El
término política de Estado se entiende en dos sentidos
diferentes. Uno de ellos es en el sentido de políticas de
continuidad y otro en el sentido de políticas adoptadas y
ejecutadas con un alto grado de consensualidad en el sistema
político. Lo opuesto a una política de Estado es la política
de Gobierno, que no tiene continuidad por sobre la
continuidad del propio gobierno, es decir, de la reválida de
la misma fuerza política, y que además no busca consenso,
sino que refleja el pensamiento de la mayoría que durante un
periodo determinado sustenta a ese gobierno.
En materia de política exterior existe el imaginario de que
Uruguay es un país que se basó en políticas de Estado, tanto
por su continuidad como por el consenso en cuanto a los
principios fundamentales de la misma. En realidad puede
sostenerse que fue mas fuerte la política de Estado en
cuanto a continuidad que en cuanto a consenso en la adopción
de decisiones concretas y en la ejecución de esa política de
Estado; y que muchas veces esa continuidad fue más producto
de la confrontación entre gobierno y oposición, que el
resultado del diálogo y la elaboración conjunta
gobierno-oposición. Pero también hubo periodos
significativos en que la política exterior del país fue
esencialmente una política de gobierno, o hay muchos
episodios de diferentes gobiernos que no se inscriben ni en
las políticas de continuidad ni son resultados de consenso.
No necesariamente política de Estado es sinónimo de
continuidad, porque puede ser de Estado en tanto consenso, y
un consenso puede generarse para provocar un cambio en la
línea seguida anteriormente. Ni política de Estado no es
necesariamente sinónimo de consenso, en tanto una mayoría de
gobierno puede aplicar una política de continuidad que tuvo
anteriormente un consenso nacional y que en determinado
momento puede ser resistido por la oposición. Obviamente la
política de Estado por excelencia es la que logra conjugar
en el más largo tiempo posible la continuidad con el
consenso.
Pero política de Estado tampoco es sinónimo de políticas
pragmáticas ni de raison d´Etat, Un país puede tener una
política de continuidad y consensuada con alta carga
ideológica. A la inversa, un gobierno puede apostar a la
raison d´Etat sin contar con el consenso de la minoría
nacional, o puede la raison d´Etat ser la ruptura con una
política continuada de alta carga ideológica.
Con la mayor presencia de los jefes de Estado en las
relaciones internacionales, la impronta presidencial (sobre
todo a través de declaraciones y gestos personales) puede
generar cortocircuitos con una política global. En el
periodo anterior, la presidencia de Jorge Batlle, se vio una
particular situación en que la política exterior
presidencial - definida como las declaraciones y las
gestiones del primer mandatario - se alejaron bastante de
algunos elementos tradicionales de la política exterior del
país; mientras, en forma paralela, la política exterior
seguida formalmente por la República, la expresada en
declaraciones, actos y gestos de la Cancillería, se
inscribieron en las políticas de continuidad y de consenso
(con la excepción de la declaración oficial sobre la
intervención norteamericana en Irak). Es decir, no hubo
globalmente política de Estado ni tampoco política de
Gobierno, en tanto hubo desencuentros entre la línea
presidencial y la de la cancillería, pero en cambio hubo
generalmente una política de Estado, en tanto continuidad y
relativamente en tanto consenso, desde la cancillería.
En el primer tiempo del actual gobierno hubo un claro
énfasis en llevar adelante una política de Gobierno, con
fuerte carga ideológica, auspiciada por el canciller pero
con inequívocos apoyos del primer mandatario (por ejemplo,
en cuanto al apoyo al Mercosur o la aproximación a
Venezuela), y la visión de que la región pasa (o pasaba) por
un tiempo histórico inédito, con gobiernos progresistas –
por tanto de relativamente similar signo ideológico – en la
abrumadora mayoría de los países sudamericanos. Como ocurre
con toda política de Gobierno (como opuesta a política de
Estado) no tiene por qué mantener continuidad con políticas
anteriores, no necesariamente tiene consenso y
fundamentalmente no busca ese consenso, porque la raíz
ideológica que diferencia la política nueva con la anterior,
es la misma que diferencia al gobierno de la oposición
dentro del país. Esta política de Gobierno fue una clara
impronta del canciller y una clara impronta del presidente
de la República. No resiste un análisis exhaustivo la tesis
sostenida por políticos y algunos analistas – tesis que está
basada más en su inquina con el anterior canciller que con
un análisis de la realidad – de que la política exterior
seguida por la cancillería lo fue en contra y en oposición a
los deseos y creencias del primer mandatario. Ni siquiera en
el conflicto con Argentina - la mayor parte del tiempo
llevado adelante desde la Presidencia de la República y con
la conducción y ejecución del nuevo canciller, en su
anterior rol de secretario de la Presidencia - hubo la
búsqueda continuada del consenso político nacional, sino
consultas puntuales y esporádicas.
En este segundo tiempo del gobierno se advierte un viraje,
que no solo es producto del cambio de titular en el
Ministerio de Relaciones Exteriores, sino sin duda de un
giro en la concepción de la política exterior por parte del
primer mandatario y de su mano derecha política, el nuevo
canciller. Y se advierten claras señales hacia retornar a
una política de Estado, respecto a lo cual cabe marcar
cuatro cosas: 1. Una mayor desideologización en las alianzas
(incluido un cierto distanciamiento de Venezuela y un mayor
acercamiento a Chile, Perú, Colombia, sin perjuicio del
equilibrio mantenido en el conflicto colombiano-ecuatoriano
y la radical defensa de los principios de no intervención e
integridad territorial) 2. Un diálogo más fluido con los
líderes opositores 3. La búsqueda de construcción de
políticas con un amplio consenso político nacional 4. Una
re-jerarquización del papel del personal de carrera del
servicio exterior, en detrimento de la mayor partidización
del período anterior(1) , mayor profesionalización
facilitada además por varios problemas surgidos en relación
a embajadores políticos (algunos con destino en el exterior
y alguno con destino en la cancillería).
Si se asienta finalmente el camino de la política de Estado
o no, es la valoración que con el tiempo se hará de esta
nueva gestión en política exterior.
(1) Para evitar equívocos corresponde resaltar que la
mayoría de los embajadores políticos fueron seleccionados
por el presidente electo –como decisión y responsabilidad
personal– antes de que escogiese al ministro de Relaciones
Exteriores.