A comienzos de los pasados años setenta nació en
Venezuela una corriente historiográfica de relectura de la
historia en clave de confrontación entre clases sociales y
etnias, en cierto modo similar al más temprano revisionismo
histórico del Río de la Plata. Surge una nueva visión de la
Guerra de la Independencia - particularmente del sangriento
periodo que va de 1812 a 1814 -, del papel socio-político de
Bolívar y del qué representó el hasta entonces execrado
Boves; pero, por encima de todo, apareció un nuevo prisma
para mirar la confrontación de ese trienio entre “El
Libertador” y esa verdadera fuerza de la naturaleza que
vertió ríos de sangre en los llanos, en Caracas y Valencia.
José Tomás Boves(o de Bobes) fue un asturiano, de Oviedo,
huérfano de un noble de gotera, piloto de mar graduado en el
Instituto Real de dicha ciudad, que muy joven emigró a
Venezuela donde ofició primero de piloto, luego de
contrabandista, con el dinero amorralado devino en
acaudalado comerciante y finalmente en el gran caudillo
popular bajo la bandera de España, en contra de los
insurgentes dirigidos por Simón Bolívar. Más allá de su
personalidad psicopática y de los terribles relatos sobre
sus andanzas (de paso, no menos crueles que las de Bolívar y
sus tropas), este andaluz pelirrojo, alto, de tez bien
blanca, fue el gran conductor de las masas desposeídas de
Venezuela que se sumaron a su ejército y pelearon con él y
solo con él: sambos, mulatos, pardos, indios, negros. Boves
peleó por España no por sentirse español, a cuyo rey
Fernando VII hizo varios desplantes, sino porque España era
la antítesis de los llamados patriotas. Es que los
patriotas, los insurgentes, eran los blancos, ricos y
poseedores de toda la tierra. La bandera real azul y gualda
aglutinaba a la mayoría venezolana desposeída de todo bien
que pudiese haber sobre la tierra, y peleaban contra la
República mantuana, es decir, de los mantuanos, los dueños
de todo bien que había en esa tierra. Como se sabe,
mantuanos se llamaba a la aristocracia criolla, a aquellos
con pureza de sangre cuyas mujeres estaban autorizadas a
usar mantillas (mantas), de ahí el nombre.
Para ese revisionismo histórico venezolano, Bolívar fue
el representante de la oligarquía criolla, que creó una
República en defensa de sus intereses y sin las cortapisas
que pudiese ponerle la corona. En esencia es caracterizada
como una república oligárquica y antipopular. Desde este
punto de vista, Simón Bolívar es a Venezuela lo que la
oligarquía porteña y saladeril bonaerense fue al Río de la
Plata; entonces, José Tomas de Boves tendría su paralelo en
Artigas, como el referente y el caudillo de los indios,
sambos, mestizos, negros, del pobrerío. Sin duda hay entre
uno y otro enormes diferencias de estilo, de conducta y de
cultura; lo que tienen en común no son sus actos, sino lo
que representan y quiénes son su seguidores.
Cuando el golpe de Estado que mantuvo a Chávez fuera del
poder durante un par de días, en abril de 2002, emergió con
mucha fuerza un clivaje, un eje determinante de la
confrontación política: el clivaje étnico. Como definió un
diplomático afín al militar derrocado y destituido, en el
juramento del presidente Carmona (el mandatario ungido por
los golpistas) no había una sola mancha de color, era un
escenario de caras blanquísimas. Del otro lado, las masas
que reclamaban a su líder y vivaban el retorno de ese
militar verborrágico, populista, carismático y ambicioso,
mostraban las paletas de los diversos colores que tiñen la
sociedad venezolana: eran los herederos de los sambos,
mestizos, indios y negros que recorrían los llanos tras el
caudillo andaluz.
Como ocurre en Bolivia, con menos nitidez que allí, con
fuertes diferencias de pasado y de presente, en Venezuela
hay una lucha política – de actores políticos - que se
sobrepone sobre un eje divisorio de características étnicas,
que es a su vez un eje divisorio de características
socio-económicas. Entre el viejo régimen adeco-copeiano y el
nuevo régimen chavista, hay diferencias sustanciales que son
más profundas aún que las diferencias sobre concepción y
comprensión de la democracia, sobre el valor de las
instituciones y de las formas; hay una lucha entre las
viejas instituciones de poder que representan el poder
económico tradicional venezolano y las nuevas instituciones
de poder que pretender representar un nuevo poder económico.
Desde este ángulo, con el prisma del revisionismo histórico,
Carmona vino a ser a Bolívar lo que Chávez a Boves.
Lo curioso es que este Chávez asentado en las masas más
pobres y las etnias postergadas, levanta a Bolívar como el
numen de su revolución. Construye una república bolivariana,
asentada en círculos bolivarianos y en una doctrina
bolivariana. Seguramente de un bolivarianismo referido a un
Bolívar que nunca existió. Chávez el referente de las masas
que convocara Boves contra el Bolívar de los mantuanos,
invoca a Bolívar para enfrentar a los sucesores de esos
mantuanos.
Esa es la paradoja histórica, que no
es una paradoja política. Porque los nacientes conductores
de masas tienen la necesidad de asentar su discurso en las
imágenes y las categorías conocidas por la gente a quien
pretende seducir. Si los sectores más bajos de Venezuela lo
poco que han mamado de historia es el culto a Bolívar, un
caudillo debe optar entre la labor docente de un historiador
para pretender cambiar la imagen del héroe o elegir la
conducción efectiva de la masa y apelar a los símbolos
aceptados por ella.