Democracia
es una palabra lo suficientemente vaga y confusa como para
que cada uno le de el significado que mejor le parezca, y lo
suficientemente prestigiosa como para que lo que se
califique de democrático resulte virtuoso y lo que se
califique de no democrático resulto pecaminoso. A efectos
prácticos del análisis, vale utilizar democracia como
sinónimo de poliarquía, más simplificadamente de democracia
representativa. Es decir, un sistema donde un conjunto de
personas (demos, ciudadanía, electorado) elige a un conjunto
más reducido de personas para que en su representación
ejerzan las tareas de gobierno del conjunto mayor (la
sociedad), gobierno en el sentido de dictar las normas y de
ejecutarlas, de administrar el país. Si la cosa es más o
menos así, quiere decir que todo lo referente a legislar,
administrar o gobernar es ejercido por los representantes de
la ciudadanía/electorado/demos, o por cuerpos derivados de
los cuerpos electivos (designados por, elegidos en segundo
grado). Queda fuera pues de esta pirámide representacional
las funciones que puede llamarse de aplicación de normas a
casos concretos, que son en principio las funciones
jurisdiccionales o administrativas normales, donde no se
toman opciones socio-políticas, sino que se hace un
ejercicio científico de aplicar las normas existentes.
Sin embargo, en el debate político
presente pueden encontrarse cuestionamientos a esa primacía
del demos en la adopción de decisiones significativas para
la sociedad, ya fuere en el debate público o en el debate
silencioso, el que emerge de la sucesión de hechos. Para
bajar un poco a tierra, conviene centrarse en dos casos
concretos en que esa primacía de la representación es
cuestionada: la autonomización del Banco Central y la
creación de derecho por parte del Poder Judicial.
En el primer caso, debate explícito,
se parte del supuesto de que es una tarea estrictamente
técnica la regulación monetaria (para citar una de las
competencias bancocentralista) o la paridad de la moneda
nacional frente a determinadas divisas de referencia, es
decir, que no son decisiones de tipo político, y por ende
que deben ser adoptadas por un organismo autónomo del poder
político. Sin embargo, la historia demuestra que no hay una
verdad revelada ni en materia de emisión monetaria, ni de
inflación, ni de paridad cambiaria; al respecto no están las
Tablas de Moisés. En cada momento y en cada territorio, en
cada aquí y en cada ahora, ha prevalecido una tesis sobre
otra, a favor o en contra de la inflación, del equilibrio o
el desequilibrio fiscal, de la cotización de la moneda como
palanca económica o como estricto juego del mercado. Son
decisiones políticas acordes a un pensamiento político
expresado en términos económicos. Como ocurre muchas veces,
a las opciones políticas se les puede otorgar validez
científica, como las leyes del materialismo dialéctico o la
cientificidad del equilibrio macroeconómico. Pero hasta
tanto no haya consenso de la comunidad científica, que en
definitiva es lo que determina que algo sea o no sea
ciencia, deben ser consideradas opciones políticas,
ideológicas o filosóficas.
En tanto opciones políticas, en una
sociedad democrática (en la definición dada) es al pueblo, a
la ciudadanía, a quien corresponde efectuar esas opciones,
ya sea por sí o a través de sus representantes elegidos, o a
los cuerpos político-técnicos designados por los
representantes elegidos. Así es como son las cosas ahora con
los temas de referencia y con el Banco Central en
particular. Optar por la autonomía plena del Banco Central,
separado del poder político, significa que alguien en algún
lugar fija para siempre (el siempre es un largo periodo
hasta que alguien dice que se acabo) la verdad en cuanto a
leyes económicas y verdades reveladas. O si no las fija,
considera que hay un grupo de sabios que son capaces de
tomar las mejores decisiones para la sociedad, sin que esta
sociedad intervenga. Sin duda es una tesis muy válida y
defendible, pero lo que debe quedar claro que no está en
relación al concepto democrático en el sentido vulgar del
término, como emanado de las decisiones populares. Es una
forma de aristocracia (de gobierno de los mejores, de los
más capaces), que modernamente se puede llamar de
cientificocracia o de tecnocracia.
El segundo ejemplo en la misma
dirección se da cuando el Poder Judicial, a título de llenar
lagunas del Derecho, lo que hace es crear derecho. Dicho más
sencillamente, legislar por la vía formal de la creación de
jurisprudencia. Un buen día a la magistratura se le ocurrió
extender determinadas obligaciones y derechos económicos
del matrimonio, a ciertas formas de concubinato: y creó así
la figura de los bienes gananciales emergentes de una
relación concubinaria. Lo cual puede ser muy justo, acorde a
los cambios de la sociedad y quizás en sintonía con la
opinión de la mayoría de la gente (según la infalible
medición del olfatímetro, o a veces de las más falibles
aunque un poco más científicas encuestas). El problema, en
relación al tema de este análisis, es que un cambio de esa
naturaleza, la creación de normas, la definición de opciones
políticas, en un régimen democrático representativo solo
cabe al Cuerpo Electoral per se o a través de sus
representantes. Otra vez aparece la traslación de la
decisión ciudadana a un cuerpo de sabios, de exegetas de la
evolución de la sociedad e intérpretes de a dónde debe ir
esa sociedad. Y como se dijo más arriba, es una concepción
aristocrática, cientificocrática, sabiocrática o
tecnocrática.
Ocurre que vale la pena reflexionar.
Cada vez que se defiende o se ataca lo uno o lo otro, se
hace porque se está de acuerdo o en desacuerdo con lo que
van a hacer estos expertos. Lo que se trata es de analizar
cuánto se corresponde con los ideales democráticos
representativos y cuánto no. Y además discutir, por qué no,
si en definitiva siempre hay cabida para opiniones
divergentes, si la democracia representativa debe valer como
base de la sociedad, o debe estar limitada en algunos
campos, donde se encuentren sabios cuya opinión valga por
encima del conjunto de los mortales. Pero vale la pena
intentar empezar los debates por el principio, y parecería
que el principio anda por aquí.