso
de un churrasco para festejar la celebración de un TLC. Para
opositores recalcitrantes ese mismo churrasco significa una
claudicación incondicional ante el imperialismo. Más allá de esta
caricatura hay una gama muy basta de posturas y situaciones, en uno
de cuyos extremos se encuentra un TLC de formato clásico, como el de
Chile, y en el otro extremo la no celebración de ningún nuevo
acuerdo entre Uruguay y la potencia del norte. Ese acuerdo podrá
estar más cerca o más lejos de un TLC y eso comenzará a orejearse
(posiblemente) en el correr del mes de octubre. Pero no es casual
que el presidente de la República no haya usado el nombre compuesto
de Tratado de Libre Comercio ni en su exposición en Punta Cala ni en
el documento entregado a los partidos políticos. Tampoco es casual
que el ministro de Economía, que sí usó ese nombre compuesto
abreviado como TLC en Punta Cala, no mencionó ni una vez las
palabras Tratado de Libre Comercio en la interpelación senatorial
promovida por el presidente del Partido Nacional.
El ex presidente Sanguinetti
dijo que si un término molesta, se le puede sustituir por otro.
Parecería que para él el nombre no hace a la cuestión, y refirió que
eso se hizo con la Ley de Caducidad. Dado que bajo ningún concepto
el Partido Nacional estaba dispuesto a votar una Ley de Amnistía,
con ese nombre, el nombre se cambió por Caducidad de la Pretensión
Punitiva del Estado. Como se sabe en derecho no hay redundancia y
palabras distintas implican conceptos diferentes. Si bien en un
primer momento la Suprema Corte de Justicia (por 3 votos a 2)
consideró que la Ley de Caducidad era una Ley de Amnistía, en los
últimos años la jurisprudencia fue en sentido contrario. En una
amnistía los delitos se extinguen; sin embargo, en esta Ley de
Caducidad de la Pretensión Punitiva no se consideran extinguidos los
delitos, sino precluida la pretensión punitiva contra individuos que
invistiesen determinada condición y hubiesen actuado en encuadres
precisos. Ni Juan Carlos Blanco hubiese sido procesado ante una Ley
de Amnistía, ni hubiese podido haber este proceso en curso contra un
conjunto de militares. El nombre hace a la cosa. Guste o no, y ese
es otro tema, el gobierno no va hacia un Tratado de Libre Comercio
sino hacia otra cosa que, cabe repetir, puede estar muy próxima a un
TLC o muy lejos de ella, y lo más significativo para la
interpretación será si surge o no la creación de una Zona de Libre
Comercio, y si el principio general que regiría la Zona (de crearse)
sería que todo es libre salvo lo que se pacte como excepción y por
un tiempo determinado.
Falta que comience la
segunda etapa de las conversaciones, las negociaciones propiamente
dichas, para saber efectivamente hacia dónde va el rumbo; porque
entre ir al Norte o ir al Sur, hay 180 grados de diferencia, cada
uno con 60 minutos y cada minuto con 60 segundos. Cabe pues esperar
para ver con absoluta precisión hacia dónde se encamina esto.
Desde las posiciones
antagónicas entre Astori y Gargano de semanas atrás, y la amplia
proximidad demostrada entre ambos en la interpelación, el gobierno
ha recorrido un buen trecho. No fue una aproximación terminológica,
sino un gran acercamiento, sin duda forzado por el llamado a sala
del senador Larrañaga. Convergencia que supuso para el titular de
Economía (el último mohicano) abandonar las palabras Tratado de
Libre Comercio. También fue claro Astori en la importancia de la
pertenencia a la región y a la no ruptura de los vínculos
regionales. Sin duda hay una fuerte diferencia de énfasis entre el
titular de Economía y el canciller (quien además expresa el
pensamiento de casi los dos tercios de los senadores oficialistas y
mucho más de los dos tercios de los diputados frenteamplistas), pero
ahora es a partir de una coincidencia sustantiva.
Una vez más, conviene mirar
la realidad con todos sus matices, con todas las tonalidades de gris
y todas las tonalidades de todos los colores. Si no, no se la
entiende.
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