Al mirar la política internacional, o
más exactamente la política exterior de un país, tiende a
haber dos grandes enfoques: el que concibe el funcionamiento
del mundo sustancialmente como un conflicto de intereses
nacionales y el que lo concibe como un conflicto de
ideologías. Esta dicotomía afecta no solo el juego entre los
países sino también la visión que dada dirigente de un país
tiene sobre sus preferencias en relación a los hechos
políticos internos de los otros países.
La percepción de que el mundo es
esencialmente un conflicto de ideologías es quizás la más
fácil de definir, o la que aparece como más obvia para el
razonamiento común. Corresponde al mapa de esa entidad tan
compleja que es la Unión Europea, que muchos la ven como un
organismo internacional y en cambio cada vez más adquiere
las características de un estado confederal o una
confederación de estados. Allí la institucionalidad se juega
en dos planos: el del macroestado confederal o entidad
supranacional y el de los estados nacionales (en el sentido
de sujetos de derecho internacional). En el plano
comunitario (adjetivo que se aplica a la Unión Europea por
el nombre de su antecesora, la Comunidad Europea) existe un
parlamento – el Parlamento Europeo – en el cual actúan
partidos de nivel comunitario o confederal: así se ve al
Partido Socialista Europeo, el Partido Popular Europeo, el
Partido Liberal Europeo, la Izquierda Unitaria Europea, Los
Verdes. Cada uno de los partidos – también percibidos como
grupos parlamentarios – se integra con uno o más partidos de
los estados nacionales de la Unión. De allí surge que –
normalmente – haya un concepto de identidad socialista,
popular, liberal, etc. que determina que para un socialista
español no haya nada mejor que el triunfo de sus
correligionarios alemanes, mientras que para un popular
español lo mejor es también el triunfo de sus
correligionarios, que en este caso son los cristiano
demócratas alemanes. Esta comunidad entre partidos de
diferentes países excede el marco europeo y se traslada al
juego mismo de la política entre estados a nivel global: los
partidos socialistas colaboran entre sí y se apoyan entre
sí, los populares hacen lo mismo, y los demás también.
Ocurre normalmente que la colaboración
es más sencilla y con menos contradicciones cuando los
partidos que mutuamente se apoyan están en la oposición.
Cuando están ambos en el gobierno, puede ocurrir que no haya
contradicciones, o puede ocurrir que los intereses
nacionales de cada uno resulten más poderosos que la
comunidad ideológica o partidaria. Aquí comienzan los
rechines entre la visión del interés nacional y la visión de
la comunidad ideológica.
Concebir las relaciones
internacionales – y consecuentemente la política interna de
los otros países respecto al propio – en base a la visión
del interés nacional, parte de una premisa inequívoca: mis
aliados son aquéllos que coinciden con o coadyuvan a mis
intereses, mis adversarios – o enemigos – son aquéllos que
no coinciden, obstaculizan o se oponen a mis intereses. Es
muy sencillo de formularlo y fácil de aplicarlo. Salvo
cuando ese aliado que coincide con los intereses de uno es a
su vez el exponente en su país de la ideología
anatematizada. No es fácil coincidir con el Diablo porque
sus intereses coincidan o coadyuvan al de uno mismo.
Al finalizar los años sesenta y
comenzar los setenta, la izquierda universal (especialmente
la europea y la latinoamericana, pero también la africana y
alguna asiática) personificaron la imagen del Diablo sobre
la Tierra en la cara del controversial presidente
norteamericano Richard Nixon. Hombre surgido al primer plano
nacional en medio de la ola maccarthysta, perseguidor de
comunistas, derechista, aupado por los sectores más
reaccionarios de los Estados Unidos de América, con fama de
politiquero inconfiable. “Tricky Dicky” - el Tramposo
Danielito – era el mote que le endilgaban los demócratas y
liberales.
Pero resulta que dos zorros viejos,
sin ninguna ingenuidad y gran sentido del poder, como Mao
Zedong y Leonid Ilich Brehznev, los líderes de las dos
grandes potencias comunistas – además adversarias entre sí –
vieron en Tricky Dicky otra cosa. No al anticomunista
ramplón, sino a un estadista capaz de rodearse de los
mejores cerebros en el manejo político-diplomático, a un
pragmático, defensor por encima de todo del interés nacional
de su país, más allá de toda ideología. A un líder político
que podía llevar a su país a importantes niveles de
coincidencia y acuerdo con los países de ambos líderes, con
la Unión Soviética y la República Popular China.
Así fue que mientras en América
Latina y Europa los estudiantes y trabajadores, los
militantes de izquierda y los pacifistas quemaban efigies de
Nixon, Brezhnev por su lado y en pos de sus intereses y
jugando en contra de los intereses de Mao, y Mao por otro
lado también en pos de sus intereses y en contra de los
intereses de Brezhnev, los dos viejos zorros dieron todos
los guiños posibles a favor de la elección y la reelección
de Tricky Dicky. En realidad apostaron con éxito, porque en
el periodo Nixon se produjo la apertura de Estados Unidos
hacia la China Continental, Beijing se sentó como miembro
permanente del Consejo de Seguridad y se avanzó hacia
profundos acuerdos entre los Estados Unidos y cada una de
los dos potencias comunistas. Y además con Nixon comenzó el
camino hacia el retiro definitivo de los Estados Unidos de
Vietnam. En medio de ello, también bajo Nixon se produjo el
impulso o el apoyo de los Estados Unidos a los golpes
militares en Chile y Uruguay. Son las dos caras de una
política.
Estas referencias no tienen la
finalidad de recordar la historia sino de verla para mirar
el presente. Se puede elegir el camino de la comunidad
ideológica o el del interés nacional. Y esto vale para todo
país en todo momento y lugar. Vale para cuando desde Uruguay
se mira la política interna del país que fuere, por ejemplo
de la Argentina, de Brasil o de España. Vale para analizar
si en un caso o en otro el hermano de ideología llegado al
gobierno es lo mejor para el interés nacional propio. Porque
si no lo es, hay que elegir por un camino o por otro, por la
comunidad ideológica o por la fría “raison d’Etat”.