
Los
análisis basados en las clases sociales y las relaciones de
clase están pasados de moda, desde la caída del llamado
socialismo real o desde el advenimiento de la posmodernidad,
un concepto tan de moda como impreciso. Obviar las clases
sociales en los análisis tiene la ventaja de salir del
atolladero que significa entrar en las definiciones y las
categorizaciones de las clases sociales, de determinar lo
que cada una incluye y excluye, y además aceptar algunos
cambios significativos producidos por la
posindustrialziación en algunos lados y la
desindustrialización en otros, como por estas latitudes y
longitudes. Sin embargo, hay abordajes que son imposibles si
no se hacen a partir de un manejo aunque fuere impreciso de
las clases sociales. Y en esa imprecisión viene el problema
de cómo llamar a lo que clásicamente se denominó
lumpenproletariado, con la carga negativa que tuvo para el
grueso del marxismo, y cómo llamar en la vieja terminología
de clase a lo que ahora se denomina marginalidad, indigencia
o ser situado por debajo de la línea de pobreza.
Cuando
nace el Frente Amplio, el 5 de febrero de 1971, su
declaración constitutiva delinea de manera por demás
explícita su concepción de clases, al proclamar la unión de
trabajadores, estudiantes,
docentes, pequeños y medianos productores, industriales y
comerciantes. Esta declaración, como documentos y discursos
anteriores y posteriores; y por otro lado, poner enfrente a
la oligarquía, a la gran burguesía, a la cual reiteradamente
se calificó de aliada y servil del imperialismo. Más o menos
se puede decir que la tesis del Frente Amplio, desde su
nacimiento hasta por lo menos cuando gana las elecciones
nacionales de 2004, es la alianza entre el proletariado, la
pequeña burguesía y la burguesía media. Dicho en términos no
marxistas, un enlace entre los asalariados y las denominadas
clases medias o “la clase media”. Más confusa es el papel
asignado o a asignar los niveles más bajos: como
lumpenproletariado aparecen marginados de las alianzas,
vistos con suspicacia, en particular por los sectores
nítidamente marxistas; como pobres, marginales o
desposeídos, fueron reivindicados primero por las corrientes
denominadas en su época de ultraizquierda y más
recientemente reivindicados por el conjunto de la izquierda.
Parecería que hacia el despuntar de este milenio esta última
polémica está saldada: son parte de la alianza de clases que
impulsa el Frente Amplio.
Lo otro
que dejó claro el Frente Amplio en su creación – y debió
muchas veces ser explícitamente aclarado en debates internos
– fue su calidad de proyecto pluriclasista, frente al
monoclasismo de la izquierda clásica. Pero la discusión que
a veces se colaba no era cuál papel debía corresponder a los
trabajadores, sino si la izquierda representaba
exclusivamente a éstos o principalmente a éstos – o si no de
manera principal, sí de forma importante - en una alianza de
clases. Trabajadores en el sentido de asalariados privados y
públicos, de personas en relación de dependencia.
Hasta
aquí todo parecía bastante claro. Aunque los 15 años
anteriores en la Intendencia Municipal de Montevideo
pudieron plantear algunas interrogantes, muy sutiles, que
reaparecen hoy. Lo que ahora surge como una gran
interrogante es realmente hasta donde se manifiesta con la
misma claridad esa categorización de alianza de clases, o
dicho de otra manera, hasta dónde se manifiesta con claridad
quienes deben ser los beneficiarios quiénes los afectados
por el proyecto frenteamplista.
Las
medidas adoptadas por este gobierno, entendido como
administración y como mayoría parlamentaria, en el plano de
la legislación y de la ejecución, no dejan dudas de la
intencionalidad de beneficiar a los sectores de menores
ingresos y menores posibilidades económicas: el bajo
proletariado, los sectores empobrecidos, pobres, marginales
e indigentes. La primera duda empieza con los demás
asalariados, el proletariado medio y superior: por un lado
hay un gran vector que apunta a su defensa (Consejos de
Salarios, diversas leyes laborales) y por otro un impuesto a
la renta a las personas físicas que afecta directamente sus
ingresos. Esta incógnita la despejará el tiempo y lo más
probable es que lo sea por el lado de la coherencia en la
defensa de este segmento, con medidas como la elevación del
mínimo no imponible u otras de efectos similares.
Pero
hay otras dos incógnitas fuertes, respecto a los diversos
tramos burgueses. Una es respecto a la burguesía pequeña y
el tramo inferior de la media, lo que en otro lenguaje sin
mucha precisión se llama la clase media media y la media
semi-alta, que fueron en el primer tercio de siglo de vida
del Frente Amplio objeto de su proyecto y de su concepción
de alianza de clases. Es el sector constituido básicamente
por los ingresos en forma de servicios personales
independientes (y en particular de profesionales
universitarios en ejercicio libre de la profesión), o en
forma de salarios elevados, o en forma de renta
inmobiliaria; y es el sector cuyo patrimonio se conforma con
bienes tangibles, visibles y situados en el territorio de la
República Oriental, y la cultura, conocimientos y magnitud
del patrimonio hacen a este sector poco proclive a la
migración de capitales. Son diversas las vías de afectación
de estos sectores: la imposición a la renta de esos
servicios personales o salarios elevados, la imposición
nacional o municipal de su patrimonio.
La otra
interrogante es en relación al resto de la burguesía, el
tramo medio y superior de la burguesía media, la gran
burguesía, lo que de otra manera se puede denominar la clase
media alta y la clase alta, definible como un conjunto visto
con poca simpatía o con abierta hostilidad por la izquierda.
Sector constituido básicamente por empresarios y grandes
inversionistas, con un porcentaje bajo de su patrimonio en
bienes arraigados en el territorio, visibles, identificables
y gravables. Las medidas adoptadas por el gobierno en líneas
generales apuntan en sentido inverso del anterior: los
gravámenes o no lo afectan o lo afectan positivamente, es un
sector que con la reforma tributaria la empata o gana.
La interrogante que los próximos meses despejarán es si el
Frente Amplio, quizás de manera insensible, sin duda sin
ninguna reflexión pública ni debate abierto o cerrado, se
encamina a un cambio importante en la concepción de las
clases y sus alianzas, donde esas capas medias podrían dejar
de ser sus aliados. Y en cambio, sus políticas podrían
apuntar a una conjunción, por efecto de impulsos diversos y
de diferente fuente, a una alianza de resultados entre la
política hacia los sectores llamados populares
(trabajadores, pobres, marginales) y su política hacia los
grandes inversores, las clases altas. Por ende, dejando en
la vereda de enfrente a sus tradicionales aliados y objeto
de su proyecto, las capas medias.