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El
siempre provocativo Ignacio de Posadas días pasados calificó al
reciente Congreso de la Educación como “merienda de negros”, que
según la Real Academia Española es una expresión figurada y
familiar, o coloquial, que quiere decir “confusión y desorden en que
nadie se entiende”. Alguna autoridad gubernamental y algún
parlamentario oficialista se basaron en una posible etimología
racista de la expresión coloquial para salir al cruce y amenazar con
recurrir a la Justicia Penal. A diferencia del significado de los
vocablos, que están reglados, la etimología es un campo muchas veces
resbaladizo y polémico. Y si llegara a ser racista el otro tema a
ver es contra quién, porque la expresión despectiva negro no es urbe
et orbi empleada con relación a los africanos subsaharianos y sus
descendientes (quizás mayoritariamente sí, pero también vulgarmente
aplicada a otros pueblos que podrían incluirse en la gran etnia
caucásica o en la etnia amerindia).
La lengua oficial está llena de vocablos o expresiones de origen
racista. Y el habla popular, o las metáforas populares, están
plagadas de prejuicios sobre elementos invariables de la
personalidad. Para circunscribirse a este país, los prejuicios sobre
el gallego bruto, el italiano mafioso, el vasco cabeza dura, el
judío y también el lombardo avaro, el turco ladino (que en realidad
lo de turco refiere al libanés u otros levantinos y lo de ladino
como astuto o taimado), el portugués avivado, el argentino pedante,
el andaluz mentiroso, y puede seguirse la lista que no queda en pie
ninguna nacionalidad, etnia o pueblo del que algún partícipe haya
pisado estas tierras. No debe haber ningún lector que escape a
alguna de estas calificaciones, como no escapa el autor. Luego
vienen los prejuicios sobre otros elementos de la personalidad, a la
cabeza de los cuales deben estar los homosexuales masculinos.
La
posibilidad de que estos conceptos puedan o no ser usados sin estar
sometidos a censura o represión oficial tiene que ver con la
definición que se haga de la democracia y el concepto que se tenga
de las libertades (referido a la censura o represión oficial, otra
cosa es la censura social mayoritaria o inclusive la represión o
repulsa social mayoritarias).
A
los efectos de este artículo, por democracia se entiende el concepto
de poliarquía en la definición de Robert Dahl. Y dentro de la amplia
gama y multitud de matices que pueden encontrarse, conviene
simplificar en dos tesituras paradigmáticas. Una de ellas es la
concepción que puede encontrarse en la frase del filósofo español
Fernando Savater: “la democracia es para los demócratas”. La tesis
es que la democracia requiere el comulgar con un conjunto de
principios y valores, entre ellos el respeto a la diversidad, a
todos los elementos invariables de la personalidad y a todos los
valores e ideas, siempre que esos valores e ideas participen del
principio de la tolerancia. En definitiva, una sociedad basada en la
democracia solo puede dar cabida a los demócratas, una sociedad
basada en la tolerancia y la diversidad solo puede aceptar no solo
el comportamiento tolerante y abierto a la diversidad, sino que solo
puede admitir que se expresen opiniones favorables a la tolerancia y
a la diversidad. Entonces, democracia es para los tolerantes, y los
intolerantes deben ser excluidos de la democracia, o penalizados, o
al menos obligados a callarse la boca y no expresar sus opiniones
intolerantes. La diversidad que no se acepta es la de quienes tienen
opiniones intolerantes o sustentan valores contrarios a ese conjunto
de parámetros que pasan a constituir el basamento de la sociedad,
que son los parámetros de la tolerancia y la diversidad tolerante.
La tolerancia es pues para con los tolerantes.
La
otra concepción es que la democracia solo es pasible en un ambiente
de libertad de pensamiento y de libre expresión de ese pensamiento,
y que esas libertades amparan a todos cuyo pensamiento, cuyas ideas
y valores, cultivan la intolerancia o el rechazo a los otros (a los
diversos de sí mismos). En esta concepción, lo limitable, lo
punible, es la traducción de las opiniones intolerantes en actos de
intolerancia. En otras palabras, en que la democracia se basa en la
frase (una de cuyas versiones corresponde a Batlle y Ordóñez):
discrepo plenamente con lo que tú dices, dedicaré todos mis
esfuerzos a combatir lo que predicas, pero estoy dispuesto a dar mi
vida por tu derecho a pensarlo y decirlo.
Lo
primero lleva de la mano a la idea de que en una democracia hay
ideas prohibidas (prohibidas de ser expresadas, ya que no se puede
prohibir el pensar) que son las ideas que podrían llamarse
antidemocráticas o contrarias a los valores en que se construye la
democracia en una sociedad determinada en un momento histórico
preciso. Lo segundo lleva a la concepción de la libertad absoluta
que queda limitada por la delgada hoja que separa la expresión del
pensamiento de la acción, el momento en que se pasa de la expresión
pura del pensamiento intolerante al acto de intolerancia. Lo primero
conlleva el riesgo de una democracia con excluidos y además al
riesgo de una democracia tutelada, porque debe haber alguien en
algún lugar que establezca los límites entre lo prohibido y lo
permitido. Lo segundo conlleva el riesgo de que la tolerancia frente
a la exposición sostenida de ideas intolerantes, más tarde o más
temprano conduzcan a actos de intolerancia, y a veces ese más tarde
supone que no hay forma de evitar que la intolerancia se transforme
en confrontación abierta, en ausencia de convivencia.
Ambas visiones
tienen dos momentos en común. Uno, algo utópico (factible en cortos
periodos de sociedades cerradas) que es cuando no hay ninguna
manifestación de intolerancia, porque toda la sociedad se mueve
dentro de las mismas ideas, valores y parámetros de conducta. El
otro, cuando las diversas ideas intolerantes, a su vez intolerantes
recíprocamente, pasan al campo de la acción y además son
mayoritarias, como ocurriera en las postrimerías de la Alemania de
Weimer. Una minoría que se considere democrática no puede imponer la
democracia, y si lo hiciere por la fuerza, ya no sería democrática.
Una tolerancia absoluta en una sociedad mayoritariamente intolerante
implica el fin de la tolerancia.
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ACERCA DE MERIENDA DE NEGROS
El artículo del pasado domingo provocó algunas confusiones,
particularmente en sectores sensibles al tema puntual. A cuenta
de mayor abundamiento: más allá de ese tema puntual (que refiere
no solo a negros sino a todo sector social discriminable
negativamente) el artículo plantea la dicotomía - en una
democracia (poliarquía) - entre una democracia solo para los
demócratas o una de libertad irrestricta; y el autor no se
pronuncia a favor de una ni de otra, solo insinúa los riesgos de
cada opción. El primer modelo considera punibles las opiniones
contrarias a los valores básicos de esa sociedad (racismo, lucha
de clases, sexismo, nazismo, comunismo, lucha armada para
cambiar el poder) y llega hasta prohibir partidos u
organizaciones que los pregonen. El segundo modelo considera que
el derecho a opinar es irrestricto (es lícito expresar opiniones
racistas, sexistas, xenófobas, como es lícito quemar la bandera
nacional), lo que no impide que esas ideas (o actitudes) fueren
rechazadas por la gran mayoría de la sociedad (es decir, se
puede a la vez defender el derecho a expresar las ideas y
combatir duramente esas ideas). El primer modelo tiene el riesgo
de una democracia limitada (donde alguien en algún lugar marca
la frontera de las ideas permitidas de las no permitidas). El
segundo modelo tiene el riesgo que se pase de ideas intolerantes
a actos de intolerancia, de combatir la democracia a subvertir
la democracia, y el que permitir expresar opiniones intolerantes
derive en la incitación a la intolerancia o el expresar
opiniones antidemocráticas derive en el derrocamiento de la
democracia. Son dos modelos, cada uno con sus virtudes y sus
riesgos. |
Aclaración publicada en El Observador – febrero
18 de 2007 |