
América
Latina se enfrenta a la decisión de la Unión Europea de
expulsar a los inmigrantes ilegales, previamente detenerlos
sin proceso judicial por hasta 18 meses y luego prohibirles
la entrada por 5 años. En principio se está produciendo una
reacción de tipo regional, más allá de la incertidumbre
sobre cuál es la región que se mueve y reacciona y quiénes
la componen. Sea cual fuere esa región (una cosa es América
Latina y el Caribe, otra con Caribe, otra Iberoamérica, otra
la Sudamérica de los 10, otra la Sudamérica de los 12, otras
el Mercosur, la Cuenca del Plata y ainda mais), para Uruguay
– como para Argentina – el problema adquiere una dimensión
diferente al resto de la región porque es diferente el
encare de la inmigración y la emigración.
Uruguay
tuvo una gran ola migratoria que va desde circa 1870 hasta
1956, de las cual son parte o descienden dos de cada tres
uruguayos, y descienden de inmigrantes recientes, como que
para ese conjunto son los abuelos o los bisabuelos quienes
emigraron. Es una migración con perfecto conocimiento del
cuándo y desde dónde se vino, con raíces que para una
inmensa mayoría aún persiste. Compuesto por italianos
(mayormente del norte, pero también del sur), españoles
(abundantemente gallegos, algunos catalanes - pocos y de
alta influencia política y cultural - más de todas las
regiones peninsulares y de las Canarias), vascos de uno y
otro lado de los Pirineos, suizos de todas las suizas,
franceses, alemanes, judíos de las europas central y
oriental, judíos turcos, armenios, libaneses. Inmigrantes
que más allá de las peripecias de toda inmigración tienen
como corolario el haber encontrado un país abierto, no
estratificado, que les permitió afincarse, fundar familias,
desarrollarse y crecer. Encontraron refugio del hambre, la
leva militar, la persecución política o la persecución
religiosa. Sin encontrar grandes xenofobias (más allá de un
largo anecdotario de estereotipos denigratorios para todos y
cada uno de los orígenes, incluidos los criollos) y que
permitió a esos mismos inmigrantes y a sus descendientes
integrarse y fusionarse a la cultura uruguaya, a la vez que
mantener vivas sus raíces. Decir esto es decir que España,
Italia, Suiza, Francia - para concentrarse en las mayores
corrientes migratorias de la actual Unión Europea o del
Espacio Schengen o de asociados a esos procesos – son
deudores de gratitud hacia este país y hacia esta sociedad.
Esto es algo que nunca debe olvidarse, ni de este lado ni
del otro lado del Atlántico.
Esta es
entonces una sociedad prevalentemente constituida por los
descendientes de este proceso que tiene como máximo 140 años
y como mínimo 50, combinada con los descendientes del otro
país, el fundacional, compuesto por tempranos colonizadores
españoles, tempranos inmigrantes (o a veces aventureros)
británicos, franceses o italianos, gente de orígenes
desconocidos con alguna gota de sangre indígena, negros
desarraigados a la fuerza y traídos en esclavitud. Más o
menos por ahí anda la sociedad uruguaya.
Cuando
todavía no había transcurrido una década del cese de la
inmigración, comienza el proceso inverso, que tiene mucho de
proceso de retorno, de completar un giro de 360 grados en
dos o tres generaciones. Los uruguayos no hacen otra cosa
que recorrer en sentido inverso el mismo camino que hicieron
sus abuelos o bisabuelos, y no pretenden otra cosa que el
mismo trato y el mismo reconocimiento.
Cuando
comienza ese proceso de migración masiva desde Europa hacia
este confín del Sur, es cuando España reconoce la
independencia de esta República y celebra el tratado de
1879, que consagra entre los nacionales de ambos países (los
españoles en la República y los orientales en España) la
libre circulación, radicación, trabajo y ejercicio del
comercio. Entonces, además de la gratitud exigible a los
países expulsadores de sus connacionales, en el caso
particular de España se añade la existencia de un tratado
escrito y vigente, que la obliga. No hay uruguayos
residentes ilegales en España, por la sencilla razón de que
los ampara ese tratado de 1879. El que España tenga el
problema de haber firmado tratados contradictorios (con
Uruguay hace tiempo, con la Unión Europea y con los países
de Schengen más recientemente) es un problema de España que
va tener que resolver por sí sola, como tiene que resolver
por sí toda persona que se compromete en forma
contradictoria con otras dos.
Con esto
de España hay dos problemas. El primero que las
conversaciones vienen muy largas y lentas, y poco o nada se
ha avanzado. El segundo es que cuando los principales
partidos españoles financian a diestra y siniestra a
partidos uruguayos, pocos acá están dispuestos a erigirse en
pie de guerra para exigirle al donante que cumplan sus
obligaciones.
La
inmigración masiva a Europa existe, como a los Estados
Unidos, porque hay puestos de trabajo que los nacionales no
están dispuestos a hacer. El problema de toda inmigración
masiva es que afecta a la sociedad de recepción; afecta su
cultura, sus costumbres, sus valores, sus creencias. Por eso
los países deben meditar muy seriamente antes de abrir las
puertas. La documentación sobre las decisiones oficiales en
cuanto a la política migratoria uruguaya son contundentes en
cuanto a que aquí hubo un propósito deliberado – con
connotaciones claramente racistas – de fomentar una
inmigración europea para que afectase a la sociedad e
impactase sobre su cultura, por considerar que eso iba a ser
el presupuesto necesario para el desenvolvimiento del país.
Y además la migración se promovió con un largo horizonte
temporal de posibilidad de absorción de esas grandes masas
trashumantes. No parece ser que esa prudencia haya estado
presente en Europa, donde no se analizó el impacto cultural
- o se estimó una más fácil absorción o trasculturización –
ni se analizó debidamente el horizonte temporal, la
capacidad en el tiempo de incorporación de esas masas, ni se
previó adecuadamente los impactos sociales que esas masas
generaban en las culturas pre existentes.
Lo cierto es que ha llegado una hora de la verdad para este
fenómeno, que requiere de abordajes profundos, porque la ola
migratoria hacia Europa no resiste ni la fenomenal recesión
económica que impacta a algunos países, ni la masiva
convulsión que generan estos choques culturales. Pero
precisamente, la cultura uruguaya – como la argentina – son
las que tienen mayores similitudes con las culturas
europeas, lo que pasa a ser un tema adicional para que el
tema se encare con mayor detenimiento.