El
10 de agosto de 1836, el presidente Brig. Gral. Manuel Oribe
emite el decreto que instaura el uso obligatorio de la
divisa blanca con la leyenda “Defensores de las Leyes”. Esa
fecha es tomada como la fundación del Partido Blanco,
considerado a su vez el predecesor del Partido Nacional, que
en base a esa continuidad histórica, ese día del pasado
agosto celebró los 170 años de vida. A su vez, el 7 de julio
de 1872 se funda el Club Nacional; muchos consideran esa
fecha como la de fundación del Partido Nacional. Lo cierto
es que no hay consenso entre los historiadores sobre el
momento cierto de nacimiento del partido con este nombre,
como también hay documentos de coexistencia de un Partido
Blanco (o de invocación a un Partido Blanco) y de un Partido
Nacional (o de mención a este partido). Más hacia fines del
siglo XIX es cuando el nombre oficial único e inequívoco es
el actual, así como Partido Blanco puede considerarse el
nombre familiar.
Pero más allá del debate patronímico, o subyacente en el
mismo, surge una discusión más de fondo entre lo blanco y lo
nacional. Lo blanco es lo que entronca con la tradición de
dicha divisa, con la de los “Defensores de las Leyes”, la
que se encarna en los nombres de Manuel Oribe, Bernardo
Prudencio Berro y Leandro Gómez, la que se consustancia con
el Gobierno del Cerrito y con la Heroica Paysandú. Lo
nacional puede ser sinónimo de lo blanco, que es una de las
interpretaciones, pero puede ser algo más: la idea de un
partido que busque aglutinar a todos los que tengan, como
dice la Carta Orgánica, propósitos eminentemente nacionales;
es decir, ser el Partido de la Nación (en el sentido que
tuvo esencialmente a lo largo del siglo XIX), partido al
cual pueden adherir blancos, colorados o gente sin partido.
Esta dicotomía entre lo blanco (en el sentido de
estrictamente blanco o excluyentemente blanco) y lo nacional
(en el sentido de convocar algo más que a lo blanco) no es
un debate histórico ni historiográfico. Es un dilema que
tiene planteado actualmente el Partido Nacional: ser el
partido que comunica a la ciudadanía la simbología de las
lanzas y las tacuaras, la de las conmemoraciones en Masoller
y en El Cordobés, o ser el partido – como en los hechos y
más allá de la voluntad partidaria – resultó serlo en las
elecciones nacionales del 31 de octubre de 2004, un partido
que convocó esencialmente no solo a los blancos, sino
también a los colorados y a la gente independiente que
quería evitar el triunfo del Frente Amplio o, dicho por la
positiva, quería un gobierno que conservase los valores y
las ideas que en conjunto aportaron al país ambos partidos
tradicionales. El acto conmemorativo de la fundación de la
divisa blanca, el año pasado, encarnó todo lo blanco, fue
una apelación discursiva y gestual hacia la tradición de las
lanzas y las tacuaras, del partido de a caballo.
La duda que surge y sobre la cual hay dos grandes
posiciones, es si al Partido Nacional le basta con lo blanco
para seguir siendo uno de los dos grandes partidos del país
o debe proyectarse hacia un partido que convoque más allá de
lo blanco, que en esencia es convocar a lo colorado. Una de
las posturas es considerar que así como medio país se ha
frenteamplizado (o tricolorizado), la otra mitad del país se
está blanqueando, es decir, no solo compartiendo una visión
de presente y de futuro con el Partido Nacional, sino que
además pasa a compartir una visión del pasado y una raíz.
Esta perspectiva es la que regodea a muchos dirigentes
blancos que ven la posibilidad de la venganza histórica de
enterrar al coloradismo (en tanto tradición y lectura de la
historia) y al batllismo (en tanto visión del país). Como
quien dice, lograr la triple venganza de la caída del
Cerrito, los fusilamientos de Paysandú y la bala de
Masoller.
La otra postura es que con ello no basta y que ni
siquiera alcanzaría para repetir el resultado de 2004 o para
seguir siendo la mayoría del área política tradicional del
país. Esta postura parte de la base de que debe ser
convocado todo lo nacional (en el sentido de país y de
tradición) y esa convocatoria puede hacerse o por el camino
hoy imposible de fusionar a ambos partidos tradicionales o
por el camino viable de que uno de los partidos
tradicionales convoque a lo blanco y a lo colorado; y por
este camino, los postulantes de esta vía ven al Partido
Nacional como el partido con más posibilidades de
convocatoria al conjunto de lo tradicional, ante lo que
consideran postración del Partido Colorado. Entonces, esta
vía considera que el partido debe expresarse en lo nacional
en tanto convocar a todos quienes comulguen con una idea de
presente y de futuro, aunque discrepen en las raíces, y
discrepen de manera absolutamente incompatible e
irreconciliable. Entonces, un partido de lo nacional y no de
lo blanco, no anclaría su simbología en Oribe, Berro y
Gómez, aunque tampoco es claro hasta donde puede
retrotraerse, porque parece difícil convocar a todo lo
nacional (tradicional) si la raíz y la simbología van del
lado de Saravia contra Batlle y Ordóñez, de Herrera contra
Batlle y Ordóñez, o de Herrera contra Batlle Berres. Quizás
lo nacional tendría un único sendero que es buscar la
síntesis de todo lo sintetizable (Batlle y Ordóñez más
Herrera y Beltrán), Batlle Berres más Herrera y el
nacionalismo independiente, y lo no sintetizable dejarlo
para que cada cual mantenga la propia lectura de la
historia, con lo que ello implica de valores e ideas.
Esta dicotomía entre lo blanco y lo nacional no ha
aparecido en un debate explícito, pero aparece subyacente en
discursos que apuntan a lo uno o a lo otro, aunque a veces
los mismos grupos o las mismas personas emiten señales para
un lado y para el otro, sin que quede claro hacia dónde es
la apuesta. Lo cierto es que el Partido Nacional obtuvo algo
más del 34% del total de votantes en 2004 pero la magnitud
de lo blanco es algo más de la mitad de esa cifra. Entonces,
decidir lo uno y lo otro es decidir cuál le parece a cada
quién la mejor vía de convocatoria.