En
muchas áreas se discute si se deben aplicar políticas de
Estado o políticas de Gobierno. En muchas propuestas
políticas y seminarios académicos se han señalado varias
áreas como objeto necesario o conveniente de políticas de
Estado: política internacional y en particular la inserción
internacional del país, seguridad pública, defensa nacional,
educación, combate a la pobreza y más aún a la marginalidad.
Cuando se habla de políticas de Estado
en general se habla de dos cosas diferentes, que pueden o no
interrelacionarse. Una acepción de política de Estado es
aquella política que tiene larga continuidad en el tiempo,
que va más allá de los cambios de gobierno y de los vaivenes
de los propios gobiernos, y otorga previsibilidad a un país;
es lo que puede calificarse como políticas continuistas o
políticas de largo tiempo.
Otra significación del término es
cuando el diseño de una política, su implementación o la
adopción de una decisión concreta aunque trascendente, es
adoptada con el consenso del sistema política, vale decir,
con la aquiescencia de un conjunto de actores políticos que
representan la totalidad o al menos la casi totalidad del
país. Desde este punto de vista, una política de Estado fue
el proceso de restauración institucional y afirmación del
sistema democrático y de las instituciones, la transición
desde el régimen militar hacia el régimen constitucional y
la afirmación de la constitucionalidad y la legalidad
constitucional. Periodo que va desde que todos los partidos
aceptaron los efectos del acuerdo del Club Naval (es decir,
aceptaron concurrir a las elecciones con las reglas
resultantes) hasta la Ley de Caducidad de la Pretensión
Punitiva del Estado. El sentido de política de Estado estuvo
en la realización durante un tiempo determinado de una
política que concitó el apoyo de los cuatro partidos
políticos con representación parlamentaria.
La política exterior del país, y
particularmente el desafío de encontrar la inserción
internacional, es uno de los temas que se considera como
política de Estado, quizás en el doble sentido del término:
como una política acordada por todos los partidos con
representación parlamentaria y como una política de
continuidad en el tiempo. La política exterior seguida
durante la primera administración Sanguinetti fue una
política de Estado en el doble sentido del término, al punto
que el rechazo del Frente Amplio a la designación de un
intendente renunciante como embajador en la FAO motivó la
anulación de la designación, en forma explícita para no
comprometer una política de Estado, vale decir al respecto,
una política de consenso nacional. La simbología de la
política de Estado se reflejó en que todas las comitivas de
los viajes presidenciales fueron integradas con
representantes de todos los partidos, inclusive en algunos
viajes relevantes el presidente fue acompañado por Wilson
Ferreira Aldunate y Liber Seregni. La delegación anual a la
Asamblea General de Naciones Unidas contó con siempre con
representantes de los tres partidos relevantes.
En la administración Lacalle la
política exterior se manejó en dos planos. En el nivel
estratégico se apeló a la política de Estado. Así la
trascendente decisión de optar por la conformación de un
bloque regional con Argentina, Brasil y Paraguay, impulsada
por el presidente de la República, contó con el apoyo de la
totalidad de los partidos políticos. Pero en cambio no hubo
participación de la izquierda ni en las comitivas
presidenciales ni en las delegaciones a las Naciones Unidas,
y muchas decisiones de menor porte – como las valoraciones
presidenciales en relación a Cuba – correspondieron a una
política estrictamente de Gobierno con desafecto de la
oposición de izquierda.
En lo simbólico, en las comitivas y
las delegaciones, nunca más hubo representación de un
consenso nacional, ni con Lacalle, ni con Sanguinetti bis,
ni con Batlle Ibáñez, ni ahora con Vázquez. Visto en
perspectiva, fue una excepción a una concepción dominante y
continuada de representación del oficialismo.
Pero también hubo disidencias mayores.
En las postrimerías de la segunda administración Sanguinetti
no tuvo consenso el cambio de postura de Uruguay en relación
a Cuba y los derechos humanos: de una constante línea de
abstención el país pasó a apoyar el voto contrario a la isla
y luego a promover la condena.
En el gobierno de Batlle Ibáñez la
situación fue más compleja y difícil de analizar. Porque una
fue la política exterior seguida por la Cancillería y
expresada en los votos del país en organismos
internacionales, en las declaraciones oficiales, en los
actos formales de las relaciones bilaterales; allí, bajo la
batuta de Didier Opertti, el país siguió una política de
Estado en el sentido de política de continuidad, de
previsibilidad, de mantenimiento de viejos principios que
identificaron al país en el mundo político internacional y
diplomático. Pero otra fue la política exterior seguida por
el presidente de la República, expresada en múltiples
declaraciones públicas, que no correspondieron a una
política de Estado al menos en cuanto al consenso. Al
respecto cabe remarcar las declaraciones en relación al
sistema político de Cuba y a su líder, que desembocaron en
la ruptura de relaciones; la fuerte adhesión a la política
del gobierno de los Estados Unidos, en particular luego de
la asunción de George W. Bush; los choques con la República
Argentina; y el posicionamiento sobre la invasión a Irak.
Este gobierno ha sido más explícito.
Lisa y llanamente ha impulsado una política de Gobierno, sin
búsqueda alguna de la consensualidad y, al menos en un
primer tramo, sin buscar la continuidad estratégica. Al
respecto es muy clara la línea en relación a la ampliación
del Mercosur (como tal tema), las relaciones fuertes con
Venezuela y la intensificación del relacionamiento con Cuba.
Pero al igual que el gobierno anterior, también es difícil
de interpretar; porque una es la política de la Cancillería
y otra la que surge de otras señales oficiales, desde una
línea clara y coherente impulsada desde el Ministerio de
Economía (y opuesta a la de la Cancillería) hasta las
posturas presidenciales que hora tocan una borda y ora tocan
la otra.
Pero también
desde el oficialismo se notan en los últimos tiempos voces,
quizás asordinadas, que reclaman que el gobierno vaya hacia
una política de Estado, en el doble sentido de continuidad y
de consenso. Entonces esto, si la política exterior debe ser
de Estado o debe ser de Gobierno, es un tema que amerita un
debate, dentro de la izquierda y a escala de todo el país.